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La semana pasada, Nueva York se sumó a la demanda que habían presentado cuatro meses atrás 41 estados de los EE. UU. contra las principales plataformas tecnológicas. Las acusan de alimentar la depresión en los jóvenes, violar la privacidad y crear adicción. Son tres argumentos centrales que serán debatidos durante los próximos años en los tribunales. ¿Ganarán la demanda y aparecerán nuevas leyes que restrinjan su uso y favorezcan un mayor control parental?
En octubre de 2023, 41 estados de los Estados Unidos decidieron iniciar una acción conjunta contra Meta, la empresa propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp. La acusación decía que se había “aprovechado del dolor de los niños diseñando intencionadamente sus plataformas con características que les manipulan y les mantienen adictos, al mismo tiempo que rebajan su autoestima”.
La demanda surgió de un debate nacional en 2021, cuando Meta comunicó su decisión de crear Instagram Kids, una versión de su popular red social dirigida a menores de 13 años. El 95 % de los jóvenes entre los 13 y 17 años aseguran estar al menos en una plataforma digital y Meta aspiraba llegar a un segmento menos controlado comercialmente. En ese momento, un grupo de 44 fiscales generales envió una carta abierta a Mark Zuckerberg donde le pedían suspender la idea.
Recientemente, en el Senado de los EE. UU. se debatió sobre la responsabilidad de estas plataformas en el caso de menores que fueron engañados, abusados y asesinados como consecuencia de contactos establecidos por medio de las redes sociales. Así mismo, la Comisión Europea investigará a TikTok por favorecer la adicción de los menores.
Seguramente estamos cerca de crear leyes para reglamentar el uso de las redes sociales por parte de menores de edad, habrá sanciones para algunas plataformas y aparecerán nuevos mecanismos de control parental en las familias y de reglamentación en los colegios. ¿Estamos ante un caso similar al que llevó a la ciudadanía a demandar a las tabacaleras en los años ochenta? Es muy posible. Aun así, debemos tener en cuenta que se enfrentan a empresas con poder ilimitado, cientos de abogados, nexos y recursos para defenderse. Como es obvio, el problema se magnifica cuando se trata de menores de edad que presentan fragilidad, muy bajos niveles de autonomía y mayor riesgo de adicciones y crisis emocionales.
Para analizar qué podría pasar, revisemos los tres argumentos principales hoy en debate.
Primero. Las redes generan adicción
Hoy en día no existe ninguna duda de que las redes generan adicción en los usuarios. Todos lo hemos vivido en algún momento, pero el problema adquiere otra dimensión cuando se trata de menores de edad.
El documental El dilema de las redes sociales de Jeff Orlowski (2020) mostró, en la voz de algunos exejecutivos de las empresas más grandes de Silicon Valley, los diversos mecanismos utilizados por los dueños de las plataformas para engancharnos y manipularnos. Entre ellos se destacan los botones de “me gusta”, las notificaciones y el desplazamiento automático.
El botón “me gusta” explota la necesidad esencial del ser humano de obtener reconocimiento. Fue introducido para llevar al usuario a revisar constantemente los aparatos electrónicos y los comentarios positivos que alcanzan la foto, el trino o el video subido a la plataforma. La psiquiatra Marian Rojas Estapé se refiere a este proceso como los “chispazos de dopamina” generados en la red, que nos llevan a permanecer conectados y a consultar el celular múltiples veces al día. Así mismo, ella recurre a una excepcional analogía para comprender el problema: darle a un menor una tableta o un celular –dice– es como si le diéramos un minibar a un alcohólico.
Por su parte, la notificación establece una relación de dependencia con el aparato tecnológico. Se mira el celular, el correo o la plataforma no cuando el usuario desea, sino cada vez que la plataforma le indique que debe hacerlo. Es la plataforma la que dirige y maneja al usuario.
El desplazamiento automático ocurre por las recomendaciones que emergen al culminar un video, un capítulo, un perfil, un trino o una película. En cuestión de segundos aparece un nuevo video, capítulo, perfil o película. La idea es mantenernos todo el tiempo posible en la plataforma. Así actúan las adicciones y por eso cuando estamos solos, tristes y aburridos casi que instintivamente consultamos el celular.
2. Las redes violan la privacidad
¿Cómo puede funcionar y expandirse un servicio “gratuito” como Facebook, X, Instagram o TikTok? La explicación es bastante sencilla. Las redes han sido “gratuitas” porque los usuarios entregamos a cambio nuestra información para que pueda ser vendida por empresas de bienes y servicios. Al navegar, dejamos rastros de nuestros gustos, compras y opiniones. Para ello lo esencial es el algoritmo que se construye con las huellas que vamos dejando al usar las plataformas. Los documentales Nada es privado (2019) y Brexit (2019) evidencian la manera como Facebook rastrea a sus usuarios y vende su información privada. Es así como Cambridge Analytica recopiló la información de millones de personas en Facebook y la vendió a los partidarios de que Trump ganara las elecciones en EE. UU. y de que Reino Unido se separara de la Unión Europea. Al conocer nuestros gustos, consumos e ideologías a profundidad les resulta fácil manipularnos.
3. Las redes deterioran la salud mental de niños, jóvenes y adolescentes
Sobre este tema he escrito varias columnas. Los datos son apabullantes. En Estados Unidos, el 57 % de las niñas preadolescentes se sintieron persistentemente tristes o desesperanzadas en 2021, mientras que en España uno de cada tres jóvenes entre 18 y 24 años ha atentado contra su vida. Lo fundamental es entender que, a través de los filtros que permiten y del nuevo tipo de interacciones que generan, las plataformas favorecen la ansiedad y la inmediatez, al tiempo que debilitan el autoconcepto, la tolerancia a la frustración y la resiliencia. Como ocurre con las noticias falsas, también las redes se llenan de cuerpos y personas falsas, expectativas desbordadas e imposibles y comparaciones obsesivas. Pese a sus innumerables virtudes a nivel social, tecnológico y académico, también son el espacio ideal para que crezca la angustia, el odio y el miedo.
En su libro Adolecer (1993), Guillermo Carvajal decía que en la adolescencia se superponen tres crisis diferentes: la de autoridad, la sexual y la de identidad. El problema es que estos jóvenes frágiles, poco autónomos y en crisis son quienes interactúan, consultan y utilizan las plataformas cuando están solos, tristes y aburridos.
La demanda contra las plataformas muy seguramente triunfará porque las tres acusaciones son evidentes. Las redes generan adicción, violan la privacidad y deterioran la salud mental de los adolescentes. La argumentación más compleja será esta última. Aun así, la pregunta es cuántas depresiones severas y suicidios de jóvenes estamos dispuestos a soportar antes de reglamentar el uso de redes en las familias y las instituciones educativas. Si bien las plataformas deben ser juzgadas, los principales responsables del uso impulsivo y sin mediación alguna entre niños y adolescentes son los propios padres de familia. Al fin y al cabo, fueron ellos quienes abrieron las puertas de las plataformas a sus hijos en sus hogares.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).