Reacciones a mi columna anterior, “Quemas, deforestación y sus múltiples causas”, hacen críticas y señalan que la conclusión se queda corta. Que hace falta una referencia al uso del glifosato como parte de la estrategia para frenar la deforestación y una propuesta para enfrentar el tema del colono campesino que hoy depende del cultivo de la coca.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
Reacciones a mi columna anterior, “Quemas, deforestación y sus múltiples causas”, hacen críticas y señalan que la conclusión se queda corta. Que hace falta una referencia al uso del glifosato como parte de la estrategia para frenar la deforestación y una propuesta para enfrentar el tema del colono campesino que hoy depende del cultivo de la coca.
A la pregunta sobre cuál puede ser una alternativa para sustituir la coca, mi respuesta es simple: la alternativa es el café. Pero, claro, siempre y cuando hagamos del cultivo del café algo ilegal, de otra manera nada compite con la utilidad que genera la coca. Como esta medida resulta complicada, la alternativa es legalizar el cultivo de coca y, así, poner esta actividad a competir con otros cultivos no solo en términos de rentabilidad sino de uso del suelo hacia el interior de la frontera agrícola.
La alta rentabilidad determinada por la ilegalidad hace que no haya producto agrícola que compita con la coca. Su alta rentabilidad hace utópica su erradicación. La pobreza y la zanahoria de unas grandes utilidades hacen que siempre haya grupos de campesinos dispuestos a tomar riesgos y cultivar coca selva adentro. Adelantan los cultivos ilegales en áreas pequeñas y con alta rotación en medio del bosque. Legalizar el cultivo es despenalizar al campesino, dejar de perseguirlo en medio de la selva y desplazar los cultivos de coca de la selva al interior de la frontera agropecuaria. Esto sí que disminuirá la deforestación.
Si se mantiene el carácter ilegal del cultivo, los intentos de sustitución seguirán fracasando. Es hora de cambiar la estrategia. Tenemos que ser creativos y no hacer más de lo mismo. Si no legalizamos, las guerrillas y otros grupos armados seguirán actuando y financiándose en esos territorios, perpetuando la violencia y jalonando la deforestación. El campesino cultivador de coca no es mafioso ni guerrillero, es solo un instrumento de esos grupos. Por razones de convivencia y desmonte de las mafias y su lógica operativa, la legalización debe ser parte de la estrategia de paz para Colombia.
Sin legalizar, el propósito de generar sustitutos a la coca con alternativas productivas sostenibles en el marco de un desarrollo rural integrado es una utopía. La condición de ilegalidad en la práctica es una forma de protección y una barrera para evitar la competencia con otros cultivos. Podemos y debemos erradicar esa categoría que hemos creado de “cultivos ilícitos”.
Lo ilícito es la producción de cocaína, cuyo primer paso es la producción de la pasta base que se adelanta cerca de los cultivos, actividad que también debe ser perseguida, controlando el ingreso a las zonas selváticas de los insumos necesarios para este proceso. Se debe focalizar la acción en la persecución a los laboratorios que transforman esa pasta base en cocaína, y luego en su transporte y comercialización.
Una solución gradual de mediano y largo plazo para el campesino requiere precios de sustentación y mercado para los nuevos productos y pago de servicios ambientales para recuperar y conservar los bosques.
Legalizar el cultivo de hoja de coca no es legalizar la cocaína. Esto último es un tema distinto, cuya discusión está en la política internacional.