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Editorial Magisterio acaba de lanzar el libro 40 años del Movimiento Pedagógico, 1982-2022. Es un texto que, bajo la compilación de Hernán Suárez, debería ayudarnos a definir los nuevos desafíos de la educación en Colombia. Sintetizo en esta columna las ideas que allí expongo.
El Movimiento Pedagógico es el mayor aporte de los docentes a la educación del país. De manera muy original y bajo el liderazgo de Abel Rodríguez Céspedes (QEPD), la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecode) impulsó en los años 80 y 90 una profunda trasformación en las escuelas del país.
Fue un momento especial en la historia en el que se combinó lo gremial, lo político y lo pedagógico para potenciar el liderazgo del sindicato de maestros e interpelar a la escuela. Por primera vez, las luchas del magisterio salían de los marcos estrictamente gremiales. Se reivindicaba la docencia como un trabajo intelectual que exigía lectura, reflexión, creación colectiva e investigación. Los maestros crearon la revista Educación y Cultura para analizar múltiples temas pedagógicos, aparecieron los Centros de Educación e Investigación de los Docentes (CEID) y un grupo amplio de profesores comenzó a hablar, leer y reflexionar sobre historia, pedagogía, currículo, psicología e innovación pedagógica.
La articulación entre docentes e intelectuales del país vivió su mejor momento, de allí que se acercaran al sindicato intelectuales muy reconocidos como Antanas Mockus, Marco Raúl Mejía, el grupo Historia de la Práctica Pedagógica en Colombia o el grupo Federici de la Universidad Nacional, entre otros. Este último asumiría una profunda y rigurosa argumentación en contra de la tecnología educativa que los organismos internacionales y el Ministerio de Educación Nacional (MEN) querían implementar en el país. Estaba equivocado el MEN y tenía la razón Fecode. Al fin de cuentas, la clase dirigente había abandonado por completo la educación.
La escuela comenzó a ser transformada por los docentes de manera colectiva. Los profesores ponían a prueba formas innovadoras de enseñar y evaluar, que se nutrían de las pedagogías críticas, la psicología educativa de vanguardia, los enfoques histórico-culturales y la Investigación Acción Participativa (IAP). La mayoría de las innovaciones pedagógicas colombianas actuales son hijas del original movimiento impulsado por Fecode desde los años 80. También su impacto dio alas a la naciente educación popular en el país.
Quienes participaron activamente en los orígenes del Movimiento Pedagógico comprendieron la naturaleza política de la educación y de allí el énfasis que asignaron a pensar nuevos fines generales para ella. Ese proceso se plasmaría en la Ley General de Educación de 1994, que es el mayor esfuerzo de construcción colectiva de política pública que hemos tenido en materia educativa en nuestro país. Allí participaron el MEN, Fecode, los partidos políticos y el gobierno del presidente César Gaviria. La ley estableció nuevos propósitos para la educación acordes con la naturaleza amplia, participativa, laica e incluyente de la Constitución de 1991. Así mismo, consagró la autonomía como principio esencial en la educación, democratizó el acceso y promovió la participación, la inclusión y la innovación.
Sin embargo, diversos factores internos y externos llevaron a que el original Movimiento Pedagógico colombiano detuviera su papel en la historia a partir de 1998. Con la llegada al poder de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe se frenó la participación, democratización e innovación que habían impulsado los gobiernos liberales, los docentes y el sindicalismo del país. Inició lo que Abel Rodríguez bautizó como la contrarreforma educativa. En materia pedagógica, la contrarreforma debilitó los Proyectos Educativos Institucionales (PEI), convirtió la escuela en un espacio regido por lógicas administrativas y alejó al rector del liderazgo pedagógico. Estos cambios debilitaron la comunidad educativa y la participación y quebraron en su esencia la autonomía de las instituciones educativas. Desapareció el debate pedagógico de la escuela y los docentes fueron obligados a llenar cientos de formatos y a pensar en términos de administración y eficiencia.
Al mismo tiempo, el recrudecimiento de la guerra convirtió la escuela en un espacio de confrontación y todos los grupos armados terminaron por transgredir el sagrado principio que establece que los colegios deben ser territorios de paz. Profesores y estudiantes fueron reclutados por guerrillas, paramilitares y ejército.
Mientras la confrontación involucraba de lleno a las escuelas en la guerra, el partido de gobierno se ensañó con Fecode y no pasaba semana sin que el sindicato fuera tachado de auxiliador de la guerrilla. Los docentes fueron denigrados y estigmatizados en redes y en medios. En este contexto, el Centro Democrático hizo todo lo posible por convencer al país de que la bajísima calidad de la educación tenía un único responsable: Fecode. Ellos, que gobernaron al país durante dos décadas, no eran los responsables, sino el sindicato de docentes, como si este decidiera el currículo, la formación de maestros o la política educativa. ¡El cinismo en su máxima expresión!
A nivel interno, el sindicato abandonó la reflexión pedagógica y, a partir de allí, sus ideas se distanciaron de las tesis del Movimiento Pedagógico. El discurso de Fecode volvió a priorizar exclusivamente lo gremial. Según el nuevo lenguaje que adoptó, la única posibilidad para mejorar la calidad de la educación era que aumentara la inversión del gobierno, disminuyera el número de estudiantes por curso y se protegiera gremialmente a los docentes. Desaparecieron los debates sobre las preguntas fundamentales de la educación: formación, currículo, fines educativos, evaluación, transformación o modelos pedagógicos.
Por lo anterior, desde 1998, Fecode ha participado muy poco en los debates pedagógicos nacionales. No contribuyó en la elaboración o el seguimiento de los planes decenales. No participó en el debate sobre la formación de maestros ni ha propugnado un cambio en los sistemas de formación. No ha contribuido al análisis de los currículos vigentes en Colombia, de las propuestas innovadoras implementadas en algunos países del mundo o de los modelos pedagógicos. Su voz cada día es más débil en el ámbito pedagógico, aunque sigue siendo muy importante su participación en la defensa del gremio de maestros.
El Movimiento Pedagógico dejó de ser un movimiento y una realidad social, pero siguió siendo un mito muy importante en la historia de la educación en el país. Necesitamos volver a sus principios fundantes, que fueron abandonados hace más de dos décadas por Fecode al concentrar su trabajo exclusivamente en la lucha salarial, corporativa, reivindicativa y gremial. Necesitamos volver a articular lo pedagógico, lo gremial y lo político.
Desde hace mucho tiempo las escuelas siguen concentradas en tareas impertinentes, descontextualizadas y de muy poco impacto en el desarrollo de los niños. Las prácticas educativas siguen siendo muy rutinarias, tradicionales y mecánicas. Por eso la gran mayoría de los jóvenes no aprenden a pensar, argumentar, leer de manera crítica o a razonar matemáticamente, aunque los maestros no lo reconozcan al descalificar el juicioso y responsable trabajo realizado por el ICFES para evaluar estas competencias.
Entre todos podremos relanzar el Movimiento Pedagógico, de manera que nos ayude a construir escuelas que contribuyan a consolidar la democracia y favorecer la movilidad social de las personas de menores ingresos en el país. El gobierno de Gustavo Petro podría ser una oportunidad para hacerlo, aunque ya pasaron ocho meses y todavía seguimos sin pensar y sin hablar de los profundos cambios pedagógicos que requiere la educación en el país.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).