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Desde 1817 hasta 1975 siete pandemias de cólera azotaron al mundo matando a millones de personas. De todas las enfermedades que surgieron a raíz de las deficientes condiciones de salubridad de aquel entonces el cólera fue quizás la que causó más víctimas y la que ha dejado en nuestra consciencia colectiva, hasta hoy, la profunda e indeleble huella del horror y la desolación que produjo.
El cólera se originó en la India hace aproximadamente 2500 años. En el siglo IV AC Hipócrates menciona la enfermedad y en Europa hay registros de la misma desde el siglo XVII. Y aunque cada vez son más raros los brotes, al día de hoy el cólera afecta de tres a cinco millones de personas y mata entre 28.000 y 100.000 personas al año alrededor del mundo.
El 31 de agosto de 1854, en el distrito de Soho en Londres, estallaría uno de los más devastadores brotes de cólera de los que se tenga registro. Tan sólo unos pocos días más tarde morirían más de 500 personas en los alrededores de Broad Street, en pleno corazón del distrito. Este virulento estallido fue parte de la tercera pandemia del cólera (1846-1860) que afectó a buena parte del mundo y que tan sólo en Rusia diezmó a más de un millón de personas.
Para el momento en que estalló el brote de Broad Street, Pasteur aún no había revolucionado la epidemiología y la teoría prevalente era la teoría miasmática de la enfermedad, que argüía que el cólera y otras enfermedades, como la peste, se transmitían por miasmas, que no eran otra cosa que emanaciones fétidas de suelos o líquidos que al ser aspirados causaban la enfermedad.
Sin embargo, John Snow, médico británico que dudaba de la explicación miasmática, realizó una investigación sobre las causas de la epidemia de cólera en aquel distrito, haciendo cientos de entrevistas y georreferenciando, casa a casa y calle a calle, en un mapa de la época, la expansión de la enfermedad. A mediados de septiembre de 1854, dos semanas después del primer brote, el mapa de Snow señalaba un alto número de casos alrededor del pozo de agua de Broad Street. Snow probó fehacientemente que el patógeno del cólera se difundía a través de agua contaminada cuando hizo inhabilitar el pozo quitándole el asa y haciendo que los casos disminuyeran drásticamente en los días siguientes. Más tarde se probó que el pozo se hallaba contaminado por las alcantarillas que en aquel entonces vertían sus aguas en el Támesis.
El trabajo de Snow no sólo fue el precursor de la teoría de los gérmenes – lo que le hace ser considerado como el padre de la epidemiología moderna –, sino que gracias a su estudio se logró identificar parte de los problemas estructurales que trae la rápida urbanización en materia de salud pública. Gracias al brote de cólera de Broad Street y a la ciencia que en medio de la tragedia se pudo desarrollar, se transformaron los sistemas de suministro de agua potable en el mundo, así como el manejo de las aguas contaminadas y los desechos.
El COVID-19 y su rapidísima expansión nos está brindando la oportunidad para repensar nuestras ciudades y nuestros sistemas sociales de prevención y atención a emergencias. La actual pandemia es una oportunidad para que, como en el caso de Snow, podamos diseñar sistemas más eficientes, que en el futuro no sólo eviten enfermedades más mortíferas, sino que nos permitan también modelar procesos económicos y sociales más adaptativos frente a los actuales retos del desarrollo humano globalizado.
@Los_Atalayas, atalaya.espectador@gmail.com