La vigencia de las ideas de Paulo Freire
El pasado 19 de septiembre se cumplió el primer siglo del natalicio de Paulo Freire, el pedagogo más influyente de América Latina durante el siglo XX. ¿Siguen siendo vigentes sus tesis en educación?
Paulo Freire es el pedagogo más influyente de América Latina durante el siglo XX. Su visión sobre la educación ha nutrido a miles de educadores en distintos continentes. Sus tesis fueron reconocidas por la UNESCO, sus libros fueron traducidos a decenas de idiomas y han inspirado a cientos de miles de maestros en el mundo. Cristiano, filósofo, humanista, constructor de esperanza y luchador incansable por la transformación de la educación y por la democratización de su país. Perseguido y encarcelado en Brasil, tuvo que exiliarse en Chile desde 1964. Allí escribió su obra más conocida: Pedagogía del Oprimido. Diez y nueve años vivió en el exilio y, después de trabajar en Ginebra con el Consejo Mundial de las Iglesias y de ser profesor invitado en Cambridge y Massachusetts, retornó a su país como Secretario de educación en Sao Paulo.
Fue uno de los impulsores del Partido de los Trabajadores que llevó a Lula al poder. Por eso cuando la extrema derecha llegó al gobierno con Bolsonaro, una de sus tareas principales fue borrar cualquier rastro de su pensamiento. Fueron destituidos los rectores de las universidades oficiales para ubicar a militares en su lugar y se disminuyó la inversión en humanidades con el argumento de que el mundo necesitaba tan solo técnicos. En los colegios se prohibió la libertad de cátedra y se invitó a los estudiantes para filmar a cualquier docente que abordara temas políticos, para que pudiera ser investigado, empapelado y destituido. El gobierno ha dicho que quiere construir “escuelas sin partido”, pero los maestros saben que busca establecer verdades oficiales, imponer una mordaza para silenciarlos e implantar el “delito del pensamiento” al que se refería George Orwell en su obra 1984. Resulta muy diciente que Bolsonaro haya convertido a un educador en uno de sus objetivos principales. Seguramente porque sabe que Freire tenía toda la razón cuando decía que, “la educación no cambia al mundo, pero cambia a las personas que cambiarán el mundo”.
Todas las dictaduras han perseguido las libertades: de cátedra, pensamiento, publicación y expresión. La razón es sencilla: ¡temen al pensamiento crítico! Quieren borregos y no individuos con pensamiento autónomo. Eso han hecho Hitler, Castro, Bolsonaro y Chávez. En Colombia, lo intentó el Centro Democrático con el proyecto de ley que prohibía la libertad de cátedra. La extrema derecha y la extrema izquierda se parecen mucho más de lo que uno puede creer. Ambas estigmatizan a sus oponentes, ejercen violencia simbólica y física para imponer el autoritarismo y anular la división de poderes. Ambas le temen a la libertad. Por eso, ambas rechazan una educación que favorezca la autonomía y la independencia de criterio.
“Creo –decía Freire en una entrevista en su último año de vida- que la esperanza hace parte de eso que llamamos naturaleza humana. Me gustaría que me recordaran como un ser que amó profundamente las personas, los bichos, los árboles, las aguas, la vida…”. Y así lo recordamos el pasado 19 de septiembre cuando se cumplía el primer siglo de su natalicio.
Para reivindicar su legado, reconocer y valorar la vigencia de su pensamiento, quisiera destacar algunas de sus tesis esenciales.
Primera. Freire creía que estudiar no debería consistir en consumir ideas y contestar preguntas pensadas por otros, sino en crearlas, discutirlas y recrearlas. En oposición a una educación “bancaria”, que deposita informaciones y ha sido creada para formar individuos sumisos, tendríamos que construir una escuela para la autonomía y la esperanza. Una escuela pensada para que cada sujeto escribiera sus palabras y construyera sus proyectos. En este sentido, la única manera pertinente de enseñar es convertir la educación en una “práctica de la libertad”. Como afirmó en su Pedagogía de la autonomía en 1977: “Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las condiciones para su propia producción o construcción”.
Segunda. No existe una educación “neutra”. Al educar tenemos que definir ¿qué tipo de individuo queremos formar? y al hacerlo, necesariamente tenemos que tomar partido sobre el tipo de sociedad que estamos construyendo. Para Freire solo hay una respuesta: una educación que forme un individuo más libre y autónomo y que trabaje por construir una sociedad más justa y democrática. En consecuencia, todo acto educativo es, al mismo tiempo, un acto político. Este principio es la antítesis del adoctrinamiento que desconoce la libertad y la autonomía del estudiante. Se trata de brindar las herramientas para que el educando opte con conciencia, criterio y autonomía. Preparar a los estudiantes para que ejerzan su libertad no es adoctrinarlos, es desarrollar en ellos el pensamiento crítico. Por el contrario, quien adoctrina, impone y no deja elegir. La clave está en la libertad y en la diversidad de opciones que se les brinden a los educandos.
Tercera. Freire creía en la utopía y la esperanza de un mundo mejor. Para lograrlo, la educación debía empoderar a los sujetos y hacerlos constructores de su propio destino. Eso no se lograría con una educación pensada para formar individuos obedientes que se convierten en objetos y pierden su subjetividad. Sería necesaria una educación contextualizada y pertinente, que utilizara temas y palabras “generadoras”, relevantes para los sujetos y que les ayudara a construir su propia palabra. Una educación que desarrolle en ellos su conciencia como seres que pueden y deben transformar el mundo.
Cuarta. Toda educación debería garantizar un diálogo lo más horizontal posible. Sin embargo, en la “educación bancaria”, tan generalizada en nuestro medio, los maestros hemos acaparado la palabra. En consecuencia, necesitamos escuchar la voz, los miedos y las reflexiones de los educandos en el aula. Eso nos permitiría superar los monólogos y la transmisión de información que domina la educación actual: ¡Tenemos que construir una pedagogía de la pregunta!
Cuando bautizamos nuestra propuesta pedagógica como Pedagogía Dialogante, tomamos prestado el nombre del pensamiento de Freire. Queríamos hacer alusión a que las ideas que tenemos no vienen exclusivamente del exterior (como presupone la escuela tradicional), pero tampoco del interior (como presuponen los modelos constructivistas piagetianos). Nuestras ideas son formadas por la interacción entre el individuo y la cultura. Dicho de manera más precisa y especializada: nuestras ideas son interestructuradas. Esto implica reconocer el papel activo tanto de los estudiantes como de los profesores y la cultura. Los docentes no enseñan a “tabulas rasas”, pero tampoco los estudiantes realizan procesos de construcción individuales. Si fuera válido lo primero (la heteroestructuración), sería muy sencilla la enseñanza: bastaría con que los profesores dijéramos las palabras, para que los niños y jóvenes las interiorizaran. Si fuera válido lo segundo (la autoestructuración), todos los seres humanos seríamos muy creativos, conscientes y seguros. Todos los maestros sabemos que ninguna de las dos tesis mencionadas es válida. En primer lugar, porque los niños tienen múltiples ideas previas que se resisten a cambiar y tienen diversos miedos que los bloquean. En segundo lugar, porque la cultura tiene una incidencia capital en nuestras representaciones mentales y en nuestra visión de mundo.
Las tesis de Freire nos van a ayudar a construir esperanza en sociedades que parecen haberla perdido. Desafortunadamente, en Colombia y en Brasil la extrema derecha tomó demasiada fuerza en la última década y, deliberadamente, ambos países han limitado el potencial transformador de la educación. Afortunadamente, todo permite concluir que en poco tiempo tendremos en ambos países gobiernos más democráticos y una mejor educación.
Hago propias las palabras de Freire: “Lucho por una educación que nos enseñe a pensar y no por una educación que nos enseñe a obedecer”. Esa fue la misma tesis que defendió Pink Floyd en su mágica canción Another Brick in the Wall. Freire con sus palabras y Pink Floyd a través de su arte, lucharon por ampliar la democracia y no por restringirla. Labor contraria hacen quienes censuran y castigan a quienes piensan distinto. Le recomiendo a presidente Iván Duque leer a Freire y escuchar a Pink Floyd. Ambos lo habrían censurado con firmeza por invitar a la Feria del Libro en España exclusivamente a los escritores amigos de su gobierno. Valdría la pena preguntarse, ¿qué intelectual no lo censuraría por un comportamiento tan antidemocrático?
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)
El pasado 19 de septiembre se cumplió el primer siglo del natalicio de Paulo Freire, el pedagogo más influyente de América Latina durante el siglo XX. ¿Siguen siendo vigentes sus tesis en educación?
Paulo Freire es el pedagogo más influyente de América Latina durante el siglo XX. Su visión sobre la educación ha nutrido a miles de educadores en distintos continentes. Sus tesis fueron reconocidas por la UNESCO, sus libros fueron traducidos a decenas de idiomas y han inspirado a cientos de miles de maestros en el mundo. Cristiano, filósofo, humanista, constructor de esperanza y luchador incansable por la transformación de la educación y por la democratización de su país. Perseguido y encarcelado en Brasil, tuvo que exiliarse en Chile desde 1964. Allí escribió su obra más conocida: Pedagogía del Oprimido. Diez y nueve años vivió en el exilio y, después de trabajar en Ginebra con el Consejo Mundial de las Iglesias y de ser profesor invitado en Cambridge y Massachusetts, retornó a su país como Secretario de educación en Sao Paulo.
Fue uno de los impulsores del Partido de los Trabajadores que llevó a Lula al poder. Por eso cuando la extrema derecha llegó al gobierno con Bolsonaro, una de sus tareas principales fue borrar cualquier rastro de su pensamiento. Fueron destituidos los rectores de las universidades oficiales para ubicar a militares en su lugar y se disminuyó la inversión en humanidades con el argumento de que el mundo necesitaba tan solo técnicos. En los colegios se prohibió la libertad de cátedra y se invitó a los estudiantes para filmar a cualquier docente que abordara temas políticos, para que pudiera ser investigado, empapelado y destituido. El gobierno ha dicho que quiere construir “escuelas sin partido”, pero los maestros saben que busca establecer verdades oficiales, imponer una mordaza para silenciarlos e implantar el “delito del pensamiento” al que se refería George Orwell en su obra 1984. Resulta muy diciente que Bolsonaro haya convertido a un educador en uno de sus objetivos principales. Seguramente porque sabe que Freire tenía toda la razón cuando decía que, “la educación no cambia al mundo, pero cambia a las personas que cambiarán el mundo”.
Todas las dictaduras han perseguido las libertades: de cátedra, pensamiento, publicación y expresión. La razón es sencilla: ¡temen al pensamiento crítico! Quieren borregos y no individuos con pensamiento autónomo. Eso han hecho Hitler, Castro, Bolsonaro y Chávez. En Colombia, lo intentó el Centro Democrático con el proyecto de ley que prohibía la libertad de cátedra. La extrema derecha y la extrema izquierda se parecen mucho más de lo que uno puede creer. Ambas estigmatizan a sus oponentes, ejercen violencia simbólica y física para imponer el autoritarismo y anular la división de poderes. Ambas le temen a la libertad. Por eso, ambas rechazan una educación que favorezca la autonomía y la independencia de criterio.
“Creo –decía Freire en una entrevista en su último año de vida- que la esperanza hace parte de eso que llamamos naturaleza humana. Me gustaría que me recordaran como un ser que amó profundamente las personas, los bichos, los árboles, las aguas, la vida…”. Y así lo recordamos el pasado 19 de septiembre cuando se cumplía el primer siglo de su natalicio.
Para reivindicar su legado, reconocer y valorar la vigencia de su pensamiento, quisiera destacar algunas de sus tesis esenciales.
Primera. Freire creía que estudiar no debería consistir en consumir ideas y contestar preguntas pensadas por otros, sino en crearlas, discutirlas y recrearlas. En oposición a una educación “bancaria”, que deposita informaciones y ha sido creada para formar individuos sumisos, tendríamos que construir una escuela para la autonomía y la esperanza. Una escuela pensada para que cada sujeto escribiera sus palabras y construyera sus proyectos. En este sentido, la única manera pertinente de enseñar es convertir la educación en una “práctica de la libertad”. Como afirmó en su Pedagogía de la autonomía en 1977: “Enseñar no es transferir conocimiento, sino crear las condiciones para su propia producción o construcción”.
Segunda. No existe una educación “neutra”. Al educar tenemos que definir ¿qué tipo de individuo queremos formar? y al hacerlo, necesariamente tenemos que tomar partido sobre el tipo de sociedad que estamos construyendo. Para Freire solo hay una respuesta: una educación que forme un individuo más libre y autónomo y que trabaje por construir una sociedad más justa y democrática. En consecuencia, todo acto educativo es, al mismo tiempo, un acto político. Este principio es la antítesis del adoctrinamiento que desconoce la libertad y la autonomía del estudiante. Se trata de brindar las herramientas para que el educando opte con conciencia, criterio y autonomía. Preparar a los estudiantes para que ejerzan su libertad no es adoctrinarlos, es desarrollar en ellos el pensamiento crítico. Por el contrario, quien adoctrina, impone y no deja elegir. La clave está en la libertad y en la diversidad de opciones que se les brinden a los educandos.
Tercera. Freire creía en la utopía y la esperanza de un mundo mejor. Para lograrlo, la educación debía empoderar a los sujetos y hacerlos constructores de su propio destino. Eso no se lograría con una educación pensada para formar individuos obedientes que se convierten en objetos y pierden su subjetividad. Sería necesaria una educación contextualizada y pertinente, que utilizara temas y palabras “generadoras”, relevantes para los sujetos y que les ayudara a construir su propia palabra. Una educación que desarrolle en ellos su conciencia como seres que pueden y deben transformar el mundo.
Cuarta. Toda educación debería garantizar un diálogo lo más horizontal posible. Sin embargo, en la “educación bancaria”, tan generalizada en nuestro medio, los maestros hemos acaparado la palabra. En consecuencia, necesitamos escuchar la voz, los miedos y las reflexiones de los educandos en el aula. Eso nos permitiría superar los monólogos y la transmisión de información que domina la educación actual: ¡Tenemos que construir una pedagogía de la pregunta!
Cuando bautizamos nuestra propuesta pedagógica como Pedagogía Dialogante, tomamos prestado el nombre del pensamiento de Freire. Queríamos hacer alusión a que las ideas que tenemos no vienen exclusivamente del exterior (como presupone la escuela tradicional), pero tampoco del interior (como presuponen los modelos constructivistas piagetianos). Nuestras ideas son formadas por la interacción entre el individuo y la cultura. Dicho de manera más precisa y especializada: nuestras ideas son interestructuradas. Esto implica reconocer el papel activo tanto de los estudiantes como de los profesores y la cultura. Los docentes no enseñan a “tabulas rasas”, pero tampoco los estudiantes realizan procesos de construcción individuales. Si fuera válido lo primero (la heteroestructuración), sería muy sencilla la enseñanza: bastaría con que los profesores dijéramos las palabras, para que los niños y jóvenes las interiorizaran. Si fuera válido lo segundo (la autoestructuración), todos los seres humanos seríamos muy creativos, conscientes y seguros. Todos los maestros sabemos que ninguna de las dos tesis mencionadas es válida. En primer lugar, porque los niños tienen múltiples ideas previas que se resisten a cambiar y tienen diversos miedos que los bloquean. En segundo lugar, porque la cultura tiene una incidencia capital en nuestras representaciones mentales y en nuestra visión de mundo.
Las tesis de Freire nos van a ayudar a construir esperanza en sociedades que parecen haberla perdido. Desafortunadamente, en Colombia y en Brasil la extrema derecha tomó demasiada fuerza en la última década y, deliberadamente, ambos países han limitado el potencial transformador de la educación. Afortunadamente, todo permite concluir que en poco tiempo tendremos en ambos países gobiernos más democráticos y una mejor educación.
Hago propias las palabras de Freire: “Lucho por una educación que nos enseñe a pensar y no por una educación que nos enseñe a obedecer”. Esa fue la misma tesis que defendió Pink Floyd en su mágica canción Another Brick in the Wall. Freire con sus palabras y Pink Floyd a través de su arte, lucharon por ampliar la democracia y no por restringirla. Labor contraria hacen quienes censuran y castigan a quienes piensan distinto. Le recomiendo a presidente Iván Duque leer a Freire y escuchar a Pink Floyd. Ambos lo habrían censurado con firmeza por invitar a la Feria del Libro en España exclusivamente a los escritores amigos de su gobierno. Valdría la pena preguntarse, ¿qué intelectual no lo censuraría por un comportamiento tan antidemocrático?
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)