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¿Qué pueden aprender las familias del nobel de Economía?

Julián de Zubiría Samper
22 de octubre de 2024 - 05:00 a. m.

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"Simon Johnson, James A. Robinson y Daron Acemoglu recibieron el Premio Nobel de Economía en 2024 por demostrar que se requieren instituciones económicas y políticas inclusivas para alcanzar el desarrollo sostenible": Julián de Zubiría
"Simon Johnson, James A. Robinson y Daron Acemoglu recibieron el Premio Nobel de Economía en 2024 por demostrar que se requieren instituciones económicas y políticas inclusivas para alcanzar el desarrollo sostenible": Julián de Zubiría
Foto: EFE - Christine Olsson/TT

Simon Johnson, James A. Robinson y Daron Acemoglu recibieron el Premio Nobel de Economía en 2024 por demostrar que se requieren instituciones económicas y políticas inclusivas para alcanzar el desarrollo sostenible. De manera análoga, ¿podríamos decir que se necesitan instituciones familiares democráticas para promover el desarrollo integral de los individuos en el largo plazo?

Los recientes galardonados con el Nobel de Economía han adelantado sus originales investigaciones durante más de tres décadas en múltiples regiones del mundo. La argumentación que presentan en su libro Por qué fracasan los países (2012) es muy convincente. Las actividades económicas inclusivas elevan la productividad y fomentan la prosperidad económica. La misma tesis explica por qué países muy desiguales, corruptos, inseguros, con monopolios e instituciones débiles frenan su desarrollo.

Desafortunadamente, Colombia está ubicado entre los países con instituciones políticas demasiado corruptas y clientelistas e instituciones económicas que favorecen los monopolios, la evasión de impuestos y la desigualdad. Esta situación ha frenado los tres grandes motores del desarrollo: la innovación, la tecnología y la educación de calidad. La responsabilidad de la clase política es inmensa. Robinson valora positivamente la visión estratégica de Álvaro Uribe para acabar con la guerrilla, pero le censura que sacrificara las instituciones al intentar perpetuarse en el poder. De Iván Duque resalta muy negativamente que hiciera todo lo posible por destruir los acuerdos de paz y de Gustavo Petro señala que tiene buenas intenciones, pero que ha tenido gran dificultad para convertirlas en realidad. Como tituló El Espectador: es un nobel que nos conoce y nos habla. A pesar de todo, no hemos colapsado porque las instituciones y la débil democracia que hemos construido también han impedido la permanencia indefinida en el gobierno de quienes han buscado atornillarse en el poder.

En esta columna desarrollaré una tesis análoga relacionada con la institución familiar: los jóvenes que han alcanzado un desarrollo integral provienen de familias democráticas en las que se favorece la comunicación, participación y actividades conjuntas entre sus miembros. La comunicación asertiva enseña a los niños a resolver sus conflictos de manera reflexiva y dialogada, al tiempo que las actividades conjuntas les muestran el poder casi ilimitado del afecto, el apoyo y el trabajo en equipo. También les brindan la seguridad y confianza necesarias para consolidar su autonomía, autoconcepto e integralidad, tres de los motores del desarrollo individual a lo largo de la vida.

Lo que hagamos como padres marcará las actitudes y la seguridad que tendrán nuestros hijos cuando sean adultos. Eso lo tenía muy claro Franz Kafka cuando decía en su Carta al padre que los métodos con los cuales lo formaron habían sido “eficientes”, pues al fin y al cabo se había vuelto obediente, pero –y esto es lo que quiero destacar– había quedado “interiormente dañado”. El autoritarismo anula la confianza, la comunicación y el desarrollo a largo plazo. Debido a eso, los hijos de padres autoritarios se vuelven inseguros, desconfiados y temerosos. Al perder la autoestima pierden una de las cualidades más importantes para triunfar en la vida. Algo similar sucede con la sobreprotección. El periódico El Tiempo mencionaba el caso de una madre que exigía entrar con su hijo a la entrevista de trabajo. Obviamente, no la aceptaron y su hijo perdió la oportunidad. Pero el problema no para allí: ese joven está condenado a fracasar en la vida porque su madre no confía en él y, debido a eso, lo sustituye, incluso en las entrevistas laborales. De adulto, sin duda, seguirá siendo frágil e inseguro y tendrá poca tolerancia a la frustración.

No somos conscientes de eso, pero muchas de las cosas que hacemos se gestaron en el tipo de familia en el que vivimos la niñez. Por algo Sigmund Freud creyó encontrar en las experiencias infantiles los traumas que padecemos de adultos. De manera análoga, los ganadores del Nobel estudiaron en detalle los procesos de colonización de los europeos durante los siglos XVI y XVII y encontraron que muchas de las características de las instituciones actuales tienen su origen en las que crearon los colonizadores varios siglos atrás.

En las últimas décadas, dos tipos de familias han crecido significativamente, en especial en los estratos medios y altos de la población. Se trata de las familias permisivas y las sobreprotectoras. Ninguna de ellas favorece el desarrollo individual a largo plazo. Las primeras porque empoderan en exceso al niño y las segundas, porque lo sustituyen.

En las familias permisivas el niño se vuelve el autoritario que golpea, grita e impone su voluntad. El padre obedece para evitar el llanto manipulador de su hijo en el centro comercial. Esos niños piensan en exceso en sí mismos y son muy poco sensibles. Es por eso que nadie los quiere. De adultos tendrán múltiples problemas en el trabajo porque incumplirán sus responsabilidades y no podrán compartir y decir “nosotros”. Sienten que están llenos de derechos y que no tienen obligaciones. Serán poco resilientes. Eso y mucho más se gesta en las dinámicas familiares vividas en la niñez.

Las familias sobreprotectoras son muy nuevas en la historia y, debido a eso, todavía no conocemos sus implicaciones en el largo plazo. Aun así, ya se pueden inferir. Como los padres viven con angustia eterna, quisieran encerrar a los hijos todo el tiempo en sus cuartos y saber dónde y con quién están a cada minuto. Es por ello que reciben el apelativo de padres helicóptero. Sin darse cuenta, los vuelven adictos a las plataformas desde pequeños. Sus hijos son muy buenos asesinando monstruos en el mundo virtual, pero pésimos resolviendo problemas en el mundo real. Ellos no juegan libremente. Se volverán adultos ansiosos que llamarán a sus padres cuando tengan cualquier conflicto. De adultos seguirán teniendo la fragilidad y la falta de autonomía que tienen hoy de niños y jóvenes. No madurarán. Sus padres se lo habrán impedido. Tendrán el síndrome de Peter Pan. Sin duda, detrás del preocupante aumento de las crisis emocionales entre los jóvenes actuales tenemos padres sobreprotectores que quisieron evitar las frustraciones de sus hijos cuando eran niños.

La Academia Sueca acertó al premiar las investigaciones sobre el papel de las instituciones en el desarrollo a largo plazo y su explicación de por qué fracasan las naciones. Pero eso que dicen los galardonados también se podría aplicar a la institución familiar. En consecuencia, si queremos formar ciudadanos más sanos emocionalmente, que aprendan a resolver sus conflictos de manera dialogada y que tengan un autoconcepto equilibrado que les ayude a enfrentar los múltiples conflictos que tendrán en su vida, necesitamos fortalecer las familias democráticas y participativas.

Obviamente, si tuviéramos una educación de muy alta calidad, las instituciones escolares podríamos trabajar con los niños y los padres para ayudar a revertir la falta de autonomía, empatía, seguridad, solidaridad y resiliencia con la que llega una buena parte de los estudiantes. El problema es que la clase política en Colombia, que ha creado instituciones que frenan el desarrollo nacional, también ha impedido la construcción de un sistema educativo articulado, pertinente, contextualizado y de calidad. La conclusión es muy clara: sin cambiar la clase política no alcanzaremos el desarrollo nacional a largo plazo y tampoco la educación de calidad que necesitamos para impulsarlo.

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Cornelio(08343)22 de octubre de 2024 - 10:24 p. m.
Felicitar al profesor Zubiria por su columna. Comparto su opinión cuando hace el símil del fracaso de las naciones con el de las familias. En la lectura me asaltaron pensamientos de desaliento cuando veo nuevas familias sin hijos y con mascotas, no se como calificarlas. Los adjetivos de permisivas y las sobreprotectoras no va con ellas. Creo que arrastran esos males desde niños aunado a una deshumanización a pesar del amor que dicen sentir por sus mascotas. Se abre el debate.
ALVARO(28865)22 de octubre de 2024 - 09:29 p. m.
Tenemos un capitalismo amañado y las mejores universidades privadas son cómplices de ese amaño y el consiguiente atraso. ¿Corregirán el tiro?
Caliche(62305)22 de octubre de 2024 - 08:55 p. m.
Gracias, profe Zubiría, por su analogía. Otra analogía, sobre la debilidad institucional, una hipótesis: el colegio como una finca administrada por vulgares rectores, estilo capataces, que impiden la participación y la democracia. Lo micro es una copia de lo macro.
Caliche(62305)22 de octubre de 2024 - 08:55 p. m.
Gracias, profe Zubiría, por su analogía. Otra analogía, sobre la debilidad institucional, una hipótesis: el colegio como una finca administrada por vulgares rectores, estilo capataces, que impiden la participación y la democracia. Lo micro es una copia de lo macro.
Un observador(71824)22 de octubre de 2024 - 08:42 p. m.
Se autocataloga como institución, siendo que es una persona natural ("... las instituciones escolares podríamos..."); además se intenta poner a la altura de los nobel, lo que es una gran inmodestia. Las instituciones pueden ser importantes (inclusivas), pero los premiados no tocan ni en las curvas problemas fundamentales del capitalismo y sus grandes problemas, como la propiedad privada sobre los medios de producción fundamentales, la acumulación y centralización en pocas manos, etc. Nada nuevo.
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