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Silencio

Juan Carlos Bayona Vargas
09 de marzo de 2024 - 05:40 p. m.

Hay maestros que no les gusta que los estudiantes hablen en sus clases. Les irrita. Se descomponen. Ni siquiera en voz baja. Olvidan que el silencio se consigue porque se ha logrado captar el interés. No se decreta el silencio, se conquista. A veces, también es verdad, hay que invitar a hacer silencio. Pero eso es otra cosa. Y es momentánea. Y se hace dulcemente para no caer en la gran contradicción de pedir silencio gritando. Si un maestro quiere escindir a sus estudiantes, mándelos callar, oblíguelos a callar, deles la orden. Entonces la escisión estará servida. Uno será el estudiante que se queda en el aula en silencio, mientras que el otro echará a volar a donde su imaginación lo lleve o sus evocaciones lo permitan. Habrá entonces un cuerpo sin alma sentado a un pupitre escolar y un alma vagando sin cuerpo buscando dónde anidar.

He sido maestro toda mi vida y he aprendido a ser paciente. No reprocho a los que se irritan, ni los culpo. Pero una clase en perfecto silencio no existe. La savia imprevista de los estudiantes debe y puede ser provocada por el propio maestro. Quedarse callado escuchando a una persona una hora o dos horas cuando se tiene 9 años o 16 o incluso 40, es todo un reto. Para el que habla y para el que escucha. Se puede, claro. Y a guardar silencio también se aprende. Pero es mejor el silencio que se consigue cuando se ha logrado captar el interés. Entonces el tiempo ya no importa. El problema es cómo hacerlo y ser conscientes de que los tiempos de atención de un niño no suelen ser superiores a diez minutos y los de un adulto a veinte. De ahí la importancia de la didáctica. Y didáctica no es sinónimo de metodología, es el conjunto de procesos que diseña el maestro para poder contar una historia, para que sus estudiantes aprendan algo y no solamente sea él quien se los enseñe.

Manuel Rivas, quien diera vida en el relato La Lengua de las Mariposas al inolvidable Gregorio, el maestro republicano representado magistralmente por Fernando Fernán Gómez, viene ahora a mi memoria. Era la Galicia rural en vísperas de la guerra civil española, y Don Gregorio, en una escena perfectamente natural, se queda en silencio en medio del desorden y la algarabía de sus estudiantes porque nadie le prestaba atención. Intenta callarlos y no le es posible; entonces se pone a mirar por la ventana. Al poco tiempo se callaron solos. Paciencia y barajar, diría el Quijote

Juan Carlos Bayona Vargas

Por Juan Carlos Bayona Vargas

Educador. Rector del Colegio Bilingüe Internacional Gimnasio Campestre Reino Británico.

 

LYEM(22892)11 de marzo de 2024 - 12:36 p. m.
Excelente. Muy de acuerdo con el punto de la didáctica. Gracias, señor Bayona.
German(51480)09 de marzo de 2024 - 09:31 p. m.
Bonita columna, gracias.
OrfeFF(68242)09 de marzo de 2024 - 08:57 p. m.
Interesante, leer su columna me trajo silencio. En los colegios oficiales, de más de 35 estudiantes por curso, hacer que grupos grandes y tan heterogéneos, hagan silencio natural, porque la actividad de clase sea tan atractiva, es un raro triunfo para un maestro.
orlando(94712)09 de marzo de 2024 - 07:36 p. m.
El título de este artículo me trajo a la memoria el primer poema que escribí en mi juventud llamado "Mi silencio", el cual hace parte de la Crónica autobiográfica intitulada "Memorias de mi vida". El libro lo escribí en medio del padecimiento de un cáncer de lengua, hace ya casi un año, y el poema en medio de una fría madrugada bogotana. El silencio, aquí y ahora, me han impulsado como abogado y periodista a escribir con más frecuencia.
  • Mar(60274)10 de marzo de 2024 - 12:53 a. m.
    O sea que tampoco se ha quedado callado, porque escribir también es hablar pero de otra forma.
Atenas(06773)09 de marzo de 2024 - 06:24 p. m.
Esto es lo q’ piensa y propone un docente de la educación privada; mas, su teoría, no encuentra eco en la pública, en la q’ pululan maestros o tizas q’ tienen a sus educandos bajo la mira de una infame premisa q’ jamás suponen esos pobres mozalbetes: q’ son carne de cañón pa adoctrinarlos en el odio y rencor social. Tengo dos grandes amigos, ambos rectores de sendos colegios bajo la férula de Fecode, y cómo lamentan la podredumbre q’ allí cultivan los docentes sindicalizados. Atenas.
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