¿Cómo podemos contribuir desde la educación a la construcción de paz a la luz de lo que ha revelado el informe de la Comisión de la Verdad?
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¿Cómo podemos contribuir desde la educación a la construcción de paz a la luz de lo que ha revelado el informe de la Comisión de la Verdad?
El informe de la Comisión de la Verdad (CV) es el estudio más completo, integral e importante que se haya realizado para conocer y entender el largo y cruento conflicto armado colombiano. Los comisionados escucharon 30.000 testimonios, la mayoría de familiares de personas secuestradas, asesinadas y desaparecidas por alguno de los actores del conflicto. Eso garantizó diversidad de miradas y permitió ganar en complejidad e intersubjetividad. Como estrategia de divulgación, se creó una completa plataforma digital para interpelar a la sociedad y ayudarla a sanar las heridas casi incurables que dejan todas las guerras.
Entre los múltiples hallazgos de la Comisión, hay tres que revelan la profunda degradación del conflicto armado. Después de un muy riguroso trabajo de campo, estadístico, entrevistas e interpretación, la CV pudo verificar que entre 1985 y 2016 en el conflicto armado colombiano sucedieron, entre otras cosas, las siguientes:
Primero. Desaparecieron 121.000 personas. Los paramilitares, la guerrilla y el ejército tomaron la decisión de asesinarlas sin que hubiera juicio, proceso o investigación en curso. En la mayoría de casos, sus familiares todavía no han podido encontrar los cadáveres. Son cientos de miles de heridas sin sanar. Esta escandalosa cifra supera el número total de desapariciones perpetradas por todas las dictaduras del Cono Sur durante los años 70 y 80.
Segundo. El conflicto tuvo consecuencias devastadoras para la nación y la vida humana. La Comisión concluye que por lo menos 9 millones de personas han sido víctimas. Esto quiere decir que el conflicto afectó directamente al 20 % de la población colombiana. Así mismo, 7,7 millones fueron desplazados. Como puede concluirse, la tierra es un elemento esencial para entender el conflicto. Cada terruño que abandonaron los desplazados fue a parar a manos de quienes promovían la confrontación. De esta manera, la guerra ayudó a concentrar la tierra en pocas manos. Somos el país con el mayor número de desplazados y con uno de los coeficientes de concentración de la tierra más altos en el mundo. Además, 50.000 personas fueron secuestradas, el 40 % de ellas por las FARC, en condiciones de total degradación de la vida humana, hasta el punto que fueron encadenados y enjaulados.
Tercero. 456.000 personas fueron asesinadas. La cifra es ya una tragedia gigantesca, pero empeora cuando se constata que el 80 % de ellas eran civiles desarmados. Aun así, el dato más escalofriante es que tan solo el 1,5 % de los asesinatos ocurrió en combate. Cientos de miles de jóvenes campesinos fueron vilmente asesinados cuando recién comenzaban a vivir. Los paramilitares asesinaron al 45% de ellos, las FARC al 21% y los agentes del Estado al 12%. La gran mayoría murió porque alguien los acusó de apoyar al ejército contrario. Casi todas las víctimas eran campesinos que intentaban cultivar la tierra y sobrevivir en medio del conflicto.
No hay duda de que la educación tiene la llave maestra para garantizar la resolución pacífica y dialogada de los conflictos. Eso lo vemos a diario los profesores cuando resolvemos duras peleas, riñas y confrontaciones entre nuestros estudiantes. Una palabra profunda, reflexiva y dialogada, pronunciada a tiempo, puede parar cualquier enfrentamiento entre compañeros. Para lograrlo, se necesita siempre conocer, escuchar y empoderar a todos los estudiantes. La pregunta es: ¿cómo podemos los educadores ayudar a construir la paz?
Hay tres tareas que considero las más importantes para favorecer una convivencia más pacífica y una mejor resolución de conflictos en el contexto actual, aunque previamente me he referido a las medidas necesarias para disminuir el bullying y cualificar la convivencia en los colegios.
La primera tarea que tenemos los educadores es garantizar que las nuevas generaciones conozcan la tragedia que hemos vivido. Según una encuesta contratada por la CV, el 40 % de los colombianos no conoce la historia de la confrontación y el 35 % la conoce “más o menos”. Para ayudar a que no se repita la tragedia, uno de los primeros decretos del nuevo MEN debería establecer el estudio del Informe final de la CV de manera obligatoria en todos los grados entre 6º y 11º entre el 8 de agosto de 2022 y el 8 de agosto de 2024. En edades menores no es posible una comprensión de la historia. La tarea debe estar orientada por los profesores de ciencias sociales en todo el país y para ello no es necesario crear una nueva asignatura.
Aun así, es importante resaltar que no basta conocer; tenemos que garantizar comprensión, reflexión, interpretación y sensibilidad frente a la tragedia que vivimos. Esto implica que los jóvenes accedan a la plataforma digital de la CV y que vean los videos con mediación de sus profesores. Los estudiantes deberán exponer sobre la tragedia y realizar debates en cada aula de sociales y en cada colegio del país. Se trata de apropiarnos cognitiva y emocionalmente de una historia que es por completo desconocida para la mayoría.
La segunda tarea tiene que ver con la reconstrucción del tejido social y la confianza. La guerra ha debilitado por completo nuestro tejido social, la savia de la convivencia. Debido a eso, los colombianos confiamos muy poco en los demás. El dato que conocemos es de 2016 y es muy preocupantemente: los jóvenes colombianos tan solo confían en el 4 % de las personas que conocen. El problema es que sin tejido social no hay trabajo en equipo ni proyecto de nación.
En todos los colegios debemos hacer ejercicios para consolidar la empatía, la confianza y el trabajo en equipo. El arte es un medio ideal para lograrlo, porque nos exige ponernos en el lugar de los otros. Algo similar logra el buen trabajo en ciencias sociales, porque nos permite comprender que las ideas, los valores y las prácticas han cambiado a lo largo del tiempo y que son diferentes entre las diversas culturas. Lo grave es que en Colombia se dedica muy poco tiempo y espacio a ciencias humanas y artes. Además, equivocadamente seguimos enfatizando en la transmisión de informaciones y técnicas. Afortunadamente, la plataforma de la CV es robusta en talleres, ejercicios y didácticas orientadas a reconstruir el tejido social en la escuela. En especial, se recomiendan sus lineamientos pedagógicos y didácticos para la enseñanza de la verdad en la escuela y para promover los diálogos plurales.
Tal vez por lo anterior, lo más novedoso e importante del informe de la CV fueron las profundas preguntas éticas que el padre de Roux le formula a la sociedad. Resalto algunas de ellas:
“¿Por qué el país no se detuvo para exigir a las guerrillas y al Estado parar la guerra política desde temprano y negociar una paz integral? ¿Cuáles fueron el Estado y las instituciones que no impidieron y más bien promovieron el conflicto armado? ¿Dónde estaba el Congreso, dónde los partidos políticos? ¿Hasta dónde los que tomaron las armas contra el Estado calcularon las consecuencias brutales y macabras de su decisión? ¿Nunca entendieron que el orden armado que imponían sobre los pueblos y comunidades que decían proteger los destruía, y luego los abandonaba en manos de verdugos paramilitares? ¿Qué hicieron ante esta crisis del espíritu los líderes religiosos?”.
Como diría Bertolt Brecht: una pregunta para cada historia.
La tercera tarea es la más compleja y demandante, pero también la más importante: impulsar el cambio cultural que necesitamos. Tenemos que aprender a respetar, a convivir sin estigmatizar ni excluir, a quien piensa o actúa diferente, así como a valorar la diversidad de ideas, religiones, regiones y géneros. Es esencial el papel de los maestros para ayudar a valorar las diferencias, respetando las posiciones diversas, favoreciendo la lectura crítica y mediando el buen uso de las redes.
Una escuela tradicional en la que es el maestro quien habla y en la que el estudiante obedece y escucha, favorece el autoritarismo, en tanto una escuela dialogante fortalece la participación y la democracia. En las aulas debemos promover el diálogo, las preguntas, los talleres, los debates, las mesas redondas y la investigación. También es esencial la lectura de textos que defiendan diferentes posiciones y que utilicen diversos lenguajes, medios y contextos. Eso favorece la tolerancia y ayuda a distanciarnos del fanatismo y la intolerancia. La clave está en reconocer la pluralidad.
En la escuela le debemos dar la palabra a nuestros estudiantes para que lean, estudien, debatan e interpelen. También debemos ayudarles a ser más nosotros y menos yo. “Soy porque somos”, decía de manera bellísima en campaña quien será nuestra primera vicepresidenta negra, Francia Márquez.
De allí la enorme importancia del trabajo que viene adelantado el nuevo gobierno invitando a dialogar a sus contradictores. Está haciendo lo que ningún presidente había logrado: generar confianza. Ser contradictor no implica ser enemigo y pensar distinto no debería conducir a la estigmatización, la degradación o la muerte. Petro está dando una lección de democracia a la clase política colombiana al mostrarle que se puede –y se tiene que poder– dialogar con los opositores. Al dialogar y mirar a los ojos nos humanizamos y comenzamos a desarmar los espíritus.
A Piaget le preguntaron si era posible una educación para la paz. Su respuesta es tan profunda como sencilla. Según él, la condición esencial para lograrlo es formar personas más empáticas sin que, por ello, tengan que “abandonar su punto de vista y sin tener que suprimir sus creencias”. Eso es lo que está haciendo, hasta el momento, el presidente electo.
La paz la construiremos entre todos. La buena noticia es que el nuevo gobierno está marchando en la dirección correcta. Ahora falta que lo hagamos también los ciudadanos.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)