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La protesta mundial del pasado sábado representó un derroche de emocionalidad, amor, esperanza y compromiso por parte de millones de venezolanos que salieron a las calles con las actas que prueban el fraude de Maduro y la bandera tricolor en sus manos. La gran movilización agrupó a más de 60 ciudades en el mundo; hubo venezolanos protestando en países como Madagascar, Corea del Sur, Japón y hasta en islas como Hawái. Fue una fiesta solemne que reunió no solo a líderes políticos, artistas e influencers, sino también a millones de personas que sueñan con volver a su país y reencontrarse con sus seres queridos.
Hay que destacar lo que fueron las movilizaciones en Chile y España, donde una avalancha de personas colmó las calles con el mensaje de libertad para Venezuela. Tampoco podemos desconocer la valentía de los millones que salieron en Venezuela a manifestarse, a pesar de la represión salvaje de la dictadura, que hasta ahora arroja un saldo lamentable de 27 personas fallecidas y más de 2.200 detenidas. Estas imágenes en el mundo contrastaron con la movilización sombría y menguada de la dictadura, que apenas pudo concentrar a un pequeño grupo de personas obligadas. No olvidemos que, según Reuters, desde el 28 de julio se han presentado una serie de despidos masivos en las instituciones públicas, luego de que los superiores interceptaran las comunicaciones de sus subordinados y encontraran mensajes en contra de Maduro.
Estamos en un momento en que la presión internacional no se puede apagar; por el contrario, es necesario escalarla sobre el régimen. La vulgar sentencia del Tribunal Supremo de Justicia de Maduro, que más que un tribunal es un burdel del dictador, conformado por jueces de bolsillo que reciben órdenes directas desde Miraflores, no hizo otra cosa que unir más a Venezuela y al mundo contra el golpe de Estado de Maduro, que pretende apuñalar la soberanía popular ejercida en el voto.
Después de esta sentencia, en la que convalidan el fraude sin mostrar ni una sola acta de escrutinio, ni Colombia ni Brasil tienen excusas para esconderse detrás de posiciones ambivalentes para evitar llamar las cosas por su nombre. El presidente de Chile, Gabriel Boric, ha dado una clase magistral de lo que significa ser un demócrata, señalando claramente que en Venezuela no existe ningún proyecto de izquierda, sino una dictadura que pretende abolir el derecho al sufragio y confiscar la voluntad de un pueblo que decidió ser libre. Lo mismo esperamos de Colombia y del presidente Petro, ya que convalidar este fraude no solo lo haría cómplice de una tiranía, sino que dejaría al descubierto su falta de compromiso con la democracia en el hemisferio.
El asunto de las actas tiene que ser superado por la comunidad internacional en su conjunto, ya que estas ya fueron publicadas en la página web que dispuso María Corina Machado. Por algo el Consejo Nacional Electoral se niega a publicar resultados desagregados mesa por mesa, se niega a presentar un acta. No lo hace porque todo el mundo sabe que Maduro fue derrotado por paliza. Fue derrotado por más de 30 puntos, no por 5 ni por 8, sino por 30, y esa es una verdad que la comunidad internacional conoce, que el pueblo sabe y que los militares presenciaron. Lo han ratificado los propios observadores validados por el régimen, como el Centro Carter o el Panel de Expertos de la ONU.
En tal sentido, ha llegado la hora de que la causa de Venezuela se convierta en una causa mundial y se dejen atrás los debates estériles sobre izquierda o derecha. Estamos frente a un drama humano de proporciones nunca vistas, estamos frente a terrorismo de Estado, como lo dijo recientemente la CIDH, y estamos a las puertas de que se desate una nueva ola migratoria, que, según las encuestas, podría representar hasta el 20 % de la población venezolana, es decir, hasta cinco millones más de migrantes.
Entonces, lo que toca en este momento es presionar a Maduro para que acepte los resultados incontrovertibles del 28 de julio y así inicie una transición ordenada que permita que Edmundo González asuma la presidencia de la República el próximo 10 de enero, como ordena nuestra Constitución. No puede haber más dilataciones, tampoco más excusas; lo que toca es que se imponga la voz del pueblo que se expresó pacífica y democráticamente en las urnas. ¡Llegó la hora de la verdad!
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