El retorno a clases presenciales en 2021
Recientemente fue publicado en la prestigiosa Revista Nature un muy completo seguimiento realizado por la Universidad de Viena a las medidas tomadas para contener el coronavirus en 79 países. El estudio concluye que el cierre de colegios fue la segunda medida más efectiva para proteger la vida durante 2020, al tiempo que, la cancelación de las reuniones sociales fue la primera. En los Estados Unidos, a esa medida se le atribuye un impacto favorable hasta de un 60 por ciento en la disminución de la tasa de contagios. A la misma conclusión llega el estudio de rastreo de contactos de Corea del Sur que identificó a los adolescentes de 10 a 19 años con más probabilidades de propagar el virus que los adultos, o el seguimiento llevado a cabo en España para explicar los altos niveles de contagio alcanzados en la segunda ola que también confirió una alta responsabilidad a los jóvenes. Desafortunadamente, buena parte de ellos se sienten inmunes. El problema es que no lo son y tampoco sus padres y abuelos.
En este contexto fue claramente equivocado que, en la peor época de la pandemia, el MEN haya convocado a clases presenciales. Lo hizo en agosto, precisamente el momento en el que teníamos el mayor número de contagios y muertes por día. Nadie respondió a su llamado, pero dos meses después algunos colegios privados comenzaron a retomar parcialmente la presencialidad. La presente columna analizará si en el 2021 podremos retornar de manera generalizada a las escuelas del país. Si bien la medida de suspensión de clases fue muy necesaria, tenemos que ser conscientes de los graves costos que una medida de esta naturaleza genera para el desarrollo individual, familiar y social.
En primer lugar, los niveles de violencia familiar aumentaron. Es muy triste decirlo, pero muchos hogares en Colombia no son espacios de protección de los menores. Con alguna frecuencia, allí se maltrata a los menores y se acosa y violenta sexualmente a las niñas y niños. El ICBF estima que en el 85% de los casos de acoso y de violaciones a menores, los responsables son miembros del núcleo familiar y, sabemos por estudios de la Universidad de la Sabana, que, en más de la mitad de los hogares, los niños y niñas son golpeados con objetos de manera frecuente. Convivir con padres violentos, abusivos y autoritarios, es una desgracia para un menor en tiempos de confinamiento. Todo indica que, durante la cuarentena, los colegios dejaron de servir como espacios de protección de los niños y niñas.
En segundo lugar, la vida social, afectiva y emocional de niños y jóvenes, gira en torno a la escuela. Los compañeros del colegio y los profesores son fundamentales para brindarles seguridad emocional. Sin sus compañeros y profesores, aumentan las posibilidades de depresión, ansiedad y de deterioro socioemocional. Los colegios –contrario a lo que suelen creer muchos –, son en mayor medida espacios para desarrollar aprendizajes sociales y emocionales, que para lograr aprendizajes académicos. Hay que reconocerlo, en los colegios se aprende poco a nivel académico, pero en los muy buenos, se aprende lo esencial: a pensar, convivir y comunicarse.
En tercer lugar, la gran mayoría de niños y jóvenes en Colombia no pudieron pasar a plataformas virtuales. En muchos casos, pese al esfuerzo de los maestros, la educación se detuvo. Millones de hogares no cuentan con la conectividad y los dispositivos electrónicos necesarios. En la educación pública –tal como he afirmado en otros momentos-, el 66% de los estudiantes no pudieron pasar a un modelo de educación virtual. El costo de esto ha sido que se eleven las brechas entre los estratos. Los maestros se esforzaron, les escribieron por WhatsApp a sus estudiantes, los llamaron o les dejaron guías impresas. Aun así, ninguno de estos esfuerzos compensó los procesos de socialización y una educación de calidad. El problema es mucho más grave de lo señalado porque Colombia es de los pocos países del mundo en el que los estudiantes de los colegios oficiales no reciben gratuitamente textos escolares.
En cuarto lugar, los más sacrificados han sido los niños más pequeños. Ellos tienen menor nivel de autonomía y lectura. De allí que, sólo si cuentan con padres de familia que los medien y acompañen, pueden acceder a modalidades virtuales o al trabajo por guías. La gran mayoría de las familias del país, no tienen esa posibilidad. No cuentan con el tiempo, los recursos o las condiciones para hacerlo. La situación es especialmente crítica para niños en educación inicial y primaria, porque ellos no pueden quedarse solos en casa. Este factor ha implicado una nueva afectación para las familias socialmente menos favorecidas. Es por eso que los niños y niñas más pequeños del país, tienen que ser los primeros en retornar a la presencialidad.
El país tiene que prepararse para un retorno a clases seguro y gradual a partir de enero. Así como el MEN se equivocó al intentar que fuera antes, también se equivocarían los sindicatos de maestros si se siguieran oponiendo a retornar a la presencialidad en 2021. Los maestros tienen derecho a exigir condiciones de bioseguridad para toda la comunidad educativa. No pueden reabrirse colegios que no tengan agua, jabón, tapabocas para niños y docentes, ni condiciones para cumplir con el distanciamiento social. La protección de la vida tiene que ser una tarea conjunta de toda la sociedad. Los mayores de 60 años, por ejemplo, todavía no pueden retornar a la presencialidad (en Bogotá son el 13% de los docentes). Pero si el MEN y las Secretarías de educación garantizan las condiciones de bioseguridad y las inversiones necesarias, los maestros tenemos que ser los primeros en salir a defender el derecho de los niños, niñas y jóvenes a una educación de calidad. Así mismo, en un país tan diverso, tienen que ser las autoridades regionales quienes concerten las decisiones con las comunidades educativas.
A este respecto, Bogotá está haciendo bien las cosas. De un lado, ya adquirió los tapabocas lavables para todos los estudiantes y profesores; de otro, porque las condiciones de infraestructura de sus colegios son, en términos generales, muy buenas. Así mismo, está concertando el retorno con los maestros, padres y rectores. También porque ha asegurado Tablet y computadores para 100.000 estudiantes de bachillerato que han carecido de las condiciones para la conectividad. Esa es una buena orientación para las demás entidades territoriales: asegurar conectividad en bachillerato, presencialidad en inicial y primaria; concertar el retorno con los profesores, directivos y padres; garantizar protocolos y condiciones de bioseguridad.
Para todos debe ser claro que volveremos a una nueva presencialidad: sin deporte de contacto y con distanciamiento social, ojalá en grupos aislados. Nadie puede pensar que será una tarea fácil, porque aun si mañana fuera aprobada una vacuna por la OMS, el 1º de diciembre de 2021 seguiríamos usando tapabocas. No es momento para pensar mágicamente, sino para defender el derecho de niños y jóvenes a una educación de calidad y el de los profesores a cuidar la vida. Tendremos que enfrentar de manera colectiva y concertada los graves problemas. El tejido social, la confianza, la esperanza y el trabajo en equipo, hasta hoy, han sido debilitados por las guerras y las mafias. La pandemia, paradójicamente, podría fortalecerlos. A veces, las sociedades necesitan de las crisis para avanzar. Ojalá ese sea el caso de la pandemia.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).
Recientemente fue publicado en la prestigiosa Revista Nature un muy completo seguimiento realizado por la Universidad de Viena a las medidas tomadas para contener el coronavirus en 79 países. El estudio concluye que el cierre de colegios fue la segunda medida más efectiva para proteger la vida durante 2020, al tiempo que, la cancelación de las reuniones sociales fue la primera. En los Estados Unidos, a esa medida se le atribuye un impacto favorable hasta de un 60 por ciento en la disminución de la tasa de contagios. A la misma conclusión llega el estudio de rastreo de contactos de Corea del Sur que identificó a los adolescentes de 10 a 19 años con más probabilidades de propagar el virus que los adultos, o el seguimiento llevado a cabo en España para explicar los altos niveles de contagio alcanzados en la segunda ola que también confirió una alta responsabilidad a los jóvenes. Desafortunadamente, buena parte de ellos se sienten inmunes. El problema es que no lo son y tampoco sus padres y abuelos.
En este contexto fue claramente equivocado que, en la peor época de la pandemia, el MEN haya convocado a clases presenciales. Lo hizo en agosto, precisamente el momento en el que teníamos el mayor número de contagios y muertes por día. Nadie respondió a su llamado, pero dos meses después algunos colegios privados comenzaron a retomar parcialmente la presencialidad. La presente columna analizará si en el 2021 podremos retornar de manera generalizada a las escuelas del país. Si bien la medida de suspensión de clases fue muy necesaria, tenemos que ser conscientes de los graves costos que una medida de esta naturaleza genera para el desarrollo individual, familiar y social.
En primer lugar, los niveles de violencia familiar aumentaron. Es muy triste decirlo, pero muchos hogares en Colombia no son espacios de protección de los menores. Con alguna frecuencia, allí se maltrata a los menores y se acosa y violenta sexualmente a las niñas y niños. El ICBF estima que en el 85% de los casos de acoso y de violaciones a menores, los responsables son miembros del núcleo familiar y, sabemos por estudios de la Universidad de la Sabana, que, en más de la mitad de los hogares, los niños y niñas son golpeados con objetos de manera frecuente. Convivir con padres violentos, abusivos y autoritarios, es una desgracia para un menor en tiempos de confinamiento. Todo indica que, durante la cuarentena, los colegios dejaron de servir como espacios de protección de los niños y niñas.
En segundo lugar, la vida social, afectiva y emocional de niños y jóvenes, gira en torno a la escuela. Los compañeros del colegio y los profesores son fundamentales para brindarles seguridad emocional. Sin sus compañeros y profesores, aumentan las posibilidades de depresión, ansiedad y de deterioro socioemocional. Los colegios –contrario a lo que suelen creer muchos –, son en mayor medida espacios para desarrollar aprendizajes sociales y emocionales, que para lograr aprendizajes académicos. Hay que reconocerlo, en los colegios se aprende poco a nivel académico, pero en los muy buenos, se aprende lo esencial: a pensar, convivir y comunicarse.
En tercer lugar, la gran mayoría de niños y jóvenes en Colombia no pudieron pasar a plataformas virtuales. En muchos casos, pese al esfuerzo de los maestros, la educación se detuvo. Millones de hogares no cuentan con la conectividad y los dispositivos electrónicos necesarios. En la educación pública –tal como he afirmado en otros momentos-, el 66% de los estudiantes no pudieron pasar a un modelo de educación virtual. El costo de esto ha sido que se eleven las brechas entre los estratos. Los maestros se esforzaron, les escribieron por WhatsApp a sus estudiantes, los llamaron o les dejaron guías impresas. Aun así, ninguno de estos esfuerzos compensó los procesos de socialización y una educación de calidad. El problema es mucho más grave de lo señalado porque Colombia es de los pocos países del mundo en el que los estudiantes de los colegios oficiales no reciben gratuitamente textos escolares.
En cuarto lugar, los más sacrificados han sido los niños más pequeños. Ellos tienen menor nivel de autonomía y lectura. De allí que, sólo si cuentan con padres de familia que los medien y acompañen, pueden acceder a modalidades virtuales o al trabajo por guías. La gran mayoría de las familias del país, no tienen esa posibilidad. No cuentan con el tiempo, los recursos o las condiciones para hacerlo. La situación es especialmente crítica para niños en educación inicial y primaria, porque ellos no pueden quedarse solos en casa. Este factor ha implicado una nueva afectación para las familias socialmente menos favorecidas. Es por eso que los niños y niñas más pequeños del país, tienen que ser los primeros en retornar a la presencialidad.
El país tiene que prepararse para un retorno a clases seguro y gradual a partir de enero. Así como el MEN se equivocó al intentar que fuera antes, también se equivocarían los sindicatos de maestros si se siguieran oponiendo a retornar a la presencialidad en 2021. Los maestros tienen derecho a exigir condiciones de bioseguridad para toda la comunidad educativa. No pueden reabrirse colegios que no tengan agua, jabón, tapabocas para niños y docentes, ni condiciones para cumplir con el distanciamiento social. La protección de la vida tiene que ser una tarea conjunta de toda la sociedad. Los mayores de 60 años, por ejemplo, todavía no pueden retornar a la presencialidad (en Bogotá son el 13% de los docentes). Pero si el MEN y las Secretarías de educación garantizan las condiciones de bioseguridad y las inversiones necesarias, los maestros tenemos que ser los primeros en salir a defender el derecho de los niños, niñas y jóvenes a una educación de calidad. Así mismo, en un país tan diverso, tienen que ser las autoridades regionales quienes concerten las decisiones con las comunidades educativas.
A este respecto, Bogotá está haciendo bien las cosas. De un lado, ya adquirió los tapabocas lavables para todos los estudiantes y profesores; de otro, porque las condiciones de infraestructura de sus colegios son, en términos generales, muy buenas. Así mismo, está concertando el retorno con los maestros, padres y rectores. También porque ha asegurado Tablet y computadores para 100.000 estudiantes de bachillerato que han carecido de las condiciones para la conectividad. Esa es una buena orientación para las demás entidades territoriales: asegurar conectividad en bachillerato, presencialidad en inicial y primaria; concertar el retorno con los profesores, directivos y padres; garantizar protocolos y condiciones de bioseguridad.
Para todos debe ser claro que volveremos a una nueva presencialidad: sin deporte de contacto y con distanciamiento social, ojalá en grupos aislados. Nadie puede pensar que será una tarea fácil, porque aun si mañana fuera aprobada una vacuna por la OMS, el 1º de diciembre de 2021 seguiríamos usando tapabocas. No es momento para pensar mágicamente, sino para defender el derecho de niños y jóvenes a una educación de calidad y el de los profesores a cuidar la vida. Tendremos que enfrentar de manera colectiva y concertada los graves problemas. El tejido social, la confianza, la esperanza y el trabajo en equipo, hasta hoy, han sido debilitados por las guerras y las mafias. La pandemia, paradójicamente, podría fortalecerlos. A veces, las sociedades necesitan de las crisis para avanzar. Ojalá ese sea el caso de la pandemia.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).