Carta al presidente Gustavo Petro sobre educación
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Estimado presidente Petro:
Muy cordial saludo.
El martes pasado se conocieron los resultados de las pruebas PISA. Los datos de Colombia dicen lo mismo que todas las evaluaciones internacionales en las que hemos participado y que las pruebas nacionales SABER en 3 º, 5 º, 9 º y 11 º desde el año 2000: la gran mayoría de niñas, niños y jóvenes no aprenden a leer ni a pensar en la escuela.
Los colegios impactan muy poco el desarrollo cognitivo e interpretativo de sus estudiantes, aunque son fundamentales para su desarrollo social, emocional y deportivo. Por eso, comparto la reflexión que usted hizo durante la rueda de prensa con medios. Sin duda, que el 71 % de los estudiantes que llevan diez años en el sistema educativo no hayan aprendido a pensar matemáticamente y que la mitad de los jóvenes de quince años lean como si tuvieran 7 años debe considerarse un fracaso para todos. Fue valiente al decirlo y, con algunos matices, tiene usted la razón.
Sin embargo, quedé especialmente preocupado al escucharlo decir que lo que habría que hacer en Colombia es lo mismo que usted hizo cuando fue alcalde de Bogotá. ¡Ojalá eso no sea cierto! A pesar de que su gobierno hizo esfuerzos muy importantes para aumentar la inversión, cualificar la infraestructura y garantizar el derecho a la educación, los avances en materia de calidad fueron muy pocos. Durante su administración se suspendió el profundo y completo proceso de transformación pedagógica iniciado por Abel Rodríguez, maestro y expresidente de FECODE, cuando ocupó la Secretaría de Educación de la capital entre 2004 y 2009.
Respecto a la calidad educativa, me temo que lo han informado muy mal. Durante su gobierno no se tomó ninguna medida importante en este sentido y, por eso, no mejoró la calidad educativa de los colegios públicos. Por el contrario, se suspendió la transformación pedagógica que habían iniciado los dos alcaldes anteriores. En su administración se abandonó la reflexión curricular por campos de pensamiento, se dejó a un lado la reorganización curricular e institucional por ciclos del desarrollo, desaparecieron los equipos de calidad que venían acompañando la transformación pedagógica en las instituciones educativas y, muy equivocadamente, se sustituyeron los programas de formación in situ por maestrías individuales para los docentes. Como ha sido ampliamente demostrado en América Latina, los estudios posgraduales de los docentes mejoran sensiblemente la asignación salarial de los maestros, pero no impactan la calidad educativa. Subsidiar los estudios de posgrado a 5.300 docentes fue una decisión muy costosa y sin ningún impacto en la calidad. No es una opinión personal, es un hecho ampliamente demostrado.
Para tratar de evaluar el impacto que tuvieron sus políticas en educación en el corto plazo utilizaré los resultados de las pruebas PISA para Bogotá en 2015 y 2018. Hago eso porque en educación es necesario esperar algunos años para evaluar los impactos de las políticas públicas. Lo primero que hay que advertir es que las estadísticas educativas de Bogotá esconden una trampa: la capital está mejor que el país en calidad, pero ese resultado no lo obtiene por los colegios públicos, sino por los privados de alto nivel. De allí que para analizar el impacto de sus medidas debemos separar los resultados de los colegios públicos y los privados. Si hacemos eso, concluimos algo especialmente grave: las brechas en Bogotá crecieron de manera muy significativa en calidad educativa. La diferencia en lectura, que era de 68 puntos en 2015, pasó a ser de 84 puntos en 2018. Eso quiere decir que los estudiantes de los colegios públicos quedaron tres años atrás en comprensión lectora; es decir, leían como si estuvieran en grado sexto, aunque estaban estudiando en noveno. En 2009, esa brecha era de un año y medio, lo que implica que entre 2009 y 2018 se duplicó. Además, nuestros estudiantes están dos años atrás del promedio de la OCDE en lectura.
En 2018, los resultados de los colegios públicos de Bogotá fueron muy similares a los de los colegios públicos del país. El promedio de lectura en los públicos de Bogotá era de 422, mientras que en todos los oficiales urbanos del país, incluyendo a Chocó, La Guajira y Magdalena, era de 411. Estadísticamente son idénticos. Eso es muy grave porque en Bogotá están los colegios públicos con mejores instalaciones, con mayor porcentaje de docentes y rectores con estudios posgraduales y con menor número de estudiantes por docente. Bogotá también es la entidad que más recursos invierte en educación y, es muy importante reconocerlo, durante su gobierno usted los duplicó. Entonces, ¿por qué no mejoró la calidad en la educación pública? Porque hizo falta adoptar medidas sobre formación docente, comunidad educativa, liderazgo pedagógico y currículo, varias de las cuales se trabajaron en la transformación pedagógica que venía en marcha durante las dos administraciones anteriores.
Señor presidente, usted tiene toda la razón cuando dice que las reformas educativas hechas en el país no han mejorado la calidad. El problema es que esa crítica también es válida para las reformas educativas que usted implementó como alcalde. Pese a duplicar el presupuesto en educación y contar con las mejores condiciones humanas, económicas y materiales, en 2015, de los 100 mejores colegios públicos del país solo cuatro estaban en Bogotá. Así mismo, en 2014, en las pruebas SABER de competencias ciudadanas el mejor colegio público de Bogotá aparecía en el lugar 410. El optimismo acerca del impacto positivo en la calidad durante su administración no está soportado en ninguna cifra.
En lo que sí avanzó Bogotá durante su alcaldía fue en infraestructura y en implementar un modelo de jornada única para 104 colegios en los que estudiaban más de 200.000 estudiantes. Ese programa permitió que en las tardes los estudiantes trabajaran en actividades artísticas, culturales y deportivas. Eso lo hizo mucho mejor Bogotá que el Ministerio de Educación Nacional (MEN) y, gracias a eso, usted fortaleció la integralidad en la educación. También contribuyó a consolidar el derecho a la educación y a ampliar de manera importante la entrega de la merienda y almuerzo a una buena parte de los estudiantes. Teniendo en cuenta que tantas escuelas del país no cuentan con las condiciones mínimas para garantizar educación de calidad, como el agua, el baño, el ventilador o el techo, ojalá eso se trasfiera a toda la nación. Pero en calidad educativa es mejor que el MEN mire otras experiencias en las que se han trabajado de mejor manera los temas vinculados con la transformación pedagógica, como es el caso de Tunja, Manizales y otras alcaldías de Bogotá.
Para contribuir a esto, menciono cuatro medidas cruciales pendientes para mejorar la calidad de la educación. Todas son viables y su validez ha sido probada y demostrada en diversas regiones.
Primera. La calidad de la educación depende en primer lugar de la formación de los docentes. Nadie da de lo que no tiene y resulta que, entre todos los profesionales del país, los docentes tienen los menores niveles de razonamiento numérico, lectura crítica y competencias ciudadanas. Desde 2012, ¡solo el 3 % de los egresados de las facultades de educación leen de manera crítica! Esto explica en buena medida por qué solo el 1 % de los estudiantes de grado noveno lee de manera crítica. En matemáticas el problema es más grave porque el 79 % de los docentes se ubica en los dos niveles más bajos en razonamiento numérico. Sabiendo esto, no sorprende que el 71 % de los jóvenes no logren pensar matemáticamente.
Nadie podrá mejorar la calidad de la educación sin transformar las facultades de educación. Eso lo sabemos quienes hemos estudiado el tema, lo reconoce ASCOFADE en un completo informe al que dediqué una columna y está plenamente demostrado en el Informe Compartir de 2014 y en el Tercer Plan Decenal de Educación de 2016. Lo invito a convocar un acuerdo nacional que tenga como primer punto la transformación de las facultades de educación. Y por favor no siga invirtiendo recursos en maestrías individuales, fragmentadas y descontextualizadas. Ojalá el MEN vuelva a invitar a las universidades a que vayan a los colegios públicos a acompañar los procesos pedagógicos de manera colectiva y contextualizada. Sería fundamental incluir estos programas in situ como parte central de las maestrías.
Segunda. Mientras los niños sigan viendo 15 asignaturas fragmentadas y desarticuladas no podrán desarrollar competencias para pensar e interpretar. El programa por ciclos implementado durante las secretarías de Abel Rodríguez tenía la enorme ventaja de repensar los contenidos escolares por campos del pensamiento. Su primer ministro de Educación lo entendió muy rápidamente y por eso convocó a un equipo de expertos a trazar los lineamientos curriculares de los que carece el país, tal como solicitó el Tercer Plan Decenal de Educación en 2016. Invito al MEN a que retome la discusión sobre el lineamiento curricular. Las experiencias de Chile, México, Singapur y Finlandia son elocuentes. Necesitamos trabajar en torno a muy pocas y esenciales competencias. Yo he propuesto tres: pensar, comunicar y convivir. No tienen que ser esas. Lo que sí tiene el país es que definir cuáles son las más adecuadas para el contexto colombiano. En todas las áreas y en todos los ciclos las asignaturas deben consolidar las competencias que se acuerden. Seguir con la fragmentación y dispersión actuales es el camino más rápido y seguro para mantener la baja calidad.
Tercera. La Ley General de Educación de 1994 estableció tres años obligatorios de educación inicial. Aun así, hoy, treinta años después, este derecho legalmente establecido se cumple tan solo para el 9 % de los niños a los 4 años, el 13 % a los 5 y el 68 % a los 6 años. Por favor, ¡no vaya a hacer en Colombia lo mismo que hizo en Bogotá! Generó infinitas expectativas al proponer 1.000 nuevos jardines y cumplió tan solo con el 2 % de ellos. Necesitamos garantizarles educación inicial de calidad a todos los niños y las niñas del país. Esa sería la mayor transformación que un gobernante podría realizar en una sociedad. Ojalá no pierda esta oportunidad.
Cuarta. El cambio educativo no se hace en abstracto, sino en las instituciones educativas. Necesitamos cohesionar las comunidades educativas. Necesitamos convocar escuelas de padres y generalizar las jornadas pedagógicas mensuales creadas por Edna Bonilla en Bogotá. Necesitamos invitar a todos a construir comunidades educativas que relancen el Proyecto Educativo Institucional.
Como dice el proverbio africano, “solos podemos avanzar rápido, pero no podemos llegar lejos”. El gran maestro Abel Rodríguez lo entendió a cabalidad y organizó una nueva estructura por ciclos del desarrollo en los colegios de Bogotá. Ahí está la clave para garantizar el trabajo en equipo. Esta es una diferencia crucial entre los colegios públicos y privados. En los públicos cada docente trabaja de manera independiente y fragmentada. Por el contrario, en los más destacados colegios privados hay liderazgo pedagógico del rector y trabajo en equipos de área y ciclo. Ojalá el MEN invite al país a la reorganización de las instituciones educativas por ciclos del desarrollo. Aprendamos de Bogotá replicando a nivel nacional una de las ideas más potentes para construir escuelas que promuevan el desarrollo integral de los estudiantes.
En síntesis, mi principal recomendación es que, si quiere mejorar la calidad educativa, el MEN continúe lo que venía adelantando el maestro Abel Rodríguez en la capital como secretario de Educación. Eso hizo Edna Bonilla y por eso es la funcionaria mejor evaluada de la actual administración. Con ella la ciudad comenzó a avanzar en calidad educativa, comprensión lectora y pensamiento matemático. Son datos, no opiniones. La semana pasada, hizo público este reconocimiento el Banco Mundial.
Presidente Gustavo Petro: sin educación de calidad no hay cambio posible. Lo invito a convocar un acuerdo nacional que retome lo formulado en el Tercer Plan Decenal y lo contextualice al momento actual. Eso es posible, necesario y urgente. Es más, es relativamente fácil de lograr y nos ayudaría a unirnos como nación. Allí también caben empresarios, partidos políticos, jóvenes, padres de familia y representantes de organizaciones civiles, sociales y culturales.
Lo que le puedo asegurar es que si en materia educativa usted hace en Colombia lo mismo que hizo como alcalde, en 2026 la nación volverá a preguntarse por qué nos sigue yendo tan mal en las pruebas PISA, que evalúan pensamiento matemático, pensamiento científico y competencias comunicativas.
La inteligencia es la capacidad para adaptarse a contextos inciertos y cambiantes. Creo en su inteligencia, en su liderazgo y en su capacidad para entender que no es el momento para replicar a nivel nacional su experiencia educativa en Bogotá.
Con profundo aprecio,
Julián de Zubiría Samper
Un educador comprometido