¿Por qué el sistema educativo colombiano aumenta la desigualdad?
En la columna anterior analicé los resultados de las pruebas SABER 11, los cuales revelan una educación de baja calidad y con tendencia claramente negativa desde 2016. En esta columna analizaré por qué este sistema educativo está contribuyendo a aumentar las desigualdades sociales.
Una función esencial de la educación en una democracia es garantizar la movilidad social, de manera que los pobres, si viven en países con una educación pública robusta y de calidad, logren superar la pobreza. Por eso se considera la educación como la “llave maestra” de la movilidad y el desarrollo. Así lo han entendido las democracias en el mundo, muy especialmente las de los países nórdicos en Europa, que han logrado construir sistemas educativos públicos de altísima calidad.
En Colombia, por el contrario, la educación pública básica no es robusta ni de calidad. Quien estudia en un colegio público tiene muy alta probabilidad de permanecer en la pobreza. Lo he sustentado en diversos momentos y espacios, pero hoy quiero usar fuentes y documentos diferentes para argumentarlo: tomaré los informes del Banco Mundial (BM) sobre Colombia de 2020 y 2021 y el reciente informe del Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana (LEE).
En su informe de 2020, el BM concluyó que en el país los hijos de los pobres están condenados a la pobreza. Según estima, una familia demoraría once generaciones en salir de la pobreza; es decir ¡nunca! Cuando se indagó por las causas de esta dramática situación, se encontró que el factor que más frenaba la movilidad social era la baja y desigual calidad de la educación. En este criterio, el Banco nos ubica en el puesto 76 entre 80 países. En el estudio de 2021, la conclusión es más preocupante por la pandemia y la ausencia de mecanismos para contrarrestar sus efectos: Colombia “tiene uno de los niveles más altos de desigualdad de ingresos en el mundo; el segundo más alto entre 18 países de América Latina y el Caribe, y el más alto entre todos los países de la OCDE”.
El BM tiene razón al ubicar el sistema educativo como uno de los factores más importantes en la configuración del círculo de la pobreza. Lo podemos corroborar si revisamos las pruebas SABER y PISA de las últimas dos décadas. Los resultados para quinto grado muestran que las brechas existentes en 2002 se habían duplicado para 2009, sencillamente porque se descuidó la educación rural y la pública durante el gobierno de Álvaro Uribe; la guerra acaparó los recursos y las acciones. La inversión en educación fue menor al 4% del PIB en la mayoría de los años. Así mismo, si tomamos los resultados de PISA en 2009 y los comparamos con los obtenidos en 2018 en el área de lectura, podemos concluir que las brechas entre colegios públicos y privados volvieron a aumentar de manera significativa.
Cuando en una sociedad la calidad de la educación es deficiente para los estratos bajos, la cuna es la que determina el futuro de los niños. Es por eso que podemos afirmar que el sistema educativo colombiano contribuye a aumentar la inequidad: los pobres reciben educación de baja calidad y los estratos altos reciben una mejor educación, lo que reproduce el círculo de la pobreza. Esto se agrava porque la educación oficial inicial es escasa y de mala calidad, al tiempo que los estratos medios y altos no solo invierten en educación inicial, sino que esta es, por lo general, innovadora y de calidad. Así las cosas, en Colombia, ya en primero de primaria está bastante decidido el futuro de los niños.
Como si lo anterior fuera poco, las brechas aumentan sensiblemente con el paso de los años y los grados. Es así como, según PISA, en 2018, ¡la mitad de los estudiantes de 15 años en Colombia solo lograban realizar una lectura fragmentaria! En general, no entienden lo que leen, pues su nivel de lectura en realidad correspondía al que deberían tener los niños a los 8 años, aunque ellos ya habían cumplido 15. La gran mayoría de ellos vivía en el campo y estudiaba en un colegio oficial.
Y eso era antes de la pandemia. Según el LEE, las brechas entre colegios públicos y privados continuaron ampliándose en 2020 y 2021. La brecha, que era de 25 puntos en Saber 11 de 2019, pasó a ser de 32 en 2021.
Dado que la desigualdad es un fenómeno multidimensional, el conjunto de estrategias para reducir las inequidades debe ser igualmente multidimensional y debe abarcar políticas fiscales, laborales, agrarias y sociales, entre otras. Sin embargo, tal como lo señala el BM, la educación es un factor decisivo. La razón es muy clara: de la educación dependerán las oportunidades de vida de las próximas generaciones.
En las últimas dos décadas, mientras una parte de la educación privada y urbana –trabajando de manera autónoma frente al MEN y transformando los modelos pedagógicos– innovó en los currículos, fortaleció el trabajo en equipo y el liderazgo pedagógico, cohesionó la comunidad y alcanzó cada vez mejores resultados, la educación pública ha estado, salvo contadas excepciones, profundamente estancada. Es por eso que necesitamos impulsar una transformación estructural del sistema educativo oficial.
No es cierto lo que dicen los gobernantes cuando afirman que han aumentado significativamente las inversiones en educación. En 2010 la inversión en educación representaba el 4,8% del PIB; para 2020, y en medio de la pandemia, la inversión había bajado al 4,6% del PIB. Así mismo, hay que reconocer la histórica deuda que tenemos con la educación oficial y rural, que se expresa en un dramático indicador: el 38% de los colegios oficiales tiene serias dificultades para brindar agua potable a los estudiantes. No estamos hablando de computadores, canchas deportivas o bibliotecas, que también son necesarios; tan solo estamos hablando de una condición mínima y esencial: el agua.
Es cierto, necesitamos más inversión en educación para crear las condiciones mínimas que aseguren el derecho de todos los niños a su educación inicial, así como el de los jóvenes a continuar sus estudios de educación superior. Sin embargo, la sociedad en su conjunto tiene que entender que si no transformamos los modelos pedagógicos en las instituciones, podremos invertir más recursos, pero no necesariamente mejoraremos la calidad. En las últimas dos décadas, el MEN y FECODE no han trabajado de manera seria y estructural para impulsar los cambios que requiere con urgencia la educación en el país. Ambos han subvalorado las transformaciones pedagógicas necesarias; el primero porque se equivocó de política educativa, y el sindicato porque se concentró en lo gremial y abandonó la reflexión, discusión y formulación de propuestas pedagógicas.
¿Cómo van a transformar los candidatos al Congreso y la Presidencia la política educativa que ha fracasado durante las últimas dos décadas? ¿Qué medidas tomarán para mejorar la bajísima comprensión lectora en el país o para superar las graves debilidades en currículo y formación de docentes? Para ser sincero, muy pocos candidatos han hecho propuestas serias para enfrentar los gravísimos problemas de calidad y desigualdad educativa. La gran mayoría de ellos se encuentra en la Coalición Centro Esperanza.
En 2018 propuse una consigna: “Si tu candidato no sabe cómo cambiar la educación, cambia de candidato”. En 2022 vuelvo a lanzarla. Al fin y al cabo, cambiar la educación es el mejor camino que conocemos para consolidar la paz, la movilidad social y la democracia. A propósito, ¿el candidato por el que usted piensa votar el próximo 13 de marzo sabe cómo mejorar la educación en el país y cómo garantizar que se convierta en un factor que impulse la movilidad social y no en uno que aumente las desigualdades, como ha hecho hasta el momento el sistema educativo colombiano?
P.D: Como decía Eduardo Galeano: “Las guerras siempre invocan nobles motivos, matan en nombre de la paz, en nombre de Dios, en nombre de la civilización o en nombre de la democracia” (…). “La paz del mundo está en manos de los que se lucran del negocio de la guerra”. La guerra contra Ucrania, también es contra la humanidad; como lo fue la guerra contra Irak o como lo es la que quieren perpetuar en nuestro país.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).
En la columna anterior analicé los resultados de las pruebas SABER 11, los cuales revelan una educación de baja calidad y con tendencia claramente negativa desde 2016. En esta columna analizaré por qué este sistema educativo está contribuyendo a aumentar las desigualdades sociales.
Una función esencial de la educación en una democracia es garantizar la movilidad social, de manera que los pobres, si viven en países con una educación pública robusta y de calidad, logren superar la pobreza. Por eso se considera la educación como la “llave maestra” de la movilidad y el desarrollo. Así lo han entendido las democracias en el mundo, muy especialmente las de los países nórdicos en Europa, que han logrado construir sistemas educativos públicos de altísima calidad.
En Colombia, por el contrario, la educación pública básica no es robusta ni de calidad. Quien estudia en un colegio público tiene muy alta probabilidad de permanecer en la pobreza. Lo he sustentado en diversos momentos y espacios, pero hoy quiero usar fuentes y documentos diferentes para argumentarlo: tomaré los informes del Banco Mundial (BM) sobre Colombia de 2020 y 2021 y el reciente informe del Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana (LEE).
En su informe de 2020, el BM concluyó que en el país los hijos de los pobres están condenados a la pobreza. Según estima, una familia demoraría once generaciones en salir de la pobreza; es decir ¡nunca! Cuando se indagó por las causas de esta dramática situación, se encontró que el factor que más frenaba la movilidad social era la baja y desigual calidad de la educación. En este criterio, el Banco nos ubica en el puesto 76 entre 80 países. En el estudio de 2021, la conclusión es más preocupante por la pandemia y la ausencia de mecanismos para contrarrestar sus efectos: Colombia “tiene uno de los niveles más altos de desigualdad de ingresos en el mundo; el segundo más alto entre 18 países de América Latina y el Caribe, y el más alto entre todos los países de la OCDE”.
El BM tiene razón al ubicar el sistema educativo como uno de los factores más importantes en la configuración del círculo de la pobreza. Lo podemos corroborar si revisamos las pruebas SABER y PISA de las últimas dos décadas. Los resultados para quinto grado muestran que las brechas existentes en 2002 se habían duplicado para 2009, sencillamente porque se descuidó la educación rural y la pública durante el gobierno de Álvaro Uribe; la guerra acaparó los recursos y las acciones. La inversión en educación fue menor al 4% del PIB en la mayoría de los años. Así mismo, si tomamos los resultados de PISA en 2009 y los comparamos con los obtenidos en 2018 en el área de lectura, podemos concluir que las brechas entre colegios públicos y privados volvieron a aumentar de manera significativa.
Cuando en una sociedad la calidad de la educación es deficiente para los estratos bajos, la cuna es la que determina el futuro de los niños. Es por eso que podemos afirmar que el sistema educativo colombiano contribuye a aumentar la inequidad: los pobres reciben educación de baja calidad y los estratos altos reciben una mejor educación, lo que reproduce el círculo de la pobreza. Esto se agrava porque la educación oficial inicial es escasa y de mala calidad, al tiempo que los estratos medios y altos no solo invierten en educación inicial, sino que esta es, por lo general, innovadora y de calidad. Así las cosas, en Colombia, ya en primero de primaria está bastante decidido el futuro de los niños.
Como si lo anterior fuera poco, las brechas aumentan sensiblemente con el paso de los años y los grados. Es así como, según PISA, en 2018, ¡la mitad de los estudiantes de 15 años en Colombia solo lograban realizar una lectura fragmentaria! En general, no entienden lo que leen, pues su nivel de lectura en realidad correspondía al que deberían tener los niños a los 8 años, aunque ellos ya habían cumplido 15. La gran mayoría de ellos vivía en el campo y estudiaba en un colegio oficial.
Y eso era antes de la pandemia. Según el LEE, las brechas entre colegios públicos y privados continuaron ampliándose en 2020 y 2021. La brecha, que era de 25 puntos en Saber 11 de 2019, pasó a ser de 32 en 2021.
Dado que la desigualdad es un fenómeno multidimensional, el conjunto de estrategias para reducir las inequidades debe ser igualmente multidimensional y debe abarcar políticas fiscales, laborales, agrarias y sociales, entre otras. Sin embargo, tal como lo señala el BM, la educación es un factor decisivo. La razón es muy clara: de la educación dependerán las oportunidades de vida de las próximas generaciones.
En las últimas dos décadas, mientras una parte de la educación privada y urbana –trabajando de manera autónoma frente al MEN y transformando los modelos pedagógicos– innovó en los currículos, fortaleció el trabajo en equipo y el liderazgo pedagógico, cohesionó la comunidad y alcanzó cada vez mejores resultados, la educación pública ha estado, salvo contadas excepciones, profundamente estancada. Es por eso que necesitamos impulsar una transformación estructural del sistema educativo oficial.
No es cierto lo que dicen los gobernantes cuando afirman que han aumentado significativamente las inversiones en educación. En 2010 la inversión en educación representaba el 4,8% del PIB; para 2020, y en medio de la pandemia, la inversión había bajado al 4,6% del PIB. Así mismo, hay que reconocer la histórica deuda que tenemos con la educación oficial y rural, que se expresa en un dramático indicador: el 38% de los colegios oficiales tiene serias dificultades para brindar agua potable a los estudiantes. No estamos hablando de computadores, canchas deportivas o bibliotecas, que también son necesarios; tan solo estamos hablando de una condición mínima y esencial: el agua.
Es cierto, necesitamos más inversión en educación para crear las condiciones mínimas que aseguren el derecho de todos los niños a su educación inicial, así como el de los jóvenes a continuar sus estudios de educación superior. Sin embargo, la sociedad en su conjunto tiene que entender que si no transformamos los modelos pedagógicos en las instituciones, podremos invertir más recursos, pero no necesariamente mejoraremos la calidad. En las últimas dos décadas, el MEN y FECODE no han trabajado de manera seria y estructural para impulsar los cambios que requiere con urgencia la educación en el país. Ambos han subvalorado las transformaciones pedagógicas necesarias; el primero porque se equivocó de política educativa, y el sindicato porque se concentró en lo gremial y abandonó la reflexión, discusión y formulación de propuestas pedagógicas.
¿Cómo van a transformar los candidatos al Congreso y la Presidencia la política educativa que ha fracasado durante las últimas dos décadas? ¿Qué medidas tomarán para mejorar la bajísima comprensión lectora en el país o para superar las graves debilidades en currículo y formación de docentes? Para ser sincero, muy pocos candidatos han hecho propuestas serias para enfrentar los gravísimos problemas de calidad y desigualdad educativa. La gran mayoría de ellos se encuentra en la Coalición Centro Esperanza.
En 2018 propuse una consigna: “Si tu candidato no sabe cómo cambiar la educación, cambia de candidato”. En 2022 vuelvo a lanzarla. Al fin y al cabo, cambiar la educación es el mejor camino que conocemos para consolidar la paz, la movilidad social y la democracia. A propósito, ¿el candidato por el que usted piensa votar el próximo 13 de marzo sabe cómo mejorar la educación en el país y cómo garantizar que se convierta en un factor que impulse la movilidad social y no en uno que aumente las desigualdades, como ha hecho hasta el momento el sistema educativo colombiano?
P.D: Como decía Eduardo Galeano: “Las guerras siempre invocan nobles motivos, matan en nombre de la paz, en nombre de Dios, en nombre de la civilización o en nombre de la democracia” (…). “La paz del mundo está en manos de los que se lucran del negocio de la guerra”. La guerra contra Ucrania, también es contra la humanidad; como lo fue la guerra contra Irak o como lo es la que quieren perpetuar en nuestro país.
* Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria).