A todos nos gusta la papa y una propaganda radial nos induce a valorarla aún más cuando es producida en el páramo. El punto crítico es que para producir papa en el páramo se destruye el ecosistema que regula el sistema hídrico.
Según diversas estimaciones, en los páramos hay 160.000 habitantes y del agua que proviene de los páramos se benefician 16 grandes ciudades y cerca de 17’000.000 de habitantes, una tercera parte de la población colombiana.
El ecosistema natural del páramo –ubicado entre el límite superior del bosque andino y el límite inferior de los glaciares, cuando ellos existen– presenta vegetación de pajonales, frailejonales, chuscales, matorrales y formaciones boscosas discontinuas, e incluye el subpáramo, el páramo propiamente dicho y el superpáramo.
En los páramos transformados predomina el pajonal homogéneo para el pastoreo de ganado, en aproximadamente el 80 % del área intervenida; los cultivos de papa ocupan cerca de un 10 %; también hay zonas de erosión, pequeños cultivos de alverja y presencia fragmentada de muestras del ecosistema natural intervenido.
Por su importancia en la regulación hídrica y para evitar su transformación y degradación, la ley 1753 del 2015 –ley del Plan Nacional de Desarrollo– prohíbe la actividad minera y la producción agropecuaria en los páramos. Todos estamos de acuerdo en que la minería no va en los páramos, por ello se está erradicando y debe desaparecer pronto. La ley se queda corta cuando no diferencia escalas ni tecnologías, al referirse a la actividad agropecuaria: es muy distinto el impacto de la actividad productiva del campesino a la del agroempresario.
Los cultivos de papa que usan pesados tractores para cultivos extensos de papa deben ser suspendidos. También deben ser reducidos los hatos de ganadería extensiva de ovejas y vacunos. Estos dos sistemas productivos son los principales responsables de la destrucción de la vegetación del páramo y su capacidad como regulador hídrico.
El campesino paramuno puede y debe coexistir con la conservación y recuperación del ecosistema de páramo, permaneciendo con su actividad agropecuaria a pequeña escala, recibiendo apoyo para la reconversión de los sistemas productivos y acordando esquemas de compensación por su gestión de conservación y restauración de ecosistemas en zonas críticas de regulación hídrica.
El campesino paramuno es y debe seguir siendo parte del ambiente natural de páramo. La Ley del Plan se equivoca cuando pretende prohibir, sin distingo, la producción agropecuaria en el páramo. Se deben construir acuerdos sociales para que el campesino paramuno conserve su propiedad y cumpla la doble función social: en primera medida, mediante su trabajo asociado a la producción agropecuaria destinado a proveer los bienes básicos para su buen vivir; en segundo lugar, cumpliendo con la función ecológica de la propiedad, conservando y restaurando parte del predio para aportar a la regulación hídrica, de la cual dependemos y nos beneficiamos buena parte de los colombianos.
Disminuir los desequilibrios en el campo, y entre el campo y la ciudad, pasa por definir transferencias de los usuarios de los distritos de riego de las partes bajas y de los acueductos urbanos a los habitantes del páramo. Así disminuimos las desigualdades y conservamos estas regiones como fábricas de agua.
A todos nos gusta la papa y una propaganda radial nos induce a valorarla aún más cuando es producida en el páramo. El punto crítico es que para producir papa en el páramo se destruye el ecosistema que regula el sistema hídrico.
Según diversas estimaciones, en los páramos hay 160.000 habitantes y del agua que proviene de los páramos se benefician 16 grandes ciudades y cerca de 17’000.000 de habitantes, una tercera parte de la población colombiana.
El ecosistema natural del páramo –ubicado entre el límite superior del bosque andino y el límite inferior de los glaciares, cuando ellos existen– presenta vegetación de pajonales, frailejonales, chuscales, matorrales y formaciones boscosas discontinuas, e incluye el subpáramo, el páramo propiamente dicho y el superpáramo.
En los páramos transformados predomina el pajonal homogéneo para el pastoreo de ganado, en aproximadamente el 80 % del área intervenida; los cultivos de papa ocupan cerca de un 10 %; también hay zonas de erosión, pequeños cultivos de alverja y presencia fragmentada de muestras del ecosistema natural intervenido.
Por su importancia en la regulación hídrica y para evitar su transformación y degradación, la ley 1753 del 2015 –ley del Plan Nacional de Desarrollo– prohíbe la actividad minera y la producción agropecuaria en los páramos. Todos estamos de acuerdo en que la minería no va en los páramos, por ello se está erradicando y debe desaparecer pronto. La ley se queda corta cuando no diferencia escalas ni tecnologías, al referirse a la actividad agropecuaria: es muy distinto el impacto de la actividad productiva del campesino a la del agroempresario.
Los cultivos de papa que usan pesados tractores para cultivos extensos de papa deben ser suspendidos. También deben ser reducidos los hatos de ganadería extensiva de ovejas y vacunos. Estos dos sistemas productivos son los principales responsables de la destrucción de la vegetación del páramo y su capacidad como regulador hídrico.
El campesino paramuno puede y debe coexistir con la conservación y recuperación del ecosistema de páramo, permaneciendo con su actividad agropecuaria a pequeña escala, recibiendo apoyo para la reconversión de los sistemas productivos y acordando esquemas de compensación por su gestión de conservación y restauración de ecosistemas en zonas críticas de regulación hídrica.
El campesino paramuno es y debe seguir siendo parte del ambiente natural de páramo. La Ley del Plan se equivoca cuando pretende prohibir, sin distingo, la producción agropecuaria en el páramo. Se deben construir acuerdos sociales para que el campesino paramuno conserve su propiedad y cumpla la doble función social: en primera medida, mediante su trabajo asociado a la producción agropecuaria destinado a proveer los bienes básicos para su buen vivir; en segundo lugar, cumpliendo con la función ecológica de la propiedad, conservando y restaurando parte del predio para aportar a la regulación hídrica, de la cual dependemos y nos beneficiamos buena parte de los colombianos.
Disminuir los desequilibrios en el campo, y entre el campo y la ciudad, pasa por definir transferencias de los usuarios de los distritos de riego de las partes bajas y de los acueductos urbanos a los habitantes del páramo. Así disminuimos las desigualdades y conservamos estas regiones como fábricas de agua.