¿Por qué se han vuelto más frecuentes las crisis emocionales en los jóvenes?
En un mundo cada vez más incierto es necesario formar personas más autónomas, flexibles y con mejor criterio, pero las familias modernas y las dinámicas sociales están contribuyendo muy poco con este objetivo.
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En un mundo cada vez más incierto es necesario formar personas más autónomas, flexibles y con mejor criterio, pero las familias modernas y las dinámicas sociales están contribuyendo muy poco con este objetivo.
Una crisis emocional se presenta cuando perdemos interés para vivir, interactuar con otros y desarrollar nuestros proyectos y actividades, lo que reduce nuestra autoimagen y la esperanza en el futuro. La tristeza es una emoción inevitable en infinidad de momentos de la vida. Sin embargo, es preocupante cuando es tan profunda que termina por ahogar por completo nuestro sentido de vida y se convierte en depresión prolongada. Por eso los padres y profesores tenemos que estar muy pendientes de nuestros hijos y estudiantes y cultivar en ellos las ganas de vivir, las interacciones sociales, el autoconcepto y la esperanza.
El problema es que, si no entendemos el origen de las crecientes crisis emocionales de los jóvenes, no podremos actuar para superarlas. En esta columna se explican tres factores que las causan. El primero es cultural: las familias nucleares y extensas son cada vez más pequeñas y el diálogo y el apoyo emocional en ellas es menor. El segundo es un factor social: la emergencia de las redes sociales. El tercero está relacionado con el impacto de la pandemia en la socialización.
1. Los cambios en los estilos de autoridad familiares
Por lo general, en las familias colombianas se ha impuesto la autoridad de los padres golpeando a los hijos con cables de la plancha o dándoles rejo, cachetadas, chancla o palo “para que hagan caso”. El autoritarismo en la familia sigue siendo muy frecuente. El último estudio nacional sobre el tema se realizó en 2019 en la Universidad de la Sabana y encontró que en la mitad de las familias que viven en las ciudades se seguía golpeando de manera sistemática a los hijos con algún objeto.
Ahora bien, en los estratos medios y altos han venido creciendo dos nuevos estilos familiares muy poco conocidos en la historia: los permisivos y los sobreprotectores. A ellos nos referiremos en la presente columna, porque son los que de mejor manera explican el aumento en las crisis emocionales de los jóvenes.
En los estilos permisivos el autoritarismo lo ejercen los hijos, pues se hace lo que ellos digan. Imponen su voluntad mediante la manipulación afectiva y el llanto. Desde muy pequeños aprenden que sus padres sufren cuando ellos lloran en los sitios públicos y por eso recurren a la pataleta como medio de chantaje. Es una paradoja porque los padres permisivos quieren hacer sentir felices a sus hijos y por eso los dejan hacer lo que quieran, pero la consecuencia es que forman hijos muy tristes y solitarios porque a estos niños no los quieren los profes, familiares o compañeros. Son niños que desarrollan poco la tolerancia a la frustración porque están muy acostumbrados a hacer lo que desean. Son centrados y presentan muy bajos niveles de empatía. No pueden aplazar su goce. Por lo anterior, son poco autónomos y muy frágiles para enfrentar las dificultades.
El otro tipo de familia que viene en crecimiento es el sobreprotector. En la columna anterior expliqué que la sobreprotección está asociada a la angustia que sufren los progenitores. Los padres ansiosos tratan de generar ansiedad en sus hijos para sufrir menos. Sin embargo, no los dejan madurar porque los sustituyen. El problema grave es que la sobreprotección forma niños inseguros e incapaces, que maduran a ritmos muy lentos.
Como puede verse, las nuevas familias tienden a formar personas frágiles para enfrentar la crudeza y la incertidumbre propias de la vida, pues educan hijos con serias limitaciones para socializar trabajar y superar los obstáculos. En esencia, son niños y jóvenes menos autónomos. La vida familiar gira en torno a ellos. Es por eso que son más centrados, dependientes e inmaduros. Allí está la clave para entender por qué tienen mayor dificultad para asumir sus responsabilidades y enfrentar las dificultades de la vida.
2. Plataformas y redes sociales virtuales
Hace dos semanas, en un encuentro organizado por la Fundación Santo Domingo y divulgado por El Espectador, Gautam Rao, profesor de Economía de la Universidad de Harvard, compartió los resultados de sus investigaciones sobre la salud mental de los adolescentes en los EE. UU. Rao encontró que cuanto mayor sea el uso de Facebook es mayor la depresión. Es una hipótesis que requerirá diversas investigaciones, pero hay algunos elementos que permiten pensar que es plausible. La psiquiatra española Marian Rojas Estapé llega a una conclusión similar. Sus investigaciones la han llevado a pensar que los celulares y las redes producen breves satisfacciones inmediatas similares a la dopamina, que generan adicción y efectos muy negativos en el mediano plazo.
Las redes han secuestrado nuestra atención y han debilitado la corteza prefrontal de las nuevas generaciones. Recurren a un mecanismo muy sencillo que combina luz, sonido y movimiento, que también se usa para entretener a los bebés. El debilitamiento de la corteza favorece la impulsividad y las adicciones, lo que afecta negativamente la estabilidad emocional de los jóvenes. No paramos de ver el número de likes y retuiteos de nuestro trino o video subido. No podemos pasar más de unos minutos sin ver nuestro celular. Necesitamos responder inmediatamente las llamadas y los chats, saber quién observó y a quién le gustó nuestra publicación. Al fin de cuentas, las redes explotan la enorme necesidad de reconocimiento que tenemos los seres humanos.
Pero lo que necesitamos saber es quién domina a quién; si son las pantallas las que dominan nuestro cerebro o si es nuestro cerebro quien las domina. Si es lo primero, estamos ante un grave problema. Si es lo segundo, estamos ante una gran oportunidad. De allí que la tarea central para padres y educadores sea la formación de la autonomía. Desafortunadamente, ninguno de los dos está cumpliendo la tarea a cabalidad: los educadores porque seguimos centrados en las trivialidades de un aprendizaje fragmentado, descontextualizado y particular; los padres porque en el cambio de época han favorecido estilos permisivos o sobreprotectores que debilitan la autonomía.
En la serie Black Mirror se analizan los riesgos de la impulsividad y la ansiedad descomunales que están generando las redes. En el capítulo “Smithereens” vemos los dramáticos efectos que tuvieron en la vida de un joven que manejaba en carretera y, tan solo por darle like a un mensaje en el chat de los amigos del colegio, estrelló su carro y perdió a su mujer.
De todas maneras, es muy importante entender que el problema no son las redes. El problema grave y complejo es la baja autonomía de los muchachos que las utilizan, que se genera en los hogares modernos y que todavía no ha comenzado a ser una prioridad en las escuelas.
3. Los impactos de la pandemia en la socialización
La pandemia nos encerró y dificultó la socialización. Rituales sociales como el noviazgo, el matrimonio, los entierros, los grados o las fiestas tuvieron que adecuarse a un contexto de gran riesgo para la salud y la vida. Esto afectó muy especialmente a los jóvenes, quienes siempre construyen su propia identidad en relación con diversos grupos. Con buena parte de los colegios cerrados, la socialización, que hasta el momento es la función más importante de la escuela, no se logró sino muy parcialmente. Por eso los jóvenes fueron los que más sufrieron en este periodo al no poder conformar sus grupos referenciales, practicar sus deportes, viajar o compartir con sus amigos.
Si somos conscientes de que los jóvenes actuales son más frágiles por la permisividad y sobreprotección que han vivido en sus familias, así como por la ansiedad e impulsividad que les producen las redes sociales, y si a eso le sumamos la pandemia de COVID, comprenderemos por qué están aumentando las crisis emocionales entre ellos.
De la reflexión anterior se deriva que si queremos superar estos problemas, necesitamos favorecer la autonomía de las nuevas generaciones. Solo jóvenes más autónomos, con un mejor criterio moral y cognitivo, más seguros, empáticos y participativos lograrán sortear asertivamente los nuevos retos que se les presentan. En un mundo que inevitablemente será cada vez más incierto, necesitamos formar personas más autónomas y flexibles desde las aulas y los hogares.
Es cierto que las escuelas tendrán que darle cada vez más importancia a la autonomía. A fin de cuentas, como explicó Kant, formar mayores de edad es la tarea esencial de la educación. Sin embargo, tampoco hay que olvidar las palabras de Pepe Mujica: “No le podemos pedir al docente que arregle los agujeros que hay en el hogar”. Y los nuevos hogares están dejando unos agujeros negros gigantescos en la vida emocional y en la autonomía de los menores. Eso no lo podemos pasar por alto.
*Director del Instituto Alberto Merani (@juliandezubiria)