La educación ambiental en Colombia ya logró suficiente experiencia para aportar métodos y contenidos al esfuerzo colectivo convocado por el grupo de estudiantes que llaman al Gran Acuerdo Nacional por la Educación.
En una columna anterior insistí en que los fundamentos de las ciencias de la Tierra, climatología, geología, hidrología, geomorfología, ecología, hidráulica, podrían enseñarse desde la escuela primaria, y que estas ciencias deberían continuar explicándose en la secundaria y terciaria hasta que los graduados fueran capaces de comprender la complejidad de los ecosistemas que integran el territorio colombiano, pero como el ambientalismo no es sólo ecología, creo que es bueno recordar que también la historia determina senderos por donde andan los depredadores. Por eso sugiero que la educación formal, en todos sus estratos, haga entender cómo nos han encarrilado por dogmas que afectan el comportamiento ciudadano.
Me refiero a la necesidad de que en las cátedras de ciencias sociales se explique cómo ha sido posible que hayamos seguido fielmente las ideas de los pensadores que nos han conducido al enfrentamiento violento entre dos utopías utilitaristas, simplificadoras de la realidad: el crecimiento económico sin límites y la revolución armada. Ambas tratando de llegar a paraísos probablemente imposibles. Las dos ideologías, la extrema derecha y la extrema izquierda, han fracasado estruendosamente, tanto en la Unión Soviética como en Inglaterra, que no ha logrado reducir la pobreza, en Estados Unidos, en donde fue imposible que el mercado convirtiera a todas las familias en propietarias de finca raíz, y en China, donde tuvo que inventarse un modelo híbrido. Curiosamente, ambos conjuntos dogmáticos coinciden en dos puntos: en considerar a los humanos como maximizadores ciegos de utilidades y en la poca o ninguna importancia del medio físico. Por eso es necesario que en las escuelas se enseñe que existen otras vías, no solamente la tercera sino la cuarta y la quinta, las que nos alejan de la insania y nos acercan a la realidad compleja.
El ambientalismo no es en sí un modelo político, pero ayuda a conformar otras maneras de considerar esa realidad. Sería necesario que la educación ambiental enseñara cómo reconocer que el país es complejo y que necesita crear una sociedad menos simple para lograr la paz, el bienestar y el buen vivir.
*Julio Carrizosa Umaña
La educación ambiental en Colombia ya logró suficiente experiencia para aportar métodos y contenidos al esfuerzo colectivo convocado por el grupo de estudiantes que llaman al Gran Acuerdo Nacional por la Educación.
En una columna anterior insistí en que los fundamentos de las ciencias de la Tierra, climatología, geología, hidrología, geomorfología, ecología, hidráulica, podrían enseñarse desde la escuela primaria, y que estas ciencias deberían continuar explicándose en la secundaria y terciaria hasta que los graduados fueran capaces de comprender la complejidad de los ecosistemas que integran el territorio colombiano, pero como el ambientalismo no es sólo ecología, creo que es bueno recordar que también la historia determina senderos por donde andan los depredadores. Por eso sugiero que la educación formal, en todos sus estratos, haga entender cómo nos han encarrilado por dogmas que afectan el comportamiento ciudadano.
Me refiero a la necesidad de que en las cátedras de ciencias sociales se explique cómo ha sido posible que hayamos seguido fielmente las ideas de los pensadores que nos han conducido al enfrentamiento violento entre dos utopías utilitaristas, simplificadoras de la realidad: el crecimiento económico sin límites y la revolución armada. Ambas tratando de llegar a paraísos probablemente imposibles. Las dos ideologías, la extrema derecha y la extrema izquierda, han fracasado estruendosamente, tanto en la Unión Soviética como en Inglaterra, que no ha logrado reducir la pobreza, en Estados Unidos, en donde fue imposible que el mercado convirtiera a todas las familias en propietarias de finca raíz, y en China, donde tuvo que inventarse un modelo híbrido. Curiosamente, ambos conjuntos dogmáticos coinciden en dos puntos: en considerar a los humanos como maximizadores ciegos de utilidades y en la poca o ninguna importancia del medio físico. Por eso es necesario que en las escuelas se enseñe que existen otras vías, no solamente la tercera sino la cuarta y la quinta, las que nos alejan de la insania y nos acercan a la realidad compleja.
El ambientalismo no es en sí un modelo político, pero ayuda a conformar otras maneras de considerar esa realidad. Sería necesario que la educación ambiental enseñara cómo reconocer que el país es complejo y que necesita crear una sociedad menos simple para lograr la paz, el bienestar y el buen vivir.
*Julio Carrizosa Umaña