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Al iniciar las reflexiones sobre transición energética se discutía sobre cómo hacerla de manera progresiva, equilibrada, justa e incluso rentable y coherente. Las catástrofes generadas el último año nos indican que el cambio climático, sumado al fenómeno de El Niño, está generando grandes costos sociales, económicos y ambientales, catástrofes que aumentarán en intensidad y frecuencia.
Vivimos los efectos del cambio climático y aún no hemos iniciado la transición energética. La descarbonización requiere cambios radicales en los sistemas de producción, distribución y consumo de la energía. Esto exige modificar insumos y tecnología para la generación de la misma energía, innovación tecnológica asociada a su uso y ajustes radicales en hábitos de consumo.
El planeta nos está obligando a la fuerza a acelerar los cambios. Los tiempos se han reducido y ya no podemos hablar de una transición energética progresiva, equilibrada y justa, sino que será una transición a tropezones, altos costos y bajo nivel de adaptación.
Noticias recientes reportan climas extremos en todo el mundo. En Japón se registran lluvias sin precedentes causando muertes y desaparecidos por inundaciones y deslizamientos (CNN, julio 11/2023). En el norte de China se sufre de fuerte sequía y oleadas de calor, mientras en el sur las lluvias causan inundaciones y destruyen infraestructura (CNN, julio 16/2023). Incendios forestales en Canadá arrasan 10 millones de hectáreas y contaminan el aire en ciudades del norte de Estados Unidos (AFP, julio 15/2023). En Europa se registran oleadas de calor y simultáneamente en los países balcánicos las intensas lluvias destruyen puentes y carreteras (Euronews, julio 20/2023). En Colombia, a raíz de la avalancha de agua y lodo en Quetame, Cundinamarca, la cifra de muertos asciende a más de 20 y continúa la búsqueda de personas desaparecidas (El Espectador, julio 19/2023).
Los desastres son múltiples y podríamos ampliar la lista con eventos a lo largo y ancho del mundo. Según el Instituto de Economía y Paz (IEP, 2020) los desplazados climáticos pueden llegar a 1.200 millones en 2050. No hay tiempo que perder y las acciones climáticas deben multiplicarse.
Hay que disminuir el consumo de energía en todos los ámbitos y a todas las escalas, con acciones individuales y colectivas. En la infraestructura urbana hay que proteger e impulsar la vegetación como regulador climático natural, proteger los drenajes naturales y evitar cubrir el suelo con asfalto y cemento en lugares donde podamos conservar coberturas naturales. Debemos impulsar el desarrollo de sistemas sostenibles de transporte público y desincentivar con impuestos y restricciones el uso de trasporte privado contaminante. Hay que construir casas y edificios con criterios bioclimáticos y uso eficiente de la energía. En las zonas rurales hay que valorar la importancia de los árboles, la protección con vegetación nativa de las cuencas hidrográficas e impulsar arreglos productivos que contribuyan a la regulación climática y la recuperación de la biodiversidad. En el sector productivo hay que iniciar el esfuerzo por la descarbonización de la producción agropecuaria, vía fertilización orgánica, por la recuperación de los ecosistemas estratégicos protectores del agua y, en la manufactura, por la trasformación de los sistemas productivos a unos energéticamente más eficientes. A nivel comunitario, debemos utilizar el trasporte colectivo y público, suspender alumbrado público no indispensable y multiplicar las acciones individuales, así como aprovechar al máximo la luz natural, apagar las luces que no son necesarias, tapar sartenes y ollas al cocinar, apagar los aparatos eléctricos que no estamos usando, utilizar bombillos de bajo consumo, usar electrodomésticos eficientes, maximizar el uso de la bicicleta y de otras alternativas no contaminantes.
En todos los campos falta mucho camino por recorrer y hay que andarlo más temprano que tarde.