Amartya Sen y Mahbub ul Haq diferenciaron entre crecimiento y desarrollo y concluyeron que los gobiernos deberían dedicarse a alcanzar el desarrollo a escala humana. Naciones Humanas los invitó a construir el Índice de Desarrollo Humano (IDH). ¿Podríamos hacer algo similar en educación, diferenciando entre aprendizaje y desarrollo? En dos páginas intentaré sustentar por qué creo que sería muy pertinente.
Manfred Max Neff ha sido uno de los pensadores chilenos de mayor trascendencia a nivel mundial. Según su original y pertinente teoría, la economía ha estado en exceso centrada en contabilizar en detalle cada uno de los objetos que producimos y los ingresos que recibimos, pero ha abandonado lo esencial: el bienestar de las personas. Max Neff concluyó que era necesario crear una “Economía a escala humana”, lo que le permitió recibir el Premio Right Livelihood Award, considerado el Nobel alternativo en economía. Para lograrlo, estableció una distinción esencial entre dos conceptos económicos: crecimiento y desarrollo. El crecimiento se refiere al incremento en la producción y se puede medir teniendo en cuenta el número de productos en un momento dado en una región determinada. Si quisiéramos ser más precisos, hablaríamos del PIB per cápita y de su incremento año tras año. Así, por ejemplo, no es lo mismo un billón de dólares en producción en Singapur con 6 millones de habitantes, que en China con 1.400 millones.
Según su teoría, el estado debería concentrarse en lograr la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales para alcanzar un Desarrollo a Escala Humana. Eso no es lo que suelen hacer los gobiernos. Fabio Echeverry, por ejemplo, expresidente de la ANDI y asesor presidencial de las dos campañas presidenciales de Álvaro Uribe, lo decía en Colombia sin rubor: “La economía va bien, pero el país va mal”. La tesis de Max Neff es que eso nunca debería suceder en un país democrático, porque el estado debería preocuparse por un desarrollo económico dirigido esencialmente a generar bienestar en la población.
Las tesis del economista bengalí Amartya Sen complementan y profundizan las de Max Neff. Para Sen, el desarrollo debe tener como fin último el bienestar del ser humano. En el centro del análisis deberían ubicarse las necesidades humanas con sus respectivos satisfactores, considerando las capacidades y los derechos. Desde esta perspectiva, el desarrollo es un proceso continuo de expansión de libertades individuales y sociales. Estas ideas le hicieron merecedor del Nobel de economía en 1998.
Sen llama la atención sobre la gran diversidad que caracteriza los seres humanos y el respeto que merecen en función de sus dotaciones particulares. Desde su perspectiva, la producción y el “tener” -aunque indispensables- pasan a ser un medio para alcanzar el fin del desarrollo, que sería impulsar las capacidades y satisfacer las diversas necesidades y libertades humanas.
Dado lo anterior, debe concluirse que, si tenemos en cuenta la desigual distribución de los ingresos que existe al interior de un país, no necesariamente crecientes o elevados niveles de ingreso per cápita, aseguran elevadas calidades de vida para la población. La concentración de la riqueza genera que el crecimiento económico termine en manos de muy pocos y no conduzca al desarrollo. Los economistas se han preocupado en exceso por la eficiencia y, al hacerlo, han descuidado la equidad.
Como puede verse, el desarrollo no se alcanza de manera espontánea, sino que es indispensable una sociedad civil empoderada que presione al gobierno para que se comprometa con el bienestar de la mayoría de la población.
Las tesis de Max Neff, Sen y Mahbub ul Haq, condujeron a las Naciones Unidas, a partir de 1990, a crear el Índice de Desarrollo Humano. Amartya Sen cuenta en el prólogo a la más reciente publicación de las Naciones Unidas, que siendo estudiantes de Cambridge él y ul Haq, se ausentaban de clase para pensar cómo construir un indicador que reflejara de mejor manera la calidad de vida ¡Vaya si valió la pena volarse de clase! Lo que buscaban era que los países se preocuparan por el bienestar de las personas y no solamente por el crecimiento y la eficiencia. El crecimiento era solo un medio para alcanzar el fin esencial: el desarrollo humano de la población. Lo fundamental era que la gente viviera mejor, tuviera más esperanza de vida y mayor nivel educativo. Por eso, el IDH evalúa aspectos más diversos que el PIB per cápita. Se trata de contribuir al bienestar social, económico, cultural y humano de toda la población, evitando la concentración de la riqueza, la concentración del poder y la discriminación por género, etnia o región. Los países del Norte de Europa y Canadá han estado en las últimas dos décadas en los primeros lugares del IDH por sus logros en educación, esperanza de vida, mayores oportunidades y menores niveles de desigualdad. Por el contrario, Estados Unidos, la mayor potencia económica del planeta, no aparece ubicado, por lo general, en los veinte primeros lugares.
En educación estamos en mora de establecer una distinción similar a la que formularon Sen y Mahbub ul Haq e inspirados en Max Neff para la economía. Tenemos que diferenciar claramente entre dos conceptos: aprendizaje y desarrollo. Desafortunadamente pensamos muy poco en el desarrollo. El MEN sigue hablando de “años académicos” y de “áreas del conocimiento”, desconociendo la integralidad. Con base en estos criterios evalúa a los niños y a los profesores. Así se aprueban los años y así se ingresa a la universidad. Sigue creyendo que la función de la educación es la de transmitir informaciones y, al hacerlo, deja de lado lo esencial: el desarrollo del pensamiento, la lectura contextual y crítica, la escritura y la comprensión de sí mismo y de los otros. Los padres indagan qué tantas informaciones les enseñan los profesores a sus hijos e hijas, cuántas tareas les ponen y la cantidad de cuadernos que llenan. Los docentes afirman con frecuencia que no van a alcanzar a ver “todo el programa”, sin darse cuenta de lo absurda que es esa expresión para referirse a la educación de seres humanos. Quienes realmente deberían repensar su labor son estos docentes, porque siguen creyendo que su papel es enseñar contenidos independientemente de lo que aprendan los estudiantes.
Todo el sistema gira en torno a la transmisión. Estamos demasiado preocupados porque los niños aprendan algoritmos, gramática, ortografía, historia, ciencias y geografía. El problema grave es que, por pretender alcanzar ese propósito, hemos descuidado lo esencial: los jóvenes no aprenden a trabajar en equipo, comprender a los otros, construir sus proyectos de vida, argumentar, escribir, leer y deducir. Nos pasó algo similar a lo que les sucedió a los economistas: nos olvidamos de las personas, descuidamos sus capacidades y abandonamos el desarrollo integral. Por esta razón, los jóvenes no consolidan su autonomía ni su pensamiento complejo en la escuela, no se vuelven más empáticos o resilientes. La educación sigue atascada en un paradigma equivocado: enseñar contenidos particulares, datos e información. Al hacerlo, se olvidó del desarrollo humano. Los contenidos que hemos producido a lo largo de la historia gracias al desarrollo cultural y que deberían ser un valioso medio para alcanzar el desarrollo humano integral, se han convertido en el principal fin del sistema educativo.
A los economistas los árboles no les dejaron ver el bosque. Al MEN le pasó algo muy similar, no se dado cuenta que el aprendizaje no debería ser el fin de la educación, sino el medio para consolidar el pensamiento, la convivencia y la comunicación asertiva en diversos contextos.
Necesitamos una Educación a Escala Humana. Pero esto solo se podrá alcanzar si contamos con una ciudadanía más empoderada, que elija gobiernos que tengan como una de sus prioridades el repensar la educación. Al fin de cuentas, esa es la llave maestra de la movilidad social y del desarrollo individual y social. Rodolfo Llinás decía que los países se defienden con ideas o con armas. Desafortunadamente, el actual gobierno sigue empeñado en defenderse con armas; por eso, aunque la inversión en educación se ha mantenido constante desde 1999 (4,5% del PIB), en el presupuesto del 2022 ha previsto dedicar el 12,1% a defensa y el 0,18% a investigación y ciencia. Si seguimos en esa ruta, los jóvenes continuarán adquiriendo muchas informaciones impertinentes en sus colegios y seguirán con serios problemas en pensamiento crítico, autonomía, trabajo en equipo y lectura profunda.
El próximo gobierno debería escuchar con cuidado a Boaventura de Sousa: “Los Acuerdos de Paz no se están cumpliendo en Colombia. La educación es la otra alternativa a la guerra. En ella está la esperanza”.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).
Amartya Sen y Mahbub ul Haq diferenciaron entre crecimiento y desarrollo y concluyeron que los gobiernos deberían dedicarse a alcanzar el desarrollo a escala humana. Naciones Humanas los invitó a construir el Índice de Desarrollo Humano (IDH). ¿Podríamos hacer algo similar en educación, diferenciando entre aprendizaje y desarrollo? En dos páginas intentaré sustentar por qué creo que sería muy pertinente.
Manfred Max Neff ha sido uno de los pensadores chilenos de mayor trascendencia a nivel mundial. Según su original y pertinente teoría, la economía ha estado en exceso centrada en contabilizar en detalle cada uno de los objetos que producimos y los ingresos que recibimos, pero ha abandonado lo esencial: el bienestar de las personas. Max Neff concluyó que era necesario crear una “Economía a escala humana”, lo que le permitió recibir el Premio Right Livelihood Award, considerado el Nobel alternativo en economía. Para lograrlo, estableció una distinción esencial entre dos conceptos económicos: crecimiento y desarrollo. El crecimiento se refiere al incremento en la producción y se puede medir teniendo en cuenta el número de productos en un momento dado en una región determinada. Si quisiéramos ser más precisos, hablaríamos del PIB per cápita y de su incremento año tras año. Así, por ejemplo, no es lo mismo un billón de dólares en producción en Singapur con 6 millones de habitantes, que en China con 1.400 millones.
Según su teoría, el estado debería concentrarse en lograr la satisfacción de las necesidades humanas fundamentales para alcanzar un Desarrollo a Escala Humana. Eso no es lo que suelen hacer los gobiernos. Fabio Echeverry, por ejemplo, expresidente de la ANDI y asesor presidencial de las dos campañas presidenciales de Álvaro Uribe, lo decía en Colombia sin rubor: “La economía va bien, pero el país va mal”. La tesis de Max Neff es que eso nunca debería suceder en un país democrático, porque el estado debería preocuparse por un desarrollo económico dirigido esencialmente a generar bienestar en la población.
Las tesis del economista bengalí Amartya Sen complementan y profundizan las de Max Neff. Para Sen, el desarrollo debe tener como fin último el bienestar del ser humano. En el centro del análisis deberían ubicarse las necesidades humanas con sus respectivos satisfactores, considerando las capacidades y los derechos. Desde esta perspectiva, el desarrollo es un proceso continuo de expansión de libertades individuales y sociales. Estas ideas le hicieron merecedor del Nobel de economía en 1998.
Sen llama la atención sobre la gran diversidad que caracteriza los seres humanos y el respeto que merecen en función de sus dotaciones particulares. Desde su perspectiva, la producción y el “tener” -aunque indispensables- pasan a ser un medio para alcanzar el fin del desarrollo, que sería impulsar las capacidades y satisfacer las diversas necesidades y libertades humanas.
Dado lo anterior, debe concluirse que, si tenemos en cuenta la desigual distribución de los ingresos que existe al interior de un país, no necesariamente crecientes o elevados niveles de ingreso per cápita, aseguran elevadas calidades de vida para la población. La concentración de la riqueza genera que el crecimiento económico termine en manos de muy pocos y no conduzca al desarrollo. Los economistas se han preocupado en exceso por la eficiencia y, al hacerlo, han descuidado la equidad.
Como puede verse, el desarrollo no se alcanza de manera espontánea, sino que es indispensable una sociedad civil empoderada que presione al gobierno para que se comprometa con el bienestar de la mayoría de la población.
Las tesis de Max Neff, Sen y Mahbub ul Haq, condujeron a las Naciones Unidas, a partir de 1990, a crear el Índice de Desarrollo Humano. Amartya Sen cuenta en el prólogo a la más reciente publicación de las Naciones Unidas, que siendo estudiantes de Cambridge él y ul Haq, se ausentaban de clase para pensar cómo construir un indicador que reflejara de mejor manera la calidad de vida ¡Vaya si valió la pena volarse de clase! Lo que buscaban era que los países se preocuparan por el bienestar de las personas y no solamente por el crecimiento y la eficiencia. El crecimiento era solo un medio para alcanzar el fin esencial: el desarrollo humano de la población. Lo fundamental era que la gente viviera mejor, tuviera más esperanza de vida y mayor nivel educativo. Por eso, el IDH evalúa aspectos más diversos que el PIB per cápita. Se trata de contribuir al bienestar social, económico, cultural y humano de toda la población, evitando la concentración de la riqueza, la concentración del poder y la discriminación por género, etnia o región. Los países del Norte de Europa y Canadá han estado en las últimas dos décadas en los primeros lugares del IDH por sus logros en educación, esperanza de vida, mayores oportunidades y menores niveles de desigualdad. Por el contrario, Estados Unidos, la mayor potencia económica del planeta, no aparece ubicado, por lo general, en los veinte primeros lugares.
En educación estamos en mora de establecer una distinción similar a la que formularon Sen y Mahbub ul Haq e inspirados en Max Neff para la economía. Tenemos que diferenciar claramente entre dos conceptos: aprendizaje y desarrollo. Desafortunadamente pensamos muy poco en el desarrollo. El MEN sigue hablando de “años académicos” y de “áreas del conocimiento”, desconociendo la integralidad. Con base en estos criterios evalúa a los niños y a los profesores. Así se aprueban los años y así se ingresa a la universidad. Sigue creyendo que la función de la educación es la de transmitir informaciones y, al hacerlo, deja de lado lo esencial: el desarrollo del pensamiento, la lectura contextual y crítica, la escritura y la comprensión de sí mismo y de los otros. Los padres indagan qué tantas informaciones les enseñan los profesores a sus hijos e hijas, cuántas tareas les ponen y la cantidad de cuadernos que llenan. Los docentes afirman con frecuencia que no van a alcanzar a ver “todo el programa”, sin darse cuenta de lo absurda que es esa expresión para referirse a la educación de seres humanos. Quienes realmente deberían repensar su labor son estos docentes, porque siguen creyendo que su papel es enseñar contenidos independientemente de lo que aprendan los estudiantes.
Todo el sistema gira en torno a la transmisión. Estamos demasiado preocupados porque los niños aprendan algoritmos, gramática, ortografía, historia, ciencias y geografía. El problema grave es que, por pretender alcanzar ese propósito, hemos descuidado lo esencial: los jóvenes no aprenden a trabajar en equipo, comprender a los otros, construir sus proyectos de vida, argumentar, escribir, leer y deducir. Nos pasó algo similar a lo que les sucedió a los economistas: nos olvidamos de las personas, descuidamos sus capacidades y abandonamos el desarrollo integral. Por esta razón, los jóvenes no consolidan su autonomía ni su pensamiento complejo en la escuela, no se vuelven más empáticos o resilientes. La educación sigue atascada en un paradigma equivocado: enseñar contenidos particulares, datos e información. Al hacerlo, se olvidó del desarrollo humano. Los contenidos que hemos producido a lo largo de la historia gracias al desarrollo cultural y que deberían ser un valioso medio para alcanzar el desarrollo humano integral, se han convertido en el principal fin del sistema educativo.
A los economistas los árboles no les dejaron ver el bosque. Al MEN le pasó algo muy similar, no se dado cuenta que el aprendizaje no debería ser el fin de la educación, sino el medio para consolidar el pensamiento, la convivencia y la comunicación asertiva en diversos contextos.
Necesitamos una Educación a Escala Humana. Pero esto solo se podrá alcanzar si contamos con una ciudadanía más empoderada, que elija gobiernos que tengan como una de sus prioridades el repensar la educación. Al fin de cuentas, esa es la llave maestra de la movilidad social y del desarrollo individual y social. Rodolfo Llinás decía que los países se defienden con ideas o con armas. Desafortunadamente, el actual gobierno sigue empeñado en defenderse con armas; por eso, aunque la inversión en educación se ha mantenido constante desde 1999 (4,5% del PIB), en el presupuesto del 2022 ha previsto dedicar el 12,1% a defensa y el 0,18% a investigación y ciencia. Si seguimos en esa ruta, los jóvenes continuarán adquiriendo muchas informaciones impertinentes en sus colegios y seguirán con serios problemas en pensamiento crítico, autonomía, trabajo en equipo y lectura profunda.
El próximo gobierno debería escuchar con cuidado a Boaventura de Sousa: “Los Acuerdos de Paz no se están cumpliendo en Colombia. La educación es la otra alternativa a la guerra. En ella está la esperanza”.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).