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769 colegios privados han cerrado en el último año y medio en Colombia. La gran mayoría de ellos estaban ubicados en Bogotá y otras capitales. ¿Qué está pasando? ¿Va a permanecer la tendencia? ¿Se va a agravar? ¿Qué podemos hacer?
Colombia es uno de los países que en menor tiempo ha hecho la transición demográfica. En los años sesenta eran frecuentes las familias de diez o quince hijos. En promedio, las madres tenían 7,6 hijos, muy similar al caso de África. La situación cambió por completo en las últimas décadas: han desaparecido las familias numerosas y, en los estratos medios y altos, es muy frecuente la presencia de un solo hijo e incluso las familias sin hijos. En el año 2000 nacieron 750.000 niños y niñas en el país, en tanto en el 2023 fueron 510.000. El cambio es mayor si se analizan aparte las estadísticas de Bogotá y las grandes capitales. Para 2021, en Bogotá las madres tenían un promedio de 1,2 hijos, muy similar al de las madres europeas actuales. Esto significa que hay menos niños y niñas para asistir a los colegios. En los estratos bajos, la transición demográfica ha sido más lenta.
En Bogotá la pandemia marcó un punto de quiebre en la educación inicial. La población que asistía a jardines infantiles privados se redujo a la mitad entre 2019 y 2021 y, a partir de ese momento, se ha mantenido en niveles muy bajos. Mientras eso sucede en los privados, la población que asiste a centros públicos se ha mantenido estable, lo que implica que hoy asisten más niños y niñas a los centros preescolares públicos que a los privados.
En la educación básica la situación es relativamente similar. Entre 2016 y 2024, en Bogotá, llegamos a tener 165.000 estudiantes menos en los colegios privados. Por el contrario, en los colegios públicos la población ha tendido a mantenerse. Además de la transición demográfica menos pronunciada en los sectores populares, la masiva llegada de niños y jóvenes venezolanos durante la última década ha contribuido a este sostenimiento. Debe entenderse que la población de menores de edad ha sido acogida fundamentalmente por los colegios públicos. Según cifras de USAID, Bogotá alberga hoy al menos 572.000 migrantes venezolanos.
Como puede concluirse, el cierre de colegios privados será cada vez más frecuente y las matrículas en los colegios oficiales también se debilitarán si en Venezuela por fin la población no sigue obligada a emigrar. Ojalá ellos encuentren en su país esperanza y oportunidades de vida. Reconocer el claro triunfo que obtuvo Edmundo González en las recientes elecciones es la primera condición en este sentido. Si prevalece la democracia y muchas familias venezolanas retornan a su país, sería una excelente oportunidad para disminuir el tamaño de los cursos en primaria, que es el ciclo en el cual un alto número de estudiantes resulta negativo para la calidad de la educación.
Ahora bien, los colegios que han cerrado sus puertas eran colegios con historia, pero muy tradicionales. Ellos no supieron leer las demandas de los tiempos modernos. Eran colegios que mantuvieron currículos y proyectos educativos centrados en el paradigma de la transmisión de la información, las normas y la disciplina. No se transformaron pedagógicamente. No dieron el paso a la formación integral, las comprensiones humanas, la lectura crítica y el análisis. Eran colegios que creyeron que podían vivir del prestigio que alcanzaron en décadas anteriores, pero el tiempo fue implacable con ellos. Lo que era pertinente a mediados del siglo XX dejó de serlo a comienzos del siglo XXI.
Es un panorama muy complejo que no ha sido suficientemente analizado. Los periodistas Paula Casas y Daniel Coronell han puesto el tema sobre el tapete. Tienen toda la razón al hacerlo.
Estamos ante un reto nuevo que exige ser interpretado de manera pausada, sustentada y reflexiva para poder tomar las medidas que nos ayuden a afrontar de la mejor manera posible la nueva realidad que viven muchos colegios en las grandes capitales. En Bogotá, por ejemplo, además de los 160 colegios que cerraron sus puertas en el último año y medio, tenemos 60 en proceso de cierre. Sería absurdo aplaudir la quiebra de colegios y jardines infantiles. Se perdería una historia acumulada de conocimientos, experiencias y competencias que ojalá fuera mejor aprovechada para la formación de niños, niñas y jóvenes. Sin duda, estamos ante un proceso generado por factores estructurales. Aun así, es necesario acompañar el proceso de los colegios que están marchando hacia la quiebra con conocimiento y estrategias técnicas y financieras.
Hace ocho años un sector de la clase política quiso transferir los recursos del sector público para beneficiar al sector privado. Para hacerlo creó el programa Ser Pilo Paga. El 85 % de esos recursos terminaron en cinco universidades privadas y en un grupo ínfimo de estudiantes. Eso fue muy equivocado. El Estado tiene que proteger y privilegiar la educación pública. Su deber es garantizar una escuela pública robusta y de calidad para que la mayoría de la población reciba una formación que garantice la movilidad social. Eso lo hemos logrado en una buena parte de universidades públicas, pero todavía no lo alcanzamos en los colegios oficiales. Pero, así como es equivocada la tesis de debilitar la educación pública, también lo es pensar –como hacen algunos– que la solución en Colombia está en concentrar toda la educación en el sector público. Eso no es viable ni conveniente en las próximas décadas. Este gobierno, por ejemplo, creyó que podía aumentar la oferta teniendo en cuenta exclusivamente las universidades públicas y, después de prometer en campaña crear 500.000 nuevos cupos, en sus primeros dos años solo ha logrado crear 9.000. Se equivocó al desconocer la necesidad de acudir también a las universidades privadas para ampliar las oportunidades y mejorar el futuro de los jóvenes del país. Las soluciones a los problemas complejos no se alcanzan con interpretaciones en blanco o negro. Necesitamos los matices.
Ambas posiciones deben ser rechazadas. Colombia también le debe mucho a la educación privada. Su papel ha sido clave en investigación, innovación, transformación y formación de comunidad, docentes y estudiantes. Es cierto que la calidad de la educación privada es heterogénea, pero se equivocan profundamente quienes creen que podemos salir adelante debilitándola. Necesitamos educación pública y privada de alta calidad y contextualizada con las demandas de los tiempos modernos.
El mejor ejemplo lo dio Bogotá en años recientes, cuando invitó a los jóvenes de grado once a elegir entre educación técnica, tecnológica y universitaria en el sector público y privado, dando especial énfasis –como debe ser– a las instituciones públicas. A las privadas les exigió importante contrapartida para vincularse al programa, algo que estuvo por completo ausente del programa Ser Pilo Paga. Con esa estrategia, Bogotá aumentó significativamente las expectativas de futuro de los jóvenes. En 2018, el 46,6 % de los bachilleres ingresó inmediatamente a la universidad, mientras en 2023 lo hizo el 52,2 %. Son políticas con impacto social a largo plazo que triunfan gracias a que reconocen el carácter público y privado de la educación en el país. Otro ejemplo en el mismo sentido es la muy exitosa experiencia de los colegios en concesión. Esos son los colegios públicos que recogen la experiencia de los privados, alcanzan los mejores resultados y son los más solicitados por los padres de familia. Es una de las posibilidades por analizar.
Como decía Octavio Paz, “la ceguera biológica impide ver, la ceguera ideológica impide pensar”. Me temo que en Colombia hay más ciegos ideológicos. Algunos de ellos piden cerrar todos los colegios públicos y otros, cerrar todos los colegios privados. Ambos tienen dificultades para pensar con claridad. Aplaudir el cierre de colegios privados es no entender que a este país lo tendremos que sacar adelante todos y que cada uno, desde su lugar, tiene una meta y un papel por cumplir.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)