Como lo señala el profesor Germán Poveda (2011) en su documento “El papel de la Amazonia en el clima global y continental: impactos del cambio climático y la deforestación”, el agua para las grandes ciudades andinas depende, en buena parte, de la conservación del bosque amazónico. Esta interdependencia es resultado de la existencia de los llamados ríos voladores, en cuya formación juegan un papel determinante los bosques amazónicos; su evapotranspiración los alimenta. Si el bosque amazónico desaparece, desaparecen los ríos voladores y dejará de llegar gran parte del agua que hoy llega a los páramos andinos. Según Poveda, la Amazonia es un circuito de retroalimentación de humedad del cual depende el suministro de agua a los glaciares y páramos andinos y, por lo tanto, el suministro de agua para ciudades como Bogotá.
Al desaparecer el bosque, el agua escurre por las laderas; cuando hay bosque, la humedad es absorbida por los árboles y plantas, y poco a poco se va evaporando. El agua que generan los bosques es la que mantiene el aire húmedo. Los vientos la transportan, formando así los ríos voladores que generan buena parte de las lluvias en otras zonas. De acuerdo con Poveda, cerca del 50 % de la lluvia en la Amazonia es reciclada, y en los Andes ese porcentaje puede estar entre el 70 al 90 %. Esto genera una relación adicional de dependencia entre el nivel de precipitación en la zona andina y la conservación del bosque amazónico y el de la región andina.
Frente al cambio climático y el fenómeno de El Niño, tenemos que valorar aún más la importancia de cada metro de cobertura boscosa en nuestro territorio. En la reforma agraria, es importante que los campesinos que reciban tierras tengan incentivos para conservar los bosques en los terrenos que les sean asignados, y adelantar procesos de reforestación y restauración en zonas claves para la regulación hídrica.
La historia reciente de Colombia muestra que la firma del Acuerdo de Paz, y su etapa inicial de implementación, significó una aceleración del proceso de deforestación. Esto se asoció a temas de especulación predial y expectativas de titulación en zonas de frontera agropecuaria. Las lecciones aprendidas nos deben llevar a evitar que ese fenómeno se repita en el nuevo intento de reforma agraria. De hecho, se han tomado algunas medidas mediante “acuerdos de conservación” con campesinos en zonas del arco de deforestación amazónico (MADS, 16 de mayo, 2023).
Estos acuerdos están acompañados de incentivos a la conservación, mediante compensaciones a campesinos que se comprometen a conservar y restaurar parte de sus predios. En el proceso de reforma agraria, es necesario que se erradique el concepto de que “tierra bajo conservación es tierra no productiva”. En anteriores procesos se consideraba que tener una tierra en conservación era mantenerla como tierra ociosa y que esto podía ser motivo de expropiación. Ahora, mediante la valoración de los servicios ecosistémicos, se hace evidente que en algunos casos la mayor contribución económica del uso del espacio puede ser la conservación de servicios ambientales en ciertos ecosistemas estratégicos. Especialmente los relacionados con la regulación hídrica, como son conservación de nacimientos de agua o de riberas protectoras de ríos y quebradas.
Al asignar tierras al campesino, debemos asegurar que el uso del suelo y la conservación de los ecosistemas garanticen que el predio cumpla con la función ecológica, parte esencial de la función social de la propiedad privada, tal como lo manda nuestra Constitución Política (1991).
Como lo señala el profesor Germán Poveda (2011) en su documento “El papel de la Amazonia en el clima global y continental: impactos del cambio climático y la deforestación”, el agua para las grandes ciudades andinas depende, en buena parte, de la conservación del bosque amazónico. Esta interdependencia es resultado de la existencia de los llamados ríos voladores, en cuya formación juegan un papel determinante los bosques amazónicos; su evapotranspiración los alimenta. Si el bosque amazónico desaparece, desaparecen los ríos voladores y dejará de llegar gran parte del agua que hoy llega a los páramos andinos. Según Poveda, la Amazonia es un circuito de retroalimentación de humedad del cual depende el suministro de agua a los glaciares y páramos andinos y, por lo tanto, el suministro de agua para ciudades como Bogotá.
Al desaparecer el bosque, el agua escurre por las laderas; cuando hay bosque, la humedad es absorbida por los árboles y plantas, y poco a poco se va evaporando. El agua que generan los bosques es la que mantiene el aire húmedo. Los vientos la transportan, formando así los ríos voladores que generan buena parte de las lluvias en otras zonas. De acuerdo con Poveda, cerca del 50 % de la lluvia en la Amazonia es reciclada, y en los Andes ese porcentaje puede estar entre el 70 al 90 %. Esto genera una relación adicional de dependencia entre el nivel de precipitación en la zona andina y la conservación del bosque amazónico y el de la región andina.
Frente al cambio climático y el fenómeno de El Niño, tenemos que valorar aún más la importancia de cada metro de cobertura boscosa en nuestro territorio. En la reforma agraria, es importante que los campesinos que reciban tierras tengan incentivos para conservar los bosques en los terrenos que les sean asignados, y adelantar procesos de reforestación y restauración en zonas claves para la regulación hídrica.
La historia reciente de Colombia muestra que la firma del Acuerdo de Paz, y su etapa inicial de implementación, significó una aceleración del proceso de deforestación. Esto se asoció a temas de especulación predial y expectativas de titulación en zonas de frontera agropecuaria. Las lecciones aprendidas nos deben llevar a evitar que ese fenómeno se repita en el nuevo intento de reforma agraria. De hecho, se han tomado algunas medidas mediante “acuerdos de conservación” con campesinos en zonas del arco de deforestación amazónico (MADS, 16 de mayo, 2023).
Estos acuerdos están acompañados de incentivos a la conservación, mediante compensaciones a campesinos que se comprometen a conservar y restaurar parte de sus predios. En el proceso de reforma agraria, es necesario que se erradique el concepto de que “tierra bajo conservación es tierra no productiva”. En anteriores procesos se consideraba que tener una tierra en conservación era mantenerla como tierra ociosa y que esto podía ser motivo de expropiación. Ahora, mediante la valoración de los servicios ecosistémicos, se hace evidente que en algunos casos la mayor contribución económica del uso del espacio puede ser la conservación de servicios ambientales en ciertos ecosistemas estratégicos. Especialmente los relacionados con la regulación hídrica, como son conservación de nacimientos de agua o de riberas protectoras de ríos y quebradas.
Al asignar tierras al campesino, debemos asegurar que el uso del suelo y la conservación de los ecosistemas garanticen que el predio cumpla con la función ecológica, parte esencial de la función social de la propiedad privada, tal como lo manda nuestra Constitución Política (1991).