Petro y Maduro, ¿por qué defienden a Hamás?
Julio Borges
Las imágenes de la guerra en Israel nos llenan de ansiedad, tristeza y desasosiego. El mundo no termina de encausar el conflicto en Ucrania cuando se embarca en una nueva historia de terror, donde las bombas enlutan familias enteras y cientos de niños ven cómo sus padres son arrastrados por máquinas de guerra. Es verdaderamente doloroso, pero más doloroso resulta que líderes en el mundo, que se hacen llamar demócratas y defensores de los derechos humanos, se escondan en posiciones maximalistas para no condenar al terrorismo.
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Las imágenes de la guerra en Israel nos llenan de ansiedad, tristeza y desasosiego. El mundo no termina de encausar el conflicto en Ucrania cuando se embarca en una nueva historia de terror, donde las bombas enlutan familias enteras y cientos de niños ven cómo sus padres son arrastrados por máquinas de guerra. Es verdaderamente doloroso, pero más doloroso resulta que líderes en el mundo, que se hacen llamar demócratas y defensores de los derechos humanos, se escondan en posiciones maximalistas para no condenar al terrorismo.
Era de esperar que Maduro, dada su conexión con el terrorismo y su cercanía con el régimen de Irán, no condenara el ataque de Hamás contra Israel. El dictador se dedicó a ensuciar lo ocurrido diciendo que Cristo fue el primer palestino antiimperialista y que fue crucificado por el imperio español, sin mencionar una palabra de quien desató una masacre en Israel. Repito, esto era esperable viniendo de Maduro, quien es un prisionero de la agenda antioccidental. Ahora, lo que no era esperable era la reacción de otros líderes como el presidente Gustavo Petro, quien no solo no reprochó los hechos de violencia de Hamás, sino que comparó al Ejército de Israel con los nazis, asumiendo una posición relativista con este conflicto armado, tal cual lo ha hecho con la crisis venezolana en otras oportunidades.
El asesinato de civiles, la desestabilización de la paz y la instrumentalización de un conflicto armado por parte de terceros deberían ser elementos que unifiquen a los líderes democráticos. Sin embargo, en el mundo de hoy, dominado por la narrativa y las percepciones creadas por la hiperconectividad, cada uno anda viendo cómo barnizar los hechos de ideología, relativizando todo a un contexto específico. En otras palabras, si los derechos humanos se violan en un país afín a mis intereses, entonces allí no existen violaciones a los derechos humanos. Lo mismo sucede con la guerra: si esta la ocasiona un adversario, entonces es una agresión militar y debe ser condenada enérgicamente, pero si la inicia un aliado, entonces se busca cualquier excusa de la cual agarrarse para no deslindarse de lo que moralmente está mal.
El problema de este relativismo cultural y político es que se lleva por el medio a trancazos los derechos humanos y la democracia, abriéndole las puertas a agendas de grupos radicales y terroristas, así como a potencias que solo les interesa expandir su influencia. Hamás es un brazo armado del régimen de Irán, que promueve en el mundo su agenda y que utiliza mecanismos violentos para someter a poblaciones enteras, desconociendo la dignidad humana. Hamás y el proyecto iraní deberían ser rechazados por todos los que dicen ser demócratas y defensores de la paz en el mundo. Sin embargo, esto no pasa. Mientras tanto, estos grupos con agendas de desestabilización siguen minando nuestro hemisferio, con el apoyo del régimen de Maduro. En Venezuela hemos sido testigo de una penetración iraní sin precedentes en el mundo. No es descabellado decir que Irán es una de las patas del trípode que sostiene a la dictadura de Nicolás Maduro. La relación con este país empezó con la firma de acuerdo para construir una fábrica de bicicletas de Irán en Venezuela, y ahora se ha transformado en un trampolín para que Irán posicione sus intereses, no solo en nuestro país, sino también en Nicaragua, Bolivia y el Caribe.
Irán, en este momento, dirige la venta de petróleo de Venezuela, creando mecanismos alternos para vender crudo de forma oscura y sin rendirle cuentas a nadie. Además, Irán es el país que ayuda al régimen de Maduro a reparar refinerías petroleras socavadas por la corrupción y la desidia de la élite de Miraflores. Pero la penetración de Irán va más allá y se expande al campo militar, con la firma de acuerdos en materia de defensa en los que Venezuela ha comprado drones iraníes de reconocimiento, así como sistemas de lanzamiento de misiles antibuques. Igualmente, por información de inteligencia, se conoce que militares del régimen islámico han impartido cursos a personal militar venezolano sobre cómo promover y repeler ciberataques.
No obstante, lo más peligroso de esta relación no es lo que vemos, sino lo que precisamente está entre líneas, y es precisamente la penetración de los grupos armados y radicales de Irán, tal cual ha ocurrido en el Medio Oriente y se viene asentado con mucha fuerza en América Latina, a partir de la conchupancia de Maduro.
Los diferentes escándalos de Hezbolá que involucran a Venezuela son tan frecuentes y notorios que no se cuentan con los dedos de una mano. El año pasado, un avión venezolano–iraní fue detenido en Argentina por sus conexiones sospechosas. Se trataba de una aeronave que había pertenecido a la aerolínea Maham Air, compañía sancionada por traficar armas a grupos iraníes. Pero el cuento no terminó aquí: resulta ser que, luego de las investigaciones y requisas respectivas, la justicia argentina ordenó la confiscación del avión y determinó que uno de los pilotos había pertenecido a las llamadas Fuerzas Quds, una división de la Guardia Revolucionaria Islámica especializada en operaciones de inteligencia militar.
De nuevo, no es que esto se trata en una lucha entre izquierdas y derechas, tampoco es un tema de una visión filosófica del mundo. Esto se trata de un tema de humanidad, seguridad y democracia. Por eso, resulta insólito que el presidente de Colombia no condene el ataque de Hamás, como tampoco condena con vehemencia las violaciones a los derechos humanos en Venezuela y la presencia de Irán en nuestro país. Aquí, todos los Estados, indistintamente de su afinidad ideológica, deben deslindarse de Hamás y el asesinato de civiles, así como de la pretensión del régimen iraní y de las otras autocracias de ponerle más fuego al incendio. En la guerra no puede haber medias tintas, tampoco relativismo. Quienes se aferran a posiciones ideológicas para no deslindarse de la muerte quedan desnudos frente al mundo y las causas que dicen defender se convierten en simples quimeras.