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Tenemos una clase política que, en general, lee muy poco y no comprende sobre ciencia, tecnología, cultura, arte o educación. Mientras eso no cambie, no será posible mejorar la calidad de la educación. Las elecciones de marzo son una excelente oportunidad para lograrlo.
“Hay que hacer una reforma radical al SENA. El SENA, desafortunadamente, tiene demasiados cursos de filosofía y demás (sic), y no suficiente énfasis en solamente la formación para el trabajo”. Esta frase pronunciada por el candidato Enrique Peñalosa durante una entrevista a mediados de diciembre muestra claramente su incomprensión sobre el propósito de la educación en una sociedad democrática.
En su segunda alcaldía, las brechas entre la educación pública y privada crecieron de manera escandalosa en Bogotá. Según PISA, la disparidad en lectura en la capital aumentó en un 24% entre 2015 y 2018. Al mismo tiempo, disminuyó la cantidad de colegios públicos en las dos categorías más altas, pues pasó de 19,7% en 2016 a 16,8% en 2019. No sobra recordar que, si las brechas aumentan, la educación deja de cumplir con su propósito más importante: favorecer la movilidad social. Así mismo, es bueno tener presente que su secretaria se convirtió en ministra de Educación durante el gobierno de Iván Duque.
Muchos políticos en Colombia comparten tesis similares. En marzo de 2020, por ejemplo, la vicepresidenta Marta Lucía Ramírez aseveró que “en Colombia había demasiadas psicólogas y sociólogas” y que se necesitaban más técnicas. Paradójicamente, ¡ella coordinaba el trabajo con la Misión Internacional de Sabios! En noviembre de 2016, Manuel Duque, entonces alcalde de Cartagena, había dicho algo similar: “Un muchacho pobre… ¿de qué le sirve la filosofía? (…), ¿este muchacho qué va hacer con eso?”.
En privado muchos políticos añoran una educación con poca filosofía, humanidades, competencias socioemocionales y consolidación de lectura y pensamiento crítico. Lo repiten sin rubor: “lo que se necesita son técnicos que trabajen mucho y piensen poco”. Edward Rodríguez, representante del partido de gobierno, fue todavía más lejos cuando quiso prohibir el debate político en las aulas, para que las nuevas generaciones solo conocieran una única verdad. Esa, que era la vieja ilusión del Gran Hermano de George Orwell y los paramilitares en Colombia, el partido de gobierno aspiró a convertirla en ley de la república.
En realidad, tenemos una clase política que comprende muy poco de educación. Cualquiera que haya estudiado este tema verá que el Congreso de la República ha establecido un currículo totalmente impertinente y fragmentado, lo cual se explica si tenemos en cuenta la presión que han ejercido los parlamentarios para crear nuevas asignaturas y la baja reflexión pedagógica del Congreso y del Ministerio de Educación Nacional. Así mismo, comprobará que en el parlamento casi nunca se ha discutido sobre ciencia, cambio climático, deforestación, nuevas tecnologías, planes decenales de educación o recomendaciones de la Misión de Sabios.
¿Qué se puede esperar en materia de ciencia en un país donde se demostró plagio en las publicaciones del actual ministro de Ciencia? Fue un nombramiento que provocó el rechazo total de las academias y asociaciones de ciencia más importantes del país. ¿Y qué se puede esperar en materia educativa si a la presidenta del Senado la universidad de la que se graduó le retiró su título de maestría, también por plagio?
Como puede verse, no son casos aislados. Tenemos una clase política que, en general, lee muy poco y no comprende sobre ciencia, tecnología, cultura, arte o educación.
Lo más paradójico es que el partido de gobierno, que ha dirigido el Estado y la política educativa durante dos décadas, ha tratado de convencer al país de que el problema de la bajísima calidad de la educación es responsabilidad de los maestros. Ellos, que no han tomado ninguna medida para transformar la selección y formación de los docentes o los lineamientos curriculares, ¿vienen a decirnos que los responsables de la baja calidad educativa son los maestros? Ellos, que abandonaron la educación inicial y la rural, ¿quieren responsabilizar a los docentes de su formación deficiente? Ellos, que no han logrado articular adecuadamente el sistema educativo y que se han equivocado al establecer los Derechos Básicos de Aprendizaje, así como una estructura lineal, por grados, del proceso educativo, ¿quieren hacernos creer que la educación no alcanza altos estándares de calidad por culpa de los docentes? ¡Los pájaros tirándoles a las escopetas!
Pero lo más grave es que no hay semana en que el partido de gobierno no estigmatice y denigre públicamente a los docentes y a su sindicato. Al hacerlo, terminaron robándoles la esperanza a los profesores colombianos. Como dice Noam Chomsky, “si asumes que no existe esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza”. Y la mayoría de los maestros en Colombia creen que no es posible cambiar la educación: perdieron la esperanza.
Responsabilizar a los docentes de la baja calidad educativa es como responsabilizar a los niños por el bajo rendimiento escolar sin tener en cuenta la política educativa, el currículo, el apoyo familiar o la formación de los maestros. ¡Qué cinismo! Eso lo hacen diversos sectores políticos para ocultar su enorme responsabilidad. La transformación pedagógica tendrá que hacerse con los maestros y las maestras de Colombia y no en contra de ellos. Sin duda, FECODE no ha estado a la altura de las circunstancias, esencialmente porque al defender al gremio abandonaron las reflexiones pedagógicas y bloquearon el sistema de evaluación de docentes. Así mismo, se han equivocado de manera grave y reiterada al resistirse al retorno a la presencialidad de los estudiantes durante un tiempo tan largo y sin tener en cuenta los dramáticos efectos de la pandemia sobre la estabilidad socioemocional de niños y jóvenes. Eso es cierto y también hay que decirlo, pero de ninguna manera anula la histórica deuda del Estado con la educación de los colombianos.
Contrario a lo que piensa la mayor parte de la clase política colombiana actual, no es posible una educación de calidad sin filosofía, humanidades, artes, por la sencilla razón de que no sería una educación integral. Y sin educación de calidad no es posible consolidar la democracia. Como sustentó Martha Nussbaum en su hermoso texto Sin fines de lucro, “cultivar la capacidad de reflexión y el pensamiento crítico es fundamental para mantener a la democracia con vida y en estado de alerta”.
La conclusión principal es muy clara: lo que le falta a Colombia son gobernantes que entiendan de educación, ciencia, cultura y tecnología y que, si no entienden, conformen comités técnicos que los asesoren. ¿Acaso existe una manera diferente para garantizar la movilidad social, construir la paz, disminuir las desigualdades o frenar la corrupción?
Una educación de calidad eleva la productividad y ayuda a construir tejido social, pensamiento crítico, trabajo en equipo, tolerancia, empatía, democracia y movilidad social, entre otros. Es por eso que ningún país avanzó de manera significativa durante el siglo XX sin invertir en ciencia y educación y sin promover transformaciones pedagógicas estructurales en sus aulas. Por lo mismo, nuestro desarrollo carga el lastre de una educación de muy baja calidad y de una clase política que no sabe cómo mejorarla.
Ahora que estamos cerca de las elecciones de marzo, no recomendaré ningún movimiento en particular, pero sí estoy convencido de que necesitamos elegir un congreso más comprometido con la ciencia, la tecnología y la educación. La idea se podría resumir en una consigna que defendí en 2018: “Si tu candidato no sabe cómo cambiar la educación, cambia de candidato”. Es fácil de entender si tenemos en cuenta que quien sabe cambiar la educación sabe cómo cambiar el país. Y no tengo duda: Peñalosa, que es quien más sabe de educación en el “Equipo por Colombia”, sabe tan poquito que no podría cambiar la educación de este país. Ya lo demostró como alcalde de Bogotá y lo volvió a recordar en su entrevista a mediados de diciembre de 2021.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)