Los padres sobreprotectores forman hijos inseguros
La familia es una de las instituciones que más han cambiado en las últimas décadas. En esta columna hablaremos de uno de los nuevos tipos de familias que han venido creciendo en las últimas décadas y de sus efectos sobre el desarrollo de la autonomía sus hijos. Se trata de las familias sobreprotectoras.
Los padres y madres sobreprotectores viven con angustia. Sienten que el mundo es especialmente peligroso y presuponen que siempre estamos cerca de un desastre. Con frecuencia, piensan que los aviones en los que montan se van a caer, que estamos próximos a sufrir terremotos o que sus hijos al ir a la tienda serán secuestrados, engañados o violentados.
Aparentemente tienen razón, porque el crecimiento urbano ha elevado la inseguridad a niveles no imaginados. Además, porque las redes son medios ideales para ocultar nuestra maldad y porque en las grandes ciudades hoy no conocemos ni reconocemos ni siquiera a nuestros vecinos. Es un contexto que debilita el control social y favorece la delincuencia, el atraco y el engaño. Sin embargo, contrario a lo que suponen y, como ha demostrado a profundidad Steven Pinker, destacado psicólogo y profesor de Harvard, el número de homicidios por cada 100.000 habitantes es hoy diez veces inferior al que teníamos en el siglo XIV. También han bajado de manera significativa los accidentes laborales, los accidentes de tránsito y los de aviación. Contrario a lo que vemos a diario en los noticieros, vivimos en un mundo menos violento.
Los padres sobreprotectores necesitan controlar a sus hijos. De allí el nombre de “padres helicóptero”. Los persiguen para saber dónde y con quién están. Sobrevuelan para supervisarlos permanentemente. No confían en ellos y por eso los vigilan. Revisan sus celulares porque temen que sean engañados por desadaptados sociales y harían lo posible para que no existieran redes sociales ni fiestas. Hacen seguimiento a todos sus pasos y a sus amigos. Si pudieran, controlarían sus pensamientos y deseos. Quisieran habitar sus mentes. Sienten que si ellos no estuvieran presentes, sus hijos estarían expuestos y no podrían enfrentar todas las formas de malicia y la diversidad de tragedias naturales y sociales.
Como demuestra David Ausubel (1983) en su original teoría sobre el desarrollo de la personalidad, estos padres elevan la angustia de sus hijos e hijas para disminuir su propia ansiedad.
Sin embargo, la pregunta clave es qué efectos generan en sus hijos en el mediano plazo. Los padres sobreprotectores forman hijos e hijas inseguros. Son niños que no preguntan en clase porque tienen temor de sus compañeros. No se arriesgan. No proponen. Viven con miedo y, por eso, se vuelven dependientes. Son muchachos que temen a los retos y la incertidumbre. El problema es que la vida está llena de caminos inciertos.
Con el tiempo, se bloquean sus procesos comunicativos. Hablan muy poco. Tienen seria dificultad para expresar sus sentimientos y sus ideas. Carecen de voz propia. Prefieren enconcharse e interactuar poco.
Contrario a lo que cree una buena parte de padres, cuando los hijos se encierran en su cuarto o se refugian en los juegos digitales son sus progenitores quienes los impulsan a hacerlo. Es la angustia de los padres la que impide a sus hijos hablar y comunicarse de manera espontánea, directa y transparente. Al fin y al cabo, el diálogo en el hogar depende fundamentalmente de los padres.
En el capítulo “Arkangel” de la serie Black Mirror, en Netflix, se describe lo que sería una madre hiperprotectora del futuro. Para tranquilizarse, decide instalarle un microchip a su hija para poder seguirla a todas partes, ver por sus propios ojos y saber dónde y con quién está en todo momento. No soporta la angustia de dejarla sola. Cumple el sueño de todas las madres sobreprotectoras: vigilarla sin descanso. El problema es que la madre no podrá acompañarla en todo momento. El efecto perverso para el desarrollo se manifiesta cuando la hija tiene que enfrentar sola los problemas y ella misma se da cuenta de que nunca fue formada para hacerlo. Siempre la sustituyeron, especialmente ante el peligro. Ella no aprendió a vivir por sí misma, pues le invadieron sus espacios, no le permitieron crecer.
¿Qué hacer ante la sobreprotección?
Los padres deben impulsar el desarrollo de sus hijos. El problema es que cambiar el estilo de crianza es más lento y complejo de lo que se presupone. El cambio tiene que ser orientado por otros, preferiblemente por psicopedagogos. La condición para lograrlo es que los padres sobreprotectores identifiquen y superen sus propias angustias y para eso se requiere el acompañamiento de un profesional. Se trata de que entiendan que nadie puede eliminar todos y cada uno de los riesgos de la vida, porque al vivir necesariamente nos exponemos ante los otros y ante el mundo. Eso nos pasa al caminar, al compartir o al viajar. Siempre. Podemos atenuar y prever los riesgos, pero no eliminarlos.
Un mantra que podrían repetir es que la vida de sus hijos no les pertenece. Se trata, por el contrario, de escucharlos, consultarlos y permitirles que gradualmente vayan tomando sus decisiones. Porque estos padres siempre los verán como si fueran niños más pequeños. Se trata de generar confianza y seguridad en sus hijos. La nueva tarea que deben asumir es fortalecer su autoconcepto, porque al sustituirlos lo han deteriorado. Eso se logra si los hacemos sentir capaces y si creemos en ellos. Es lo que en psicopedagogía se conoce con el bellísimo nombre del efecto Pigmalión Positivo. Millones de padres y maestros lo generan a diario. Lo clave es intentarlo y lo ideal es poder hacerlo con la orientación de un profesional. De todas maneras, hay que iniciar cuanto antes y por ello los invito a ver un video de una profesora que indica cómo puede lograrse desde el aula de clase. Al fin y al cabo, como dice Rita Pierson, “todo niño necesita un campeón”.
Por paradójico que parezca, los niños no llegan lejos porque tengan las capacidades. Llegan lejos porque creen que sus profesores y sus padres confían en que ellos llegarán lejos. En esa dirección tendría que orientarse el cambio en el estilo de crianza. Como decía David Ausubel: “Las influencias parentales son tan decisivas en el desarrollo del niño que es casi imposible estudiar cualquier aspecto en este campo sin considerar su relación con las actitudes y la conducta de sus padres”.
Lo dramático es ver cómo los estilos de crianza sobreprotectores frenan el desarrollo de los hijos. Lo esperanzador es saber que los estilos de autoridad pueden cambiar con una mediación adecuada y pertinente. Es muy triste que muchos padres no lo intenten, sobre todo sabiendo que un educador o un psicólogo podría orientarlos. Tal vez en el futuro seamos más exigentes con todos aquellos que quieran ser padres o madres. Al fin y al cabo, el futuro de la humanidad está en sus manos. Lo que pasa es que en manos de padres sobreprotectores se pueden ahogar la autonomía y el desarrollo de las nuevas generaciones. Como dice el escritor Tim Elmore, debemos preparar a los hijos para la vida, no la vida para los hijos.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)
La familia es una de las instituciones que más han cambiado en las últimas décadas. En esta columna hablaremos de uno de los nuevos tipos de familias que han venido creciendo en las últimas décadas y de sus efectos sobre el desarrollo de la autonomía sus hijos. Se trata de las familias sobreprotectoras.
Los padres y madres sobreprotectores viven con angustia. Sienten que el mundo es especialmente peligroso y presuponen que siempre estamos cerca de un desastre. Con frecuencia, piensan que los aviones en los que montan se van a caer, que estamos próximos a sufrir terremotos o que sus hijos al ir a la tienda serán secuestrados, engañados o violentados.
Aparentemente tienen razón, porque el crecimiento urbano ha elevado la inseguridad a niveles no imaginados. Además, porque las redes son medios ideales para ocultar nuestra maldad y porque en las grandes ciudades hoy no conocemos ni reconocemos ni siquiera a nuestros vecinos. Es un contexto que debilita el control social y favorece la delincuencia, el atraco y el engaño. Sin embargo, contrario a lo que suponen y, como ha demostrado a profundidad Steven Pinker, destacado psicólogo y profesor de Harvard, el número de homicidios por cada 100.000 habitantes es hoy diez veces inferior al que teníamos en el siglo XIV. También han bajado de manera significativa los accidentes laborales, los accidentes de tránsito y los de aviación. Contrario a lo que vemos a diario en los noticieros, vivimos en un mundo menos violento.
Los padres sobreprotectores necesitan controlar a sus hijos. De allí el nombre de “padres helicóptero”. Los persiguen para saber dónde y con quién están. Sobrevuelan para supervisarlos permanentemente. No confían en ellos y por eso los vigilan. Revisan sus celulares porque temen que sean engañados por desadaptados sociales y harían lo posible para que no existieran redes sociales ni fiestas. Hacen seguimiento a todos sus pasos y a sus amigos. Si pudieran, controlarían sus pensamientos y deseos. Quisieran habitar sus mentes. Sienten que si ellos no estuvieran presentes, sus hijos estarían expuestos y no podrían enfrentar todas las formas de malicia y la diversidad de tragedias naturales y sociales.
Como demuestra David Ausubel (1983) en su original teoría sobre el desarrollo de la personalidad, estos padres elevan la angustia de sus hijos e hijas para disminuir su propia ansiedad.
Sin embargo, la pregunta clave es qué efectos generan en sus hijos en el mediano plazo. Los padres sobreprotectores forman hijos e hijas inseguros. Son niños que no preguntan en clase porque tienen temor de sus compañeros. No se arriesgan. No proponen. Viven con miedo y, por eso, se vuelven dependientes. Son muchachos que temen a los retos y la incertidumbre. El problema es que la vida está llena de caminos inciertos.
Con el tiempo, se bloquean sus procesos comunicativos. Hablan muy poco. Tienen seria dificultad para expresar sus sentimientos y sus ideas. Carecen de voz propia. Prefieren enconcharse e interactuar poco.
Contrario a lo que cree una buena parte de padres, cuando los hijos se encierran en su cuarto o se refugian en los juegos digitales son sus progenitores quienes los impulsan a hacerlo. Es la angustia de los padres la que impide a sus hijos hablar y comunicarse de manera espontánea, directa y transparente. Al fin y al cabo, el diálogo en el hogar depende fundamentalmente de los padres.
En el capítulo “Arkangel” de la serie Black Mirror, en Netflix, se describe lo que sería una madre hiperprotectora del futuro. Para tranquilizarse, decide instalarle un microchip a su hija para poder seguirla a todas partes, ver por sus propios ojos y saber dónde y con quién está en todo momento. No soporta la angustia de dejarla sola. Cumple el sueño de todas las madres sobreprotectoras: vigilarla sin descanso. El problema es que la madre no podrá acompañarla en todo momento. El efecto perverso para el desarrollo se manifiesta cuando la hija tiene que enfrentar sola los problemas y ella misma se da cuenta de que nunca fue formada para hacerlo. Siempre la sustituyeron, especialmente ante el peligro. Ella no aprendió a vivir por sí misma, pues le invadieron sus espacios, no le permitieron crecer.
¿Qué hacer ante la sobreprotección?
Los padres deben impulsar el desarrollo de sus hijos. El problema es que cambiar el estilo de crianza es más lento y complejo de lo que se presupone. El cambio tiene que ser orientado por otros, preferiblemente por psicopedagogos. La condición para lograrlo es que los padres sobreprotectores identifiquen y superen sus propias angustias y para eso se requiere el acompañamiento de un profesional. Se trata de que entiendan que nadie puede eliminar todos y cada uno de los riesgos de la vida, porque al vivir necesariamente nos exponemos ante los otros y ante el mundo. Eso nos pasa al caminar, al compartir o al viajar. Siempre. Podemos atenuar y prever los riesgos, pero no eliminarlos.
Un mantra que podrían repetir es que la vida de sus hijos no les pertenece. Se trata, por el contrario, de escucharlos, consultarlos y permitirles que gradualmente vayan tomando sus decisiones. Porque estos padres siempre los verán como si fueran niños más pequeños. Se trata de generar confianza y seguridad en sus hijos. La nueva tarea que deben asumir es fortalecer su autoconcepto, porque al sustituirlos lo han deteriorado. Eso se logra si los hacemos sentir capaces y si creemos en ellos. Es lo que en psicopedagogía se conoce con el bellísimo nombre del efecto Pigmalión Positivo. Millones de padres y maestros lo generan a diario. Lo clave es intentarlo y lo ideal es poder hacerlo con la orientación de un profesional. De todas maneras, hay que iniciar cuanto antes y por ello los invito a ver un video de una profesora que indica cómo puede lograrse desde el aula de clase. Al fin y al cabo, como dice Rita Pierson, “todo niño necesita un campeón”.
Por paradójico que parezca, los niños no llegan lejos porque tengan las capacidades. Llegan lejos porque creen que sus profesores y sus padres confían en que ellos llegarán lejos. En esa dirección tendría que orientarse el cambio en el estilo de crianza. Como decía David Ausubel: “Las influencias parentales son tan decisivas en el desarrollo del niño que es casi imposible estudiar cualquier aspecto en este campo sin considerar su relación con las actitudes y la conducta de sus padres”.
Lo dramático es ver cómo los estilos de crianza sobreprotectores frenan el desarrollo de los hijos. Lo esperanzador es saber que los estilos de autoridad pueden cambiar con una mediación adecuada y pertinente. Es muy triste que muchos padres no lo intenten, sobre todo sabiendo que un educador o un psicólogo podría orientarlos. Tal vez en el futuro seamos más exigentes con todos aquellos que quieran ser padres o madres. Al fin y al cabo, el futuro de la humanidad está en sus manos. Lo que pasa es que en manos de padres sobreprotectores se pueden ahogar la autonomía y el desarrollo de las nuevas generaciones. Como dice el escritor Tim Elmore, debemos preparar a los hijos para la vida, no la vida para los hijos.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)