Todos estamos de acuerdo con la necesidad del metro para Bogotá; lo malo es que sea mediante una transferencia de pobres a ricos.
Aplicando la ley de metros, el 30 % del costo del metro lo ponemos los bogotanos y el 70 % es una transferencia de todo el país a la ciudad más rica de Colombia. Según el documento sobre economía regional elaborado por Bonet y Meisel (2006) y publicado por el Banco de la República —sucursal Cartagena—, el ingreso per cápita de Bogotá entre 1975 y 2000 era más del doble de la media nacional y más de ocho veces del observado en el Chocó. Por ello, los autores decían: “Estos hallazgos obligan a pensar en la necesidad de establecer una política de Estado orientada a corregir las enormes disparidades observadas en el ingreso per cápita departamental”.
Desde hace mucho y de manera reiterativa hemos hablado de la necesidad de fortalecer las regiones y descentralizar la economía. Incluso, el actual Plan Nacional de Desarrollo lo repite. Sin embargo, no se ha logrado el objetivo.
En el año 2000, la participación de Bogotá con respecto al Producto Interno Bruto (PIB) del país era de 25,4 %; en el 2012 llegó al 26,6 % y en el 2014 era del 25,8 %. Las medidas han sido erráticas y sería atrevido decir que la relación entre el centro y las regiones es resultado de la gestión de Planificación Nacional. Al contrario, me atrevo a afirmar que ha sido el resultado del devenir de las fuerzas del mercado y del caos que estas han generado.
Algo claro y contundente, para que la gente siga migrando masivamente a Bogotá, es que los indicadores de pobreza en Bogotá son mucho menores que en el resto del país. Mientras que a nivel nacional la pobreza en el 2014 fue de 28,5 %, en Bogotá fue de 10,1 %. En un país pobre y desigual, Bogotá es menos pobre que el resto de Colombia.
Dado el caos de movilidad en Bogotá, la inversión en el metro aparece cada vez con más fuerza como alternativa necesaria para destrabar la ciudad. Nadie está en desacuerdo, el metro es importante y Bogotá lo necesita. Incluso, ambientalmente es una buena medida. En términos de Pambelé: “Es mejor ser rico que pobre”; en un análisis simple, es mejor tener metro que no tenerlo. Hasta aquí, todos de acuerdo. ¡Pero lo debemos costear los bogotanos y no el resto del país! Hacerlo con la cofinanciación con la que lo estamos haciendo aumenta las desigualdades entre Bogotá y el resto de una Colombia más pobre.
Los recursos que el resto del país va a transferir a Bogotá deberían ser invertidos en desarrollar la capacidad competitiva de las otras ciudades, y no en mejorar la capacidad competitiva de Bogotá, hoy muy superior a la del resto de Colombia. Dar prioridad a la inversión fuera de Bogotá aporta a disminuir las desigualdades entre Bogotá y el resto del país, y disminuye la migración y el acelerado crecimiento de Bogotá-región.
Este es un llamado para que los bogotanos gestemos nuestra solución, sin recargarnos en el resto de un país más pobre. Los habitantes de la ciudad deberíamos pagar por nuestro metro.
Todos estamos de acuerdo con la necesidad del metro para Bogotá; lo malo es que sea mediante una transferencia de pobres a ricos.
Aplicando la ley de metros, el 30 % del costo del metro lo ponemos los bogotanos y el 70 % es una transferencia de todo el país a la ciudad más rica de Colombia. Según el documento sobre economía regional elaborado por Bonet y Meisel (2006) y publicado por el Banco de la República —sucursal Cartagena—, el ingreso per cápita de Bogotá entre 1975 y 2000 era más del doble de la media nacional y más de ocho veces del observado en el Chocó. Por ello, los autores decían: “Estos hallazgos obligan a pensar en la necesidad de establecer una política de Estado orientada a corregir las enormes disparidades observadas en el ingreso per cápita departamental”.
Desde hace mucho y de manera reiterativa hemos hablado de la necesidad de fortalecer las regiones y descentralizar la economía. Incluso, el actual Plan Nacional de Desarrollo lo repite. Sin embargo, no se ha logrado el objetivo.
En el año 2000, la participación de Bogotá con respecto al Producto Interno Bruto (PIB) del país era de 25,4 %; en el 2012 llegó al 26,6 % y en el 2014 era del 25,8 %. Las medidas han sido erráticas y sería atrevido decir que la relación entre el centro y las regiones es resultado de la gestión de Planificación Nacional. Al contrario, me atrevo a afirmar que ha sido el resultado del devenir de las fuerzas del mercado y del caos que estas han generado.
Algo claro y contundente, para que la gente siga migrando masivamente a Bogotá, es que los indicadores de pobreza en Bogotá son mucho menores que en el resto del país. Mientras que a nivel nacional la pobreza en el 2014 fue de 28,5 %, en Bogotá fue de 10,1 %. En un país pobre y desigual, Bogotá es menos pobre que el resto de Colombia.
Dado el caos de movilidad en Bogotá, la inversión en el metro aparece cada vez con más fuerza como alternativa necesaria para destrabar la ciudad. Nadie está en desacuerdo, el metro es importante y Bogotá lo necesita. Incluso, ambientalmente es una buena medida. En términos de Pambelé: “Es mejor ser rico que pobre”; en un análisis simple, es mejor tener metro que no tenerlo. Hasta aquí, todos de acuerdo. ¡Pero lo debemos costear los bogotanos y no el resto del país! Hacerlo con la cofinanciación con la que lo estamos haciendo aumenta las desigualdades entre Bogotá y el resto de una Colombia más pobre.
Los recursos que el resto del país va a transferir a Bogotá deberían ser invertidos en desarrollar la capacidad competitiva de las otras ciudades, y no en mejorar la capacidad competitiva de Bogotá, hoy muy superior a la del resto de Colombia. Dar prioridad a la inversión fuera de Bogotá aporta a disminuir las desigualdades entre Bogotá y el resto del país, y disminuye la migración y el acelerado crecimiento de Bogotá-región.
Este es un llamado para que los bogotanos gestemos nuestra solución, sin recargarnos en el resto de un país más pobre. Los habitantes de la ciudad deberíamos pagar por nuestro metro.