A todos nos ha impactado el COVID-19 y nos deja muchas y costosas lecciones. Algo tenemos que aprender, no podemos regresar y hacer más de lo mismo. Una lección es que las megaciudades son más vulnerables y que fuera de ellas se puede trabajar y se vive mejor. Claro, no todo se puede hacer desde fuera de la ciudad, pero sí muchas cosas y este es el punto. Desconcentrémonos y dejemos la gran ciudad para quienes efectivamente tienen que vivir en ella.
La formación de las megaciudades fue el resultado de dejar a las fuerzas del mercado provocar la concentración de población, producción y consumo para beneficiarse de las economías de escala. Así pasó con São Paulo, México D. F., Bogotá, Nueva York, Lima y Buenos Aires, entre otras. En la mayor parte de los países latinoamericanos, las grandes capitales concentran más del 25 % de la población, la producción y el consumo del país. Hoy todas ellas presentan alta contaminación y baja calidad de vida, son campo fértil para las pandemias. Bogotá es ejemplo perfecto de esa crisis de crecimiento y el POT —que se está preparando y presentando en este momento— habla de frenar el crecimiento de la ciudad. Aplaudo con entusiasmo esta iniciativa.
Debemos frenar el cambio de uso del suelo de la sabana de Bogotá y sus cerros circundantes en espacios construidos. Son múltiples las acciones que debemos adelantar. Muchas de ellas están planteadas de manera muy acertada en la actual propuesta del POT, que busca un incremento de los espacios verdes y la recuperación y conservación de la estructura ecológica principal. Propuesta que, al hacerla realidad, contribuirá a mejorar la calidad de vida de los bogotanos de hoy y del futuro. Un espacio que requiere gran atención son los cerros orientales, ícono por su belleza escénica. Ellos son parte esencial de la ciudad: pulmón, espacio de recreación y deporte, y fuente de salud y vida para los residentes en la capital. El manejo y uso del suelo en su franja de adecuación y los pactos de borde —ciudad-bosque— hay que hacerlos entre ciudadanía y gobierno.
Para contribuir a la desconcentración, debemos poner un alto impuesto a las nuevas industrias que quieran ubicarse en Bogotá-región. Esto debe ser concertado con los municipios vecinos. El limitante es el agua. Si la población y la producción siguen creciendo en Bogotá-región —hoy la tasa de crecimiento de los municipios cercanos es mayor que la de Bogotá—, el riesgo de ser una región insostenible por carencia de agua es muy alto. La ciudad suministra el agua a la región y esta es herramienta determinante de planificación. También debemos incrementar el precio a las emisiones de CO2, tanto las asociadas a la circulación de vehículos como las provenientes de las fábricas.
El POT propone la gestión de una ciudad sostenible y la articula al Plan de Acción Climática, fortaleciendo infraestructura verde, economía circular y movilidad sostenible, procurando la reducción del 15 % de los gases de efecto invernadero a 2024 y hasta 50 % a 2030.
Leamos y apoyemos el POT como una propuesta de planeación suprapartidista. Su aplicación incidirá en nuestra calidad de vida y la de nuestros hijos. Apliquemos el #PactoXlaVida realizando alianzas ciudadanía-gobierno, para adelantar acciones de adaptación y mitigación al cambio climático. Bogotá y su área metropolitana tienen que proyectarse como un buen vividero y como región y ciudad sostenibles.
A todos nos ha impactado el COVID-19 y nos deja muchas y costosas lecciones. Algo tenemos que aprender, no podemos regresar y hacer más de lo mismo. Una lección es que las megaciudades son más vulnerables y que fuera de ellas se puede trabajar y se vive mejor. Claro, no todo se puede hacer desde fuera de la ciudad, pero sí muchas cosas y este es el punto. Desconcentrémonos y dejemos la gran ciudad para quienes efectivamente tienen que vivir en ella.
La formación de las megaciudades fue el resultado de dejar a las fuerzas del mercado provocar la concentración de población, producción y consumo para beneficiarse de las economías de escala. Así pasó con São Paulo, México D. F., Bogotá, Nueva York, Lima y Buenos Aires, entre otras. En la mayor parte de los países latinoamericanos, las grandes capitales concentran más del 25 % de la población, la producción y el consumo del país. Hoy todas ellas presentan alta contaminación y baja calidad de vida, son campo fértil para las pandemias. Bogotá es ejemplo perfecto de esa crisis de crecimiento y el POT —que se está preparando y presentando en este momento— habla de frenar el crecimiento de la ciudad. Aplaudo con entusiasmo esta iniciativa.
Debemos frenar el cambio de uso del suelo de la sabana de Bogotá y sus cerros circundantes en espacios construidos. Son múltiples las acciones que debemos adelantar. Muchas de ellas están planteadas de manera muy acertada en la actual propuesta del POT, que busca un incremento de los espacios verdes y la recuperación y conservación de la estructura ecológica principal. Propuesta que, al hacerla realidad, contribuirá a mejorar la calidad de vida de los bogotanos de hoy y del futuro. Un espacio que requiere gran atención son los cerros orientales, ícono por su belleza escénica. Ellos son parte esencial de la ciudad: pulmón, espacio de recreación y deporte, y fuente de salud y vida para los residentes en la capital. El manejo y uso del suelo en su franja de adecuación y los pactos de borde —ciudad-bosque— hay que hacerlos entre ciudadanía y gobierno.
Para contribuir a la desconcentración, debemos poner un alto impuesto a las nuevas industrias que quieran ubicarse en Bogotá-región. Esto debe ser concertado con los municipios vecinos. El limitante es el agua. Si la población y la producción siguen creciendo en Bogotá-región —hoy la tasa de crecimiento de los municipios cercanos es mayor que la de Bogotá—, el riesgo de ser una región insostenible por carencia de agua es muy alto. La ciudad suministra el agua a la región y esta es herramienta determinante de planificación. También debemos incrementar el precio a las emisiones de CO2, tanto las asociadas a la circulación de vehículos como las provenientes de las fábricas.
El POT propone la gestión de una ciudad sostenible y la articula al Plan de Acción Climática, fortaleciendo infraestructura verde, economía circular y movilidad sostenible, procurando la reducción del 15 % de los gases de efecto invernadero a 2024 y hasta 50 % a 2030.
Leamos y apoyemos el POT como una propuesta de planeación suprapartidista. Su aplicación incidirá en nuestra calidad de vida y la de nuestros hijos. Apliquemos el #PactoXlaVida realizando alianzas ciudadanía-gobierno, para adelantar acciones de adaptación y mitigación al cambio climático. Bogotá y su área metropolitana tienen que proyectarse como un buen vividero y como región y ciudad sostenibles.