Las quemas en la Amazonia colombiana tienen diverso origen y sus causas y dinámica evolucionan con el tiempo. Hace solo 40 años era propósito gubernamental impulsar la deforestación. El Gobierno tomó entonces un crédito con el Banco Mundial para deforestar el piedemonte amazónico. Con ese fin se convocó a campesinos del interior del país para que se trasladaran a la Amazonia. Se les ofrecía crédito para establecerse y deforestar, se construyeron centros de salud y escuelas, se financió el pie de cría para establecer ganadería y se hicieron carreteras para asegurar su mercado. Tumbar selva era hacer patria.
Quienes se oponían a ese proceso eran considerados “conservacionistas desfasados o extremistas”, así argumentaran que convertir toda la Amazonia en potreros para ganadería extensiva solo incrementaría el PIB en un 1 %. En ese tiempo los argumentos sobre regulación hidrológica y climática que provee el bosque amazónico no estaban a la mano. Los argumentos han cambiado, las dinámicas también, pero la deforestación continúa. Veamos algunos determinantes.
Hoy, los campesinos desposeídos que buscan sobrevivir tumbando selva para establecer cultivos de pancoger existen, pero no son el motor de la deforestación. Hoy prevalecen los inversionistas que, para apropiarse de la tierra, contratan a obreros a destajo para “tumbar monte” y establecer pasturas. No es la tierra como factor productivo lo que motiva la deforestación, es la tierra como factor de acumulación de capital. La especulación predial es el motor. Una hectárea de tierra de características similares en áreas cercanas vale diez a 15 veces más de lo que cuesta despejar y apropiar una hectárea en los frentes de deforestación. El negocio es claro. Después del Acuerdo de Paz y una vez las Farc-EP se retiraron de los territorios, se abrieron esas zonas al mercado de tierras. Esto aceleró la deforestación.
El capital que financia la creciente deforestación tiene muy diverso origen. Una parte importante proviene de ganaderos latifundistas de zonas vecinas (Caquetá, Meta y Arauca) que ven una oportunidad de inversión con alta rentabilidad y le apuestan a la valorización predial. Otra parte importante son los capitales asociados con la cadena del narcotráfico, que se inicia con la compra de la pasta base al campesino, avanza con su transformación en cocaína y su comercialización mediante las cadenas nacionales e internacionales de transporte y venta al menudeo. Estos actores económicos compran posesiones y mejoras para lavar capitales e invierten tanto en los frentes de colonización como en el interior de la frontera agropecuaria, en zonas donde hace años se estableció la ganadería extensiva. Establos de lujo, ganado de buena genética y cercos para dividir potreros de alto costo permiten identificar con facilidad algunos de estos inversionistas.
Una pequeña parte del capital invertido en deforestación pertenece a campesinos-colonos que aprovecharon el alto precio de la hoja de coca generado por el carácter ilegal del cultivo, que no se bebieron las ganancias y ahora les compran a sus vecinos que, como decía mi abuelita, “se gastaron la plata en prostitutas y alcohol”. Una fracción de quienes hoy tumban y colonizan están orientados o liderados por las disidencias guerrilleras que buscan establecer control territorial.
Si el Estado quiere frenar la deforestación debe desarticular la especulación predial, suspendiendo la titulación individual y avanzando solo en titulaciones colectivas.
Las quemas en la Amazonia colombiana tienen diverso origen y sus causas y dinámica evolucionan con el tiempo. Hace solo 40 años era propósito gubernamental impulsar la deforestación. El Gobierno tomó entonces un crédito con el Banco Mundial para deforestar el piedemonte amazónico. Con ese fin se convocó a campesinos del interior del país para que se trasladaran a la Amazonia. Se les ofrecía crédito para establecerse y deforestar, se construyeron centros de salud y escuelas, se financió el pie de cría para establecer ganadería y se hicieron carreteras para asegurar su mercado. Tumbar selva era hacer patria.
Quienes se oponían a ese proceso eran considerados “conservacionistas desfasados o extremistas”, así argumentaran que convertir toda la Amazonia en potreros para ganadería extensiva solo incrementaría el PIB en un 1 %. En ese tiempo los argumentos sobre regulación hidrológica y climática que provee el bosque amazónico no estaban a la mano. Los argumentos han cambiado, las dinámicas también, pero la deforestación continúa. Veamos algunos determinantes.
Hoy, los campesinos desposeídos que buscan sobrevivir tumbando selva para establecer cultivos de pancoger existen, pero no son el motor de la deforestación. Hoy prevalecen los inversionistas que, para apropiarse de la tierra, contratan a obreros a destajo para “tumbar monte” y establecer pasturas. No es la tierra como factor productivo lo que motiva la deforestación, es la tierra como factor de acumulación de capital. La especulación predial es el motor. Una hectárea de tierra de características similares en áreas cercanas vale diez a 15 veces más de lo que cuesta despejar y apropiar una hectárea en los frentes de deforestación. El negocio es claro. Después del Acuerdo de Paz y una vez las Farc-EP se retiraron de los territorios, se abrieron esas zonas al mercado de tierras. Esto aceleró la deforestación.
El capital que financia la creciente deforestación tiene muy diverso origen. Una parte importante proviene de ganaderos latifundistas de zonas vecinas (Caquetá, Meta y Arauca) que ven una oportunidad de inversión con alta rentabilidad y le apuestan a la valorización predial. Otra parte importante son los capitales asociados con la cadena del narcotráfico, que se inicia con la compra de la pasta base al campesino, avanza con su transformación en cocaína y su comercialización mediante las cadenas nacionales e internacionales de transporte y venta al menudeo. Estos actores económicos compran posesiones y mejoras para lavar capitales e invierten tanto en los frentes de colonización como en el interior de la frontera agropecuaria, en zonas donde hace años se estableció la ganadería extensiva. Establos de lujo, ganado de buena genética y cercos para dividir potreros de alto costo permiten identificar con facilidad algunos de estos inversionistas.
Una pequeña parte del capital invertido en deforestación pertenece a campesinos-colonos que aprovecharon el alto precio de la hoja de coca generado por el carácter ilegal del cultivo, que no se bebieron las ganancias y ahora les compran a sus vecinos que, como decía mi abuelita, “se gastaron la plata en prostitutas y alcohol”. Una fracción de quienes hoy tumban y colonizan están orientados o liderados por las disidencias guerrilleras que buscan establecer control territorial.
Si el Estado quiere frenar la deforestación debe desarticular la especulación predial, suspendiendo la titulación individual y avanzando solo en titulaciones colectivas.