El mundo se está llenando de padres ansiosos que encierran a sus hijos en sus cuartos y, al hacerlo, los vuelven adictos a las plataformas. ¿Por qué pasa eso y qué efectos tiene en las nuevas generaciones?
“El Holocausto sí existió. Las vacunas contra el COVID salvaron millones de vidas. No hubo fraude generalizado en las elecciones presidenciales estadounidenses en 2020. Son tres afirmaciones que reflejan hechos indiscutibles. Sin embargo, en algunos sectores de internet son muy discutibles”. Estas palabras hacen parte de un reciente editorial de la prestigiosa revista científica Nature. Las hago propias para explicar uno de los principales factores asociados al incremento de la ansiedad en una buena parte de los padres actuales: vivimos en el mundo de las cadenas de fake news. Las vemos a toda hora en los medios y en las redes.
La semana pasada, el periódico El País de España dedicó varios artículos a resaltar una idea similar. Tituló en primera plana “La era de la desinformación” y decía en su editorial que estamos perdiendo la batalla contra ella.
Aun así, ni Nature ni El País resaltan un aspecto crucial desde el punto de vista cultural: también vivimos en la era de las noticias negativas. Las catástrofes dominan por completo el escenario de los medios de comunicación masiva y las redes. Si prendemos cualquier noticiero, con toda seguridad hablarán de invasiones, guerras, inundaciones, secuestros, calentamiento global, huracanes, feminicidios, maltrato infantil y homicidios, entre otros. Un poco de deporte, otro de farándula y el noticiero habrá terminado. No hay espacio para los sueños, las grandes noticias de la ciencia, las artes, la humanidad y la cultura. Casi nunca se resaltan la bondad, la empatía y la solidaridad, que suelen ser características dominantes en una buena parte de los seres humanos. En las redes el fenómeno se multiplica exponencialmente, hasta tal punto que se ha generalizado el odio, el insulto, la humillación, la ira y la descalificación. Es como si las bodegas marcaran la línea editorial.
En un documento muy interesante, denominado “Tiempos inciertos, vidas inestables”, Naciones Unidas analizó 14 millones de libros publicados en los últimos 125 años y evidencia durante las últimas dos décadas un aumento significativo de las expresiones de ansiedad y preocupación en muchas partes del mundo. Nos estamos acostumbrando a vivir resaltando lo negativo de la vida, hablando de tragedias y cultivando el miedo y la desesperanza.
El impacto de las noticias negativas ha sido devastador para la cultura. Vivimos en una época en la cual los padres tienen cada vez más miedo y ansiedad. Para muchos de ellos sus hijos están expuestos a excesivos peligros si salen al parque, el cine o a la calle. Presuponen que serán secuestrados, estafados, raptados o violados. Si sus hijos van a los colegios, suponen que también allí serán maltratados y agredidos por compañeros mayores. Para una buena parte de ellos lo ideal sería que los hijos permanecieran todo el tiempo posible bajo su control. Los niños antes pasaban tiempos prolongados en calles y parques. En vacaciones, por ejemplo, el acuerdo que hacían los niños con sus padres consistía en establecer la hora de retorno al hogar. Por lo general, salían temprano, regresaban a almorzar y volvían a salir hasta que anochecía. Por el contrario, los niños actuales están casi todo el tiempo encerrados en sus casas jugando solos por Internet. Por eso son los padres quienes están volviendo adictos a los hijos a las plataformas. Un reciente estudio de CIVIX, apoyado por la Unión Europea, encontró que niños y jóvenes en Colombia pasan en promedio diez horas diarias en las plataformas. Leyó bien: ¡diez horas! Es decir, todo el tiempo.
Estos niños no juegan de manera libre, no suben a las montañas, no ruedan en carros de balineras y no comparten deportes, palabras, actividades y juegos con otros niños. ¡Afortunadamente existen los colegios para que puedan interactuar! Aun así, ellos pasan muchísimo tiempo con sus padres. En Estados Unidos estiman que, aunque suelen ser hijos únicos, pasan tres veces más tiempo con sus padres. Ellos los acompañan al parque, a las clases de fútbol, de inglés, a montar en bicicleta y al colegio, entre otros. Prácticamente en todos los momentos tienen a uno de sus padres vigilándolos. De allí el nombre que reciben: “padres helicópteros”.
En otra columna expliqué que los niños formados por padres helicópteros son más frágiles, inseguros y menos tolerantes a la frustración. También destaqué que tienen graves dificultades para interactuar con otros niños. ¿A qué horas interactúan y juegan libremente si siempre están bajo la supervisión de sus padres?
En los jardines infantiles les ofrecen poder observar desde sus celulares qué hacen sus hijos en cada momento del día. Son padres que creen que ver a su hijo en todo momento les va a calmar la ansiedad. Eso no es cierto. La ansiedad no decrece. Como decía Jean Piaget: “muchas de las cosas que vemos no están en la realidad, sino en nuestra propia mente”. Es debido al auge de los padres ansiosos que han comenzado a generalizarse los estudios virtuales y en casa. Ese tipo de estudio es ideal para que ellos puedan sentirse más seguros, aunque sus pobres hijos pagarán las consecuencias. Y lo harán con creces.
Es cierto que vivir tiene riesgos. En las calles y los parques pueden aparecer múltiples peligros. Aun así, diversos estudios científicos demuestran que los riesgos son menores hoy que hace cincuenta años y que la inseguridad, las guerras, los homicidios, las violaciones y los robos vienen en clara disminución en las últimas décadas. Así lo explica Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro. A pesar de eso, estos padres no creen en dichos datos científicos porque leen el mundo desde su angustia y porque pasan demasiado tiempo en las redes. Pero lo que no entienden es que encerrar a sus hijos en sus apartamentos e impedirles jugar con otros niños genera uno de los mayores riesgos posibles para sus vidas: están formando niños con grandes debilidades en competencias socioafectivas como la resiliencia, la tolerancia a la frustración y la flexibilidad. Debido a eso, tendrán más crisis emocionales al llegar a la adolescencia.
Lo que sabemos psicólogos y educadores es que las crisis emocionales están cada vez más generalizadas entre jóvenes que vivieron con padres que los encerraron en sus cuartos sin darse cuenta de que el encierro y las plataformas son en extremo peligrosos para la salud mental de sus hijos. Como dicen los aimaras, la infelicidad consiste en vivir solo. De acuerdo con esto, estos niños serán profundamente infelices a lo largo de su vida. ¡Lástima que sus padres se darán cuenta muy tarde! Ojalá comiencen por dejar de ver tanto noticiero que resalta las noticias negativas y por dejar a sus hijos jugar y vivir de manera más libre.
P. D.: En Colombia, el Estado todavía no está cumpliendo con el Objetivo de Desarrollo Sostenible No. 4 con el que nos comprometimos: la mayoría de la población sigue recibiendo una educación de baja calidad y en las últimas dos décadas hemos hecho bastante por el derecho, pero muy poco por la calidad. En este contexto, las declaraciones de la representante Susana Boreal evidencian muy poca lectura, estudio, análisis y comprensión del problema. Contrario a lo que dice, la familia no puede dejar a un niño sin escuela porque, al hacerlo, frena su desarrollo y lo condena a la pobreza. Sin duda, su opinión es doblemente irresponsable al ser ella una congresista.
El mundo se está llenando de padres ansiosos que encierran a sus hijos en sus cuartos y, al hacerlo, los vuelven adictos a las plataformas. ¿Por qué pasa eso y qué efectos tiene en las nuevas generaciones?
“El Holocausto sí existió. Las vacunas contra el COVID salvaron millones de vidas. No hubo fraude generalizado en las elecciones presidenciales estadounidenses en 2020. Son tres afirmaciones que reflejan hechos indiscutibles. Sin embargo, en algunos sectores de internet son muy discutibles”. Estas palabras hacen parte de un reciente editorial de la prestigiosa revista científica Nature. Las hago propias para explicar uno de los principales factores asociados al incremento de la ansiedad en una buena parte de los padres actuales: vivimos en el mundo de las cadenas de fake news. Las vemos a toda hora en los medios y en las redes.
La semana pasada, el periódico El País de España dedicó varios artículos a resaltar una idea similar. Tituló en primera plana “La era de la desinformación” y decía en su editorial que estamos perdiendo la batalla contra ella.
Aun así, ni Nature ni El País resaltan un aspecto crucial desde el punto de vista cultural: también vivimos en la era de las noticias negativas. Las catástrofes dominan por completo el escenario de los medios de comunicación masiva y las redes. Si prendemos cualquier noticiero, con toda seguridad hablarán de invasiones, guerras, inundaciones, secuestros, calentamiento global, huracanes, feminicidios, maltrato infantil y homicidios, entre otros. Un poco de deporte, otro de farándula y el noticiero habrá terminado. No hay espacio para los sueños, las grandes noticias de la ciencia, las artes, la humanidad y la cultura. Casi nunca se resaltan la bondad, la empatía y la solidaridad, que suelen ser características dominantes en una buena parte de los seres humanos. En las redes el fenómeno se multiplica exponencialmente, hasta tal punto que se ha generalizado el odio, el insulto, la humillación, la ira y la descalificación. Es como si las bodegas marcaran la línea editorial.
En un documento muy interesante, denominado “Tiempos inciertos, vidas inestables”, Naciones Unidas analizó 14 millones de libros publicados en los últimos 125 años y evidencia durante las últimas dos décadas un aumento significativo de las expresiones de ansiedad y preocupación en muchas partes del mundo. Nos estamos acostumbrando a vivir resaltando lo negativo de la vida, hablando de tragedias y cultivando el miedo y la desesperanza.
El impacto de las noticias negativas ha sido devastador para la cultura. Vivimos en una época en la cual los padres tienen cada vez más miedo y ansiedad. Para muchos de ellos sus hijos están expuestos a excesivos peligros si salen al parque, el cine o a la calle. Presuponen que serán secuestrados, estafados, raptados o violados. Si sus hijos van a los colegios, suponen que también allí serán maltratados y agredidos por compañeros mayores. Para una buena parte de ellos lo ideal sería que los hijos permanecieran todo el tiempo posible bajo su control. Los niños antes pasaban tiempos prolongados en calles y parques. En vacaciones, por ejemplo, el acuerdo que hacían los niños con sus padres consistía en establecer la hora de retorno al hogar. Por lo general, salían temprano, regresaban a almorzar y volvían a salir hasta que anochecía. Por el contrario, los niños actuales están casi todo el tiempo encerrados en sus casas jugando solos por Internet. Por eso son los padres quienes están volviendo adictos a los hijos a las plataformas. Un reciente estudio de CIVIX, apoyado por la Unión Europea, encontró que niños y jóvenes en Colombia pasan en promedio diez horas diarias en las plataformas. Leyó bien: ¡diez horas! Es decir, todo el tiempo.
Estos niños no juegan de manera libre, no suben a las montañas, no ruedan en carros de balineras y no comparten deportes, palabras, actividades y juegos con otros niños. ¡Afortunadamente existen los colegios para que puedan interactuar! Aun así, ellos pasan muchísimo tiempo con sus padres. En Estados Unidos estiman que, aunque suelen ser hijos únicos, pasan tres veces más tiempo con sus padres. Ellos los acompañan al parque, a las clases de fútbol, de inglés, a montar en bicicleta y al colegio, entre otros. Prácticamente en todos los momentos tienen a uno de sus padres vigilándolos. De allí el nombre que reciben: “padres helicópteros”.
En otra columna expliqué que los niños formados por padres helicópteros son más frágiles, inseguros y menos tolerantes a la frustración. También destaqué que tienen graves dificultades para interactuar con otros niños. ¿A qué horas interactúan y juegan libremente si siempre están bajo la supervisión de sus padres?
En los jardines infantiles les ofrecen poder observar desde sus celulares qué hacen sus hijos en cada momento del día. Son padres que creen que ver a su hijo en todo momento les va a calmar la ansiedad. Eso no es cierto. La ansiedad no decrece. Como decía Jean Piaget: “muchas de las cosas que vemos no están en la realidad, sino en nuestra propia mente”. Es debido al auge de los padres ansiosos que han comenzado a generalizarse los estudios virtuales y en casa. Ese tipo de estudio es ideal para que ellos puedan sentirse más seguros, aunque sus pobres hijos pagarán las consecuencias. Y lo harán con creces.
Es cierto que vivir tiene riesgos. En las calles y los parques pueden aparecer múltiples peligros. Aun así, diversos estudios científicos demuestran que los riesgos son menores hoy que hace cincuenta años y que la inseguridad, las guerras, los homicidios, las violaciones y los robos vienen en clara disminución en las últimas décadas. Así lo explica Steven Pinker en Los ángeles que llevamos dentro. A pesar de eso, estos padres no creen en dichos datos científicos porque leen el mundo desde su angustia y porque pasan demasiado tiempo en las redes. Pero lo que no entienden es que encerrar a sus hijos en sus apartamentos e impedirles jugar con otros niños genera uno de los mayores riesgos posibles para sus vidas: están formando niños con grandes debilidades en competencias socioafectivas como la resiliencia, la tolerancia a la frustración y la flexibilidad. Debido a eso, tendrán más crisis emocionales al llegar a la adolescencia.
Lo que sabemos psicólogos y educadores es que las crisis emocionales están cada vez más generalizadas entre jóvenes que vivieron con padres que los encerraron en sus cuartos sin darse cuenta de que el encierro y las plataformas son en extremo peligrosos para la salud mental de sus hijos. Como dicen los aimaras, la infelicidad consiste en vivir solo. De acuerdo con esto, estos niños serán profundamente infelices a lo largo de su vida. ¡Lástima que sus padres se darán cuenta muy tarde! Ojalá comiencen por dejar de ver tanto noticiero que resalta las noticias negativas y por dejar a sus hijos jugar y vivir de manera más libre.
P. D.: En Colombia, el Estado todavía no está cumpliendo con el Objetivo de Desarrollo Sostenible No. 4 con el que nos comprometimos: la mayoría de la población sigue recibiendo una educación de baja calidad y en las últimas dos décadas hemos hecho bastante por el derecho, pero muy poco por la calidad. En este contexto, las declaraciones de la representante Susana Boreal evidencian muy poca lectura, estudio, análisis y comprensión del problema. Contrario a lo que dice, la familia no puede dejar a un niño sin escuela porque, al hacerlo, frena su desarrollo y lo condena a la pobreza. Sin duda, su opinión es doblemente irresponsable al ser ella una congresista.