Este año se cumplen 40 años de la creación de 18 parques nacionales naturales (PNN). Una historia donde la visión de Julio Carrizosa y su equipo del Inderena, encabezado por el científico y naturalista Jorge Hernández, resultó de gran valor y oportunidad. El pasado 31 de julio se celebró, de manera agridulce, el cumpleaños. Con presencia del presidente Santos se adelantó el evento denominado Parques para la Vida, resaltando los beneficios que generan los PNN a la sociedad y focalizando el análisis en el PNN Chingaza.
El sabor agridulce obedece al carácter contradictorio del discurso oficial. De una parte se resalta la importancia de la gestión ambiental y los servicios ecosistémicos asociados a su conservación y buen manejo, y de otra se castiga al sector público ambiental con un recorte en la asignación presupuestal, agenciado por el Gobierno Nacional, superior al promedio del recorte que por razones de la crisis fiscal sufrieron los demás sectores de la vida económica y social colombiana.
Si bien dentro del Sistema Nacional Ambiental hay entidades que muestran baja capacidad de ejecución, hay otras, como la Unidad de Parques Nacionales y los institutos de investigación, que han demostrado gran eficiencia y alto impacto.
La reciente reforma tributaria, que el ministro Cárdenas resaltó en el encuentro anual del Banco Mundial como una “reforma verde”, parece que no madura. El país sigue pretendiendo que los recursos para la gestión ambiental vengan de aportes internacionales y no del esfuerzo nacional asociado no sólo a la gestión pública, sino también al aporte ciudadano y empresarial.
Como se señaló en el cumpleaños, hoy la ciudad de Bogotá aporta —a la gestión y conservación de los ecosistemas que contribuyen a estabilizar la oferta de agua en la cantidad y calidad que requiere y disfruta Bogotá— menos de una treintava parte de lo que los bogotanos nos ahorramos en tratamiento químico del agua, dada la buena conservación del PPN Chingaza. Como se dijo en el encuentro, mientras los municipios cercanos aportan los servicios ambientales que disfrutamos los ciudadanos en la Bogotá-región y de los cuales dependen nuestra calidad de vida y la sostenibilidad de la ciudad, sus habitantes viven el olvido del Gobierno. Por ejemplo, Fómeque —donde está buena parte del PNN Chingaza— no tiene vías, no hay apoyo para el desarrollo del ecoturismo y son mínimas las transferencias que recibe.
Buena parte de los colombianos, incluidos parte de quienes nos representan en las entidades públicas, siguen pensando que la gestión ambiental es de labios para afuera y que no requiere de una urgente inyección de recursos financieros cuyo uso debe ser efectivo y eficiente, no sólo si queremos conservar nuestro patrimonio natural, sino si queremos evitar altos costos sociales y económicos que pueden hacer inviable al país como nación.
La construcción de la paz incluye y exige la paz integral con la naturaleza. La educación ambiental nos debe llevar a una posición ética responsable frente a nuestro medio natural. De momento, y mientras nos educamos todos: empresarios, ciudadanos y Gobierno, debemos realizar aportes ciertos y efectivos a la gestión ambiental y a la conservación de nuestro patrimonio natural, fuente primordial de vida.
Este año se cumplen 40 años de la creación de 18 parques nacionales naturales (PNN). Una historia donde la visión de Julio Carrizosa y su equipo del Inderena, encabezado por el científico y naturalista Jorge Hernández, resultó de gran valor y oportunidad. El pasado 31 de julio se celebró, de manera agridulce, el cumpleaños. Con presencia del presidente Santos se adelantó el evento denominado Parques para la Vida, resaltando los beneficios que generan los PNN a la sociedad y focalizando el análisis en el PNN Chingaza.
El sabor agridulce obedece al carácter contradictorio del discurso oficial. De una parte se resalta la importancia de la gestión ambiental y los servicios ecosistémicos asociados a su conservación y buen manejo, y de otra se castiga al sector público ambiental con un recorte en la asignación presupuestal, agenciado por el Gobierno Nacional, superior al promedio del recorte que por razones de la crisis fiscal sufrieron los demás sectores de la vida económica y social colombiana.
Si bien dentro del Sistema Nacional Ambiental hay entidades que muestran baja capacidad de ejecución, hay otras, como la Unidad de Parques Nacionales y los institutos de investigación, que han demostrado gran eficiencia y alto impacto.
La reciente reforma tributaria, que el ministro Cárdenas resaltó en el encuentro anual del Banco Mundial como una “reforma verde”, parece que no madura. El país sigue pretendiendo que los recursos para la gestión ambiental vengan de aportes internacionales y no del esfuerzo nacional asociado no sólo a la gestión pública, sino también al aporte ciudadano y empresarial.
Como se señaló en el cumpleaños, hoy la ciudad de Bogotá aporta —a la gestión y conservación de los ecosistemas que contribuyen a estabilizar la oferta de agua en la cantidad y calidad que requiere y disfruta Bogotá— menos de una treintava parte de lo que los bogotanos nos ahorramos en tratamiento químico del agua, dada la buena conservación del PPN Chingaza. Como se dijo en el encuentro, mientras los municipios cercanos aportan los servicios ambientales que disfrutamos los ciudadanos en la Bogotá-región y de los cuales dependen nuestra calidad de vida y la sostenibilidad de la ciudad, sus habitantes viven el olvido del Gobierno. Por ejemplo, Fómeque —donde está buena parte del PNN Chingaza— no tiene vías, no hay apoyo para el desarrollo del ecoturismo y son mínimas las transferencias que recibe.
Buena parte de los colombianos, incluidos parte de quienes nos representan en las entidades públicas, siguen pensando que la gestión ambiental es de labios para afuera y que no requiere de una urgente inyección de recursos financieros cuyo uso debe ser efectivo y eficiente, no sólo si queremos conservar nuestro patrimonio natural, sino si queremos evitar altos costos sociales y económicos que pueden hacer inviable al país como nación.
La construcción de la paz incluye y exige la paz integral con la naturaleza. La educación ambiental nos debe llevar a una posición ética responsable frente a nuestro medio natural. De momento, y mientras nos educamos todos: empresarios, ciudadanos y Gobierno, debemos realizar aportes ciertos y efectivos a la gestión ambiental y a la conservación de nuestro patrimonio natural, fuente primordial de vida.