Hoy todos los bosques, aun los que no han sido titulados, tienen valor y es un valor creciente. Es correcto decir que hay baldíos donde las tierras pertenecen al Estado, pero es erróneo considerar que hay baldíos improductivos.
En el siglo pasado se entendían como baldíos improductivos todas aquellas tierras que eran del Estado y se conservaban en bosque. Se llamaban tierras incultas o no civilizadas, que no habían sido trabajadas para uso agropecuario o viviendas. El propósito de los gobiernos y ciudadanos era tumbar el monte para vincular las tierras a la llamada frontera agropecuaria.
El concepto de baldío nacional se aplicaba a aquellos terrenos desocupados a los que no se les daba ningún tipo de uso o aprovechamiento y cuyo único dueño era el Estado. Para que un ciudadano pudiera reclamar propiedad sobre un baldío debía demostrar que había tumbado el monte y le estaba dando uso agropecuario a la tierra. El gran aporte social de la reforma agraria de 1936 era: “La tierra para el que la trabaja”. Esa apropiación y práctica social se construyó a partir de asumir que el bosque en pie no tiene valor. Con ese criterio se tumbaron los bosques en Europa y Estados Unidos, donde se redujeron a menos del 25 % de la cobertura original, y se promovió la deforestación en África y América Latina.
Nosotros apropiamos ese concepto y lo pusimos en práctica, impulsando por muchos años, con recursos públicos, crédito externo y trabajo campesino, la tala y quema del bosque. En las leyes de reforma agraria de 1936, 1961 y 1994 encontramos gran parte de sus textos dedicados a la adjudicación de tierras al campesino desposeído para la transformación del bosque o baldío improductivo en tierra con uso agropecuario.
Solo recientemente la ciencia ha prendido las alarmas sobre la importancia de su conservación, señalando el gran valor de los bosques y su efecto sobre la regulación climática y la salud. Antes solo se consideraba el valor de los bosques asociado a la regulación de fuentes hídricas y al suministro de maderas, otras plantas y animales. Se pensaba que esos productos siempre aportaban menos a la economía y al bienestar de lo que podía aportar ese terreno si se le daba uso agropecuario. Hoy eso está cambiando y se registra una creciente valoración económica y social del bosque, como se analiza de manera detallada en el libro Colombia: país de bosques, en su parte 5, titulada “Los bosques: en búsqueda del reconocimiento de sus servicios ecosistémicos y la potenciación de su aprovechamiento tradicional”, y en su parte 6, “Los bosques y el bienestar social”. Sin embargo, como señala Mauricio Cárdenas, exministro de Hacienda, en reciente entrevista (“¿Para dónde va Colombia?”, Políticas Públicas), apenas se está desarrollando un mercado que valore y defina mecanismos justos de transacción para el pago por los servicios ecosistémicos de regulación climática y conservación de biodiversidad que generan estos bosques.
No existen baldíos improductivos. Debemos incorporar el bosque a la frontera productiva con criterio climáticamente inteligente, conservando sus servicios ambientales y transfiriendo recursos a campesinos, indígenas y afrocolombianos que conserven y habiten esos bosques. “El bosque para quien lo conserva”.
Ese 52 % de nuestro territorio aún cubierto por bosques naturales es nuestro gran capital para posicionarnos como potencia mundial en el comercio internacional. Ojalá dejemos la miopía, paremos la deforestación y construyamos una relación distinta con la naturaleza.
Hoy todos los bosques, aun los que no han sido titulados, tienen valor y es un valor creciente. Es correcto decir que hay baldíos donde las tierras pertenecen al Estado, pero es erróneo considerar que hay baldíos improductivos.
En el siglo pasado se entendían como baldíos improductivos todas aquellas tierras que eran del Estado y se conservaban en bosque. Se llamaban tierras incultas o no civilizadas, que no habían sido trabajadas para uso agropecuario o viviendas. El propósito de los gobiernos y ciudadanos era tumbar el monte para vincular las tierras a la llamada frontera agropecuaria.
El concepto de baldío nacional se aplicaba a aquellos terrenos desocupados a los que no se les daba ningún tipo de uso o aprovechamiento y cuyo único dueño era el Estado. Para que un ciudadano pudiera reclamar propiedad sobre un baldío debía demostrar que había tumbado el monte y le estaba dando uso agropecuario a la tierra. El gran aporte social de la reforma agraria de 1936 era: “La tierra para el que la trabaja”. Esa apropiación y práctica social se construyó a partir de asumir que el bosque en pie no tiene valor. Con ese criterio se tumbaron los bosques en Europa y Estados Unidos, donde se redujeron a menos del 25 % de la cobertura original, y se promovió la deforestación en África y América Latina.
Nosotros apropiamos ese concepto y lo pusimos en práctica, impulsando por muchos años, con recursos públicos, crédito externo y trabajo campesino, la tala y quema del bosque. En las leyes de reforma agraria de 1936, 1961 y 1994 encontramos gran parte de sus textos dedicados a la adjudicación de tierras al campesino desposeído para la transformación del bosque o baldío improductivo en tierra con uso agropecuario.
Solo recientemente la ciencia ha prendido las alarmas sobre la importancia de su conservación, señalando el gran valor de los bosques y su efecto sobre la regulación climática y la salud. Antes solo se consideraba el valor de los bosques asociado a la regulación de fuentes hídricas y al suministro de maderas, otras plantas y animales. Se pensaba que esos productos siempre aportaban menos a la economía y al bienestar de lo que podía aportar ese terreno si se le daba uso agropecuario. Hoy eso está cambiando y se registra una creciente valoración económica y social del bosque, como se analiza de manera detallada en el libro Colombia: país de bosques, en su parte 5, titulada “Los bosques: en búsqueda del reconocimiento de sus servicios ecosistémicos y la potenciación de su aprovechamiento tradicional”, y en su parte 6, “Los bosques y el bienestar social”. Sin embargo, como señala Mauricio Cárdenas, exministro de Hacienda, en reciente entrevista (“¿Para dónde va Colombia?”, Políticas Públicas), apenas se está desarrollando un mercado que valore y defina mecanismos justos de transacción para el pago por los servicios ecosistémicos de regulación climática y conservación de biodiversidad que generan estos bosques.
No existen baldíos improductivos. Debemos incorporar el bosque a la frontera productiva con criterio climáticamente inteligente, conservando sus servicios ambientales y transfiriendo recursos a campesinos, indígenas y afrocolombianos que conserven y habiten esos bosques. “El bosque para quien lo conserva”.
Ese 52 % de nuestro territorio aún cubierto por bosques naturales es nuestro gran capital para posicionarnos como potencia mundial en el comercio internacional. Ojalá dejemos la miopía, paremos la deforestación y construyamos una relación distinta con la naturaleza.