Queramos o no, el cambio climático tiene sus costos
Desde hace varios años, la ciencia nos viene advirtiendo sobre la necesidad de cambiar nuestro comportamiento para evitar que la temperatura suba más allá de 1,5 grados centígrados. Sin embargo, todos nos hemos hecho “los de los oídos sordos”. Aunque todos decimos “que sí, que hay que cambiar”, en términos generales, casi todos seguimos haciendo más de lo mismo. Ahora, la magnitud de los climas extremos evidencia los costos de la inacción y la necesidad de cambiar. Hay que hacer ajustes en nuestra vida cotidiana que modificarán nuestras formas de vivir.
Si no cambiamos, tendremos que asumir mayores costos. Debemos tener claridad: el cambio climático generará costos netos, que variarán según tomemos o no medidas para disminuir su magnitud.
Los costos ya se están manifestando en pérdidas de vidas humanas, además de las económicas y sociales. Pérdidas que siempre terminan afectando más a los países más pobres del planeta, que tienen menos recursos para tomar medidas de adaptación, y en estos países, a los más vulnerables, los grupos más pobres de la población. El cambio climático tiende a aumentar las diferencias en oportunidades y calidad de vida entre países y grupos de población; por lo tanto, aumentará la presión de los flujos migratorios de los países pobres a los países ricos.
En Colombia ya observamos la destrucción de valiosa infraestructura de puentes y carreteras asociadas a deslizamientos masivos de tierra ocasionados por lluvias torrenciales. Simultáneamente, aun cuando esto no hace noticia; en múltiples lugares de nuestra geografía se han afectado los suelos agrícolas por ocurrencia, a menor escala, de deslizamientos de tierra en las fincas. En todo el territorio, por inundaciones y sequías extremas, se pierden cultivos. Mientras unas zonas son azotadas por lluvias extremas, otras cercanas sufren por sequías. Al decir del campesino, “el clima enloqueció, ya no se sabe cuándo sembrar ni si será posible cosechar”.
De acuerdo con el artículo “El cambio climático antropogénico ha frenado el crecimiento de la productividad agrícola mundial” (Nature, abril 1/2021), la caída en la productividad agrícola entre 1961 y 2021 fue del 21 %. Nuestro propósito de autoabastecernos de alimentos enfrentará dificultades adicionales por el cambio climático, potenciado negativamente por el deterioro de nuestras cuencas hidrográficas y por el bajo nivel de inversión en la adaptación y en la adecuación de tierras para disminuir el impacto de los climas extremos.
Mientras afrontamos nuevos y grandes costos, todos los países tenemos que hacer grandes inversiones, de manera simultánea, para cumplir con el Acuerdo de París. Debemos multiplicar en el corto plazo el uso de fuentes de energías renovables y archivar las termoeléctricas a carbón; proteger las tierras costeras de la elevación en el nivel del mar; adecuar la infraestructura de carreteras y puentes para que resistan los nuevos picos de crecientes asociadas a lluvias cortas y torrenciales; adecuar la infraestructura urbana y el diseño de casas y edificios para soportar vientos huracanados y bombas súbitas de agua que recorren calles y tapan los drenajes. Estas son solo algunas de las cosas que tenemos que hacer. La tarea es inmensa y el reto crece. En el corto plazo tenemos que tomar medidas contundentes y costosas. Más vale prevenir que curar. Ya es tarde para prevenir todo, pero es más costosa la inacción que la acción. ¡Hay que actuar y cambiar ya!
Desde hace varios años, la ciencia nos viene advirtiendo sobre la necesidad de cambiar nuestro comportamiento para evitar que la temperatura suba más allá de 1,5 grados centígrados. Sin embargo, todos nos hemos hecho “los de los oídos sordos”. Aunque todos decimos “que sí, que hay que cambiar”, en términos generales, casi todos seguimos haciendo más de lo mismo. Ahora, la magnitud de los climas extremos evidencia los costos de la inacción y la necesidad de cambiar. Hay que hacer ajustes en nuestra vida cotidiana que modificarán nuestras formas de vivir.
Si no cambiamos, tendremos que asumir mayores costos. Debemos tener claridad: el cambio climático generará costos netos, que variarán según tomemos o no medidas para disminuir su magnitud.
Los costos ya se están manifestando en pérdidas de vidas humanas, además de las económicas y sociales. Pérdidas que siempre terminan afectando más a los países más pobres del planeta, que tienen menos recursos para tomar medidas de adaptación, y en estos países, a los más vulnerables, los grupos más pobres de la población. El cambio climático tiende a aumentar las diferencias en oportunidades y calidad de vida entre países y grupos de población; por lo tanto, aumentará la presión de los flujos migratorios de los países pobres a los países ricos.
En Colombia ya observamos la destrucción de valiosa infraestructura de puentes y carreteras asociadas a deslizamientos masivos de tierra ocasionados por lluvias torrenciales. Simultáneamente, aun cuando esto no hace noticia; en múltiples lugares de nuestra geografía se han afectado los suelos agrícolas por ocurrencia, a menor escala, de deslizamientos de tierra en las fincas. En todo el territorio, por inundaciones y sequías extremas, se pierden cultivos. Mientras unas zonas son azotadas por lluvias extremas, otras cercanas sufren por sequías. Al decir del campesino, “el clima enloqueció, ya no se sabe cuándo sembrar ni si será posible cosechar”.
De acuerdo con el artículo “El cambio climático antropogénico ha frenado el crecimiento de la productividad agrícola mundial” (Nature, abril 1/2021), la caída en la productividad agrícola entre 1961 y 2021 fue del 21 %. Nuestro propósito de autoabastecernos de alimentos enfrentará dificultades adicionales por el cambio climático, potenciado negativamente por el deterioro de nuestras cuencas hidrográficas y por el bajo nivel de inversión en la adaptación y en la adecuación de tierras para disminuir el impacto de los climas extremos.
Mientras afrontamos nuevos y grandes costos, todos los países tenemos que hacer grandes inversiones, de manera simultánea, para cumplir con el Acuerdo de París. Debemos multiplicar en el corto plazo el uso de fuentes de energías renovables y archivar las termoeléctricas a carbón; proteger las tierras costeras de la elevación en el nivel del mar; adecuar la infraestructura de carreteras y puentes para que resistan los nuevos picos de crecientes asociadas a lluvias cortas y torrenciales; adecuar la infraestructura urbana y el diseño de casas y edificios para soportar vientos huracanados y bombas súbitas de agua que recorren calles y tapan los drenajes. Estas son solo algunas de las cosas que tenemos que hacer. La tarea es inmensa y el reto crece. En el corto plazo tenemos que tomar medidas contundentes y costosas. Más vale prevenir que curar. Ya es tarde para prevenir todo, pero es más costosa la inacción que la acción. ¡Hay que actuar y cambiar ya!