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¿Es posible un diálogo nacional sin escuchar a los jóvenes?

Julián de Zubiría Samper
11 de mayo de 2021 - 03:00 a. m.
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No es posible iniciar un diálogo sin reconocer a las personas con las que vamos a dialogar. Por eso nadie puede llamar “idiota útil” a su contradictor. Si queremos construir en equipo, tenemos que empezar por desarmar nuestro lenguaje para construir confianza.

Entre octubre y diciembre de 2018 las calles del país se llenaron de jóvenes que se movilizaban en defensa de la educación. Serán recordadas como unas de las marchas más multitudinarias y pacíficas que conozcamos, en especial porque se presentaron todas las semanas durante dos largos meses. Fruto de ellas, y por primera vez en la historia, el presidente de la República se sentó a hablar con los universitarios y se revirtió la política pública trazada desde la Ley 30 de 1992. Los jóvenes lograron nuevos y muy importantes recursos para la educación pública superior.

Un año después, a fines de 2019, volvimos a ver a la juventud en las calles. Los artistas tomaron mayor protagonismo y eso permitió llenar las movilizaciones de teatro, baile, títeres y música. Sin duda, le cantaban a la vida. Era la nueva narrativa que parecía asumir la protesta social. También se sumaron maestros, sindicalistas y líderes ambientales. Cada uno quería que se tuvieran en cuenta sus propias reivindicaciones. En Colombia hay tantos temas por los que luchar que el pliego que le presentaron al gobierno Duque incluía ¡104 aspectos por discutir!

El gobierno se enfrentaba en las calles a quienes clamaban por la implementación de los acuerdos de paz y pedían cambios en la política social, ambiental, educativa, económica y laboral. En ese contexto, sacó su as bajo la manga e invitó a unos encuentros denominados “conversación nacional”. Se trataba de oír a todos, pero sin dialogar con los presentes. Piaget lo hubiera denominado un “monólogo colectivo”. Asistí a la mesa de educación y debo reconocer que es difícil expresar la frustración que sentí. No había agenda previa, ni se reconocían los múltiples diagnósticos, planes, programas y compromisos anteriores. Era poca la representatividad y las finalidades no eran claras. Tal vez el objetivo estaba implícito: ¡desactivar el paro!

No fue la estrategia del gobierno la que debilitó el paro. Fue la pandemia. Nos encerró en cuatro paredes y nos llenó de miedo. Destruyó vidas, empresas, empleos, sueños e imposibilitó la socialización. Sin duda, los jóvenes fueron quienes cargaron con el mayor peso. Eso lo ratifican las cifras de desempleo juvenil y la sensible disminución de quienes siguieron estudiando en colegios y universidades. Pero hay otro factor, tan importante como los anteriores, que poco ha sido tenido en cuenta en los análisis: el profundo efecto psicológico de permanecer encerrados, sin socializar, sin ir a fiestas, sin hacer deporte, sin viajar y sin tener encuentros con amigos y compañeros. Los jóvenes han sido duramente golpeados a nivel emocional. Sabemos que han aumentado sus niveles de tristeza y depresión. La explicación es sencilla: lo que genera felicidad en la vida es amar y sentirse amado, tener proyectos y compartir con amigos y familiares. Pocas de esas cosas pudieron hacerse a partir de marzo de 2020. Por lo menos, no de manera legal y continua.

Año y medio después los jóvenes han salido a las calles de nuevo. Ahora no son solamente los estudiantes. La mayoría no tiene empleo, educación, oportunidades, ni esperanza. El empleo lo perdieron antes y durante la pandemia, la educación la vieron muy reducida en el confinamiento y la esperanza se la hemos ido arrebatando a pedazos.

El 2 de octubre de 2016, el 81% de los jóvenes que tenía derecho al voto se quedó en su casa viendo cómo triunfaba el NO. Eso les movió sus fibras íntimas. Por eso, desde 2016 ellos fueron claves para restablecer la esperanza. Sin embargo, su ilusión duró poco. Con el triunfo de Iván Duque en 2018, los jóvenes sufrieron en carne propia el sistemático asesinato de los firmantes de la paz y de los líderes sociales. Según INDEPAZ (2021), en 2020 se perpetraron en Colombia 90 masacres; en promedio, una cada cuatro días. En una de las más recientes descuartizaron a tres niños en Quibdó, y de las 37 vidas que se han perdido en el presente paro nacional, muy pocos habían cumplido 25 años. Según la Defensoría del Pueblo, hay 89 desaparecidos. ¿Dónde están?, ¿quién los tiene?, ¿por qué no lo saben sus familias? ¡No hay palabras para explicarle a un joven qué nos pasa como sociedad y no hay más lágrimas para llorar tantos muertos!

Por eso los jóvenes han salido a las calles más llenos de ira e indignación. Tienen frescos en la memoria a Dylan Cruz y Javier Ordóñez, dos jóvenes asesinados en el contexto de movilizaciones recientes. Sienten que no tienen futuro ni oportunidades, no se cumplieron sus expectativas frente a la paz, confían poco en los demás y no creen en una clase política a la que identifican con la corrupción. Les robaron la esperanza y no se sienten representados por las instituciones, mucho menos por el gobierno. No hay que olvidar que, cuando empezaban las protestas, el 74% de los jóvenes tenía una imagen desfavorable del mandatario. ¡Lo único en lo que creen es en la educación!

Para completar, el gobierno no los entiende y con frecuencia ayuda a estigmatizarlos. En 2018, aunque lideraron las marchas estudiantiles más pacíficas, los llamaron “vándalos”. En 2019 dijeron que eran financiados por el Foro de Sao Paulo. En 2021 les están diciendo que son los “idiotas útiles” del narcotráfico, las disidencias y el ELN.

No es posible iniciar un diálogo sin reconocer a las personas con las que vamos a dialogar. Por eso nadie puede llamar “idiota útil” a su contradictor. “El conversar –como decía Humberto Maturana– es un modo particular de vivir juntos”. Si queremos construir en equipo, tenemos que empezar por desarmar nuestro lenguaje para construir confianza.

Tres preguntas son esenciales para entender cualquier diálogo: ¿cuál es su finalidad?, ¿sobre qué versará? y ¿con quién se llevará a cabo?

La única posibilidad es propiciar un diálogo que nos ayude a encontrar los consensos que no hemos sabido construir. El primero tiene que ser la defensa de la vida y la condena a todos los tipos de violencia. Una condena general de los 2.200 abusos perpetrados por la fuerza pública y de la violencia de algunos jóvenes que ha derivado en 700 policías heridos. Todos los heridos y todos los muertos nos deben doler por igual. Por eso, tendríamos que propiciar un clima que favorezca la construcción de esperanza.

Es muy grave que algunos jóvenes crean que la única posibilidad que tienen para ser escuchados sea destruyendo estaciones de Transmilenio, bancos, almacenes y cámaras de foto multas, o que prendan fuego a un CAI lleno de policías. Pero es todavía más grave el silencio sepulcral del gobierno ante miles de violaciones a los derechos humanos perpetradas por la Policía y las fuerzas militares y registradas en los celulares de los marchantes.

El ELN ha convocado un paro armado en respaldo al Paro. Mi invitación a todos los jóvenes es a que rechacen categóricamente su presencia, su respaldo y su participación. Se trata de una movilización pacífica que no puede generar ni un herido o muerto más. No solo hay que rechazar al ELN, sino cualquier acto vandálico que ayude a estigmatizar la protesta y que nos conduzca al círculo vicioso del cual no hemos podido salir en décadas.

Estanislao Zuleta decía que “una sociedad mejor es una sociedad capaz de tener mejores conflictos”. Tenía toda la razón. A los colombianos, por el contrario, nos cuesta tramitar nuestras diferencias y fácilmente escalan y terminan en conflictos mayores. Eso es lo que nuestros jóvenes han aprendiendo en sus casas y eso es lo que han visto a lo largo de su vida. Pero hay momentos en los que podemos dar un giro. Los matemáticos lo definen como un punto de inflexión. La pandemia, las masivas movilizaciones juveniles, el desencanto con la vieja política tradicional, la participación de los artistas y la proximidad de la culminación del conflicto armado en Colombia, nos permiten pensar que estamos cerca de un punto de inflexión en la historia colombiana. Las mesas de diálogo son una oportunidad para ayudar a construirlo.

En las nuevas mesas convocadas por el gobierno no se podrán discutir todos los temas. Tendremos que ponernos de acuerdo en un programa mínimo de tres o cuatro puntos. Para cualquier joven serán sus prioridades: la defensa de la vida, la educación, el empleo y el apoyo a los sectores más desfavorecidos –¡que hoy representan a medio país!–.

Obviamente tendrá que ser un diálogo amplio y diverso. Pero en lo que quiero insistir es que no será posible desactivar la “bomba social” sin involucrar a los jóvenes en el proceso. A todos: a los universitarios, a los campesinos, a los de las barriadas, a los que se quedaron sin empleo y a los que no les alcanzaron sus recursos para mantener su educación. No es posible un diálogo nacional sin que estén amplia y diversamente representados quienes están en las calles: los jóvenes.

Churchill decía que la diferencia entre un político y un estadista es que el primero piensa en exceso en las próximas elecciones y el segundo en las próximas generaciones. En Colombia hay demasiados políticos obsesionados con el 2022 y muy pocos pensando en las próximas generaciones. Por eso estoy de acuerdo con una de las afirmaciones pronunciadas recientemente por el presidente. “En 2022 –decía el presidente Duque– Colombia debería elegir a un pedagogo y no a un demagogo”. La pregunta compleja es a quién podríamos elegir sabiendo a ciencia cierta que está pensando en escuchar a los jóvenes y en gobernar teniendo en mente a las próximas generaciones.

 

Helmer(68067)12 de mayo de 2021 - 07:56 p. m.
Un dato que llama la atención: "el 81% de los jóvenes que tenía derecho al voto se quedó en su casa viendo cómo triunfaba el NO." Hay que generar conciencia de la importancia de ir a las urnas....
alvaro(18137)11 de mayo de 2021 - 11:51 p. m.
Lastima en el artículo no haber tenido en cuenta lo que "los jóvenes" en mención están reclamando del gobierno, la lectura de fuerzas políticas ,sociales y culturales que los movilizan.
Alberto(3788)11 de mayo de 2021 - 11:16 p. m.
Veraz y acertado recuento, muy buen análisis. el "dialogo" del gobierno: "Yo con Yo".
LUIS(29497)11 de mayo de 2021 - 08:01 p. m.
Bueno y real el análisis , el colmo seria que después de estos 4 años perdidos este señor nos venga a recomendar por quien votar ,cuando el eterno se lo indica , allá los que quieran reincidir en el error de cumplir ordenes de quien nos tiene en la peor debacle de toda la era republicana. Los tres huevitos se pudrieron desde el comienzo , fueron un fiasco con evidentes resultados.
Celyceron(11609)11 de mayo de 2021 - 07:37 p. m.
Muy triste el escenario en el que estamos. Muy graves han sido los crímenes cometidos por la policía. Cegar la vida de los jóvenes en muy grave. Pero desaparecerlos es peor. Las familias y los amigos, quedan en el limbo más terrible sin saber qué pasó con ellos. Esperemos que el "gobierno" invite a los principales protagonistas de este paro, que escuche y tome las medidas necesarias para mejorar
  • Arturo(82083)11 de mayo de 2021 - 11:46 p. m.
    Nuestro Cantinflas se cree pedagogo
  • Celyceron(11609)11 de mayo de 2021 - 07:40 p. m.
    su vida. No sería bien visto que los únicos invitados sean sus áulicos. ¿Duque, el subpresidente, recomienda un pedagogo y no un demagogo? ¿Y cómo se le ocurriría?
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