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Esta bella palabra que significa casita de bahareque o palma, es la que bautiza a una escuela pública rural del departamento de Cundinamarca, ubicada en la vereda del mismo nombre, y que hace parte de las sedes que conforman la jurisdicción del municipio de Tenjo. Algunos pobladores refieren que la escuela tiene 40 años de fundada. Otros hablan de 50 o más. Yo la conocí, hace años, cuando era un típico jacal de madera, tierra pisada y adobe. Lo cierto es que la escuela atiende una población fundamentalmente campesina que va y viene de acuerdo con sus necesidades, que se dedica a la agricultura o a la ganadería de leche, o a oficios diversos, pues a pesar del embate de la industria en el valle de Tenjo y de la gentrificación de la región, aún hay vastos terrenos dedicados a la una y a la otra. Los estudiantes no pagan un solo peso por la educación que reciben y todos los funcionarios reciben sus salarios del erario público.
A unos 9 kilómetros de nuestro colegio, en el mismo valle, la escuela ocupa cerca de dos hectáreas, con unas instalaciones amplias y relativamente bien conservadas, pero con dificultades estructurales evidentes en al menos dos muros de su salón-teatro más grande. A pesar de ello, cuenta con diferentes ambientes de aprendizaje bien organizados y se nota a leguas que los niños quieren su jacalito y lo disfrutan. A menos de cuarenta kilómetros del Ministerio de Educación Nacional, la escuela increíblemente no tiene internet, aunque cuenta con una docena de tabletas informáticas con algunos programas incorporados que más o menos funcionan. Aunque tiene problemas con el suministro de agua, tiene un sistema básico de recolección de aguas lluvias gracias a las pendientes de algunas de sus cubiertas. A pesar de tener una única aseadora que va dos veces a la semana, la escuela permanece poco menos que impecable. Se sirve un almuerzo caliente de acuerdo con las minutas que establece el PAE, tiene un parque infantil, un campo de fútbol, una huerta, una sala de informática, y una biblioteca, y tiene unas baterías de baños dignas, a las que les faltan algunas adecuaciones.
Actualmente cuenta con 36 estudiantes divididos en seis grados desde preescolar a quinto de básica primaria, registrados todos en el SIMAT. Tiene una sola maestra de planta, Jeanette Abril, un roble erguido y dulce que, en un trabajo homérico y bajo la metodología de la escuela unitaria y multigrado, los ama, lidera, instruye y educa simultáneamente a todos en las diversas disciplinas. La acompañan dos horas a la semana una profesora de educación física, una profesora de artes y un psicoorientador que en ocasiones tiene que quedarse más de las dos horas por las dinámicas propias de la escuela. Una persona diferente cada día viene a preparar la comida que se sirve, dependiendo de las alternativas del apetito de los estudiantes, y de quienes hayan tenido un frugal o muy frugal desayuno, hacia las once o doce del día.
Ahora la maestra Abril nos tiene a nosotros. Desde hace un mes. Ya está menos sola y nosotros menos encerrados. Todas las semanas una docena de nuestros estudiantes la acompañan para fortalecer el conocimiento de los niños en matemáticas, inglés, español y ciencias. Nos quedamos toda una mañana. Ya nos echamos en falta mutuamente. Simplemente, le damos una mano. Pero, sobre todo, y tal vez sin saberlo, es ella la que nos da una mano a nosotros, porque nuestros estudiantes aprenden de sus estudiantes y aprenden que el mundo, tan cerca de nuestro colegio, es también otro mundo, menos mullido, más incierto, más difícil.