Cuando apenas se percibe el verde blancuzco de las montañas más altas, nuestros imaginarios se desatan, reducimos la realidad a nuestras experiencias o a lo que más sabemos. La dividimos entre buenos y malos, escogemos frases, fotografías y esquemas para la batalla, nos concentramos en cómo competir y ganarles a los demás, inventamos nuevas estrategias para hacer daño a los otros y decidimos afrontar todos los riesgos, inclusive el de que acabemos haciéndole daño al país que amamos. Imaginar, reducir, abstraer, disyuntir, competir, innovar y tomar riesgos en política es lo más fácil cuando se contempla diariamente el país desde el avión que nos lleva a la campaña.
Esos siete procesos mentales: la imaginación, la reducción, la disyunción, la abstracción, la competencia, la innovación y el arriesgarse son procesos que se recomiendan en todos los manuales para convertirse en empresario. Pero son también procesos que en la política y en la economía simplifican la realidad y si no se reflexiona acerca de sus influencias, pueden conducir a grandes errores. Por eso es conveniente aconsejar no solamente que vuelen más bajo de ahora en adelante o que, si es posible, caminen el territorio para conocer detalladamente cómo es el país en el que viven.
Este mes decidiremos a quién podremos culpar de todo lo que va a suceder durante los próximos cuatro años. Como muchos otros de mi edad, recuerdo lo que sucedió en 1946 cuando ganó el candidato de la derecha minoritaria gracias a la división entre la izquierda y el centro del partido liberal. Entre la campaña de ese entonces y la de hoy, a pesar de los grandes cambios que han ocurrido en la población y en la economía, hay algunas semejanzas. La primera es fundamentarse en discusiones entre abstracciones e imaginarios ideológicos; y la segunda son los grandes riesgos que ayer tomaron Ospina, Gaitán y Turbay y hoy toman casi todos los candidatos al no establecer límites a sus retóricas y generar así un ambiente de odios y venganzas.
Entre 1947 y 1949, ese ambiente que creíamos simbólico se convirtió en violencia física generalizada entre liberales y conservadores, iniciando así los años 70 con enfrentamientos armados. El presidente Mariano Ospina Pérez no era un político, sino un empresario joven y exitoso, alejado de la extrema de su partido, impoluto, culto, amable, valientísimo, hábil en los negocios, pero, en sus manos y en las de otros patricios conservadores y liberales, Colombia se convirtió en uno de los países más violentos del mundo. Tal vez volaron demasiado alto.
Cuando apenas se percibe el verde blancuzco de las montañas más altas, nuestros imaginarios se desatan, reducimos la realidad a nuestras experiencias o a lo que más sabemos. La dividimos entre buenos y malos, escogemos frases, fotografías y esquemas para la batalla, nos concentramos en cómo competir y ganarles a los demás, inventamos nuevas estrategias para hacer daño a los otros y decidimos afrontar todos los riesgos, inclusive el de que acabemos haciéndole daño al país que amamos. Imaginar, reducir, abstraer, disyuntir, competir, innovar y tomar riesgos en política es lo más fácil cuando se contempla diariamente el país desde el avión que nos lleva a la campaña.
Esos siete procesos mentales: la imaginación, la reducción, la disyunción, la abstracción, la competencia, la innovación y el arriesgarse son procesos que se recomiendan en todos los manuales para convertirse en empresario. Pero son también procesos que en la política y en la economía simplifican la realidad y si no se reflexiona acerca de sus influencias, pueden conducir a grandes errores. Por eso es conveniente aconsejar no solamente que vuelen más bajo de ahora en adelante o que, si es posible, caminen el territorio para conocer detalladamente cómo es el país en el que viven.
Este mes decidiremos a quién podremos culpar de todo lo que va a suceder durante los próximos cuatro años. Como muchos otros de mi edad, recuerdo lo que sucedió en 1946 cuando ganó el candidato de la derecha minoritaria gracias a la división entre la izquierda y el centro del partido liberal. Entre la campaña de ese entonces y la de hoy, a pesar de los grandes cambios que han ocurrido en la población y en la economía, hay algunas semejanzas. La primera es fundamentarse en discusiones entre abstracciones e imaginarios ideológicos; y la segunda son los grandes riesgos que ayer tomaron Ospina, Gaitán y Turbay y hoy toman casi todos los candidatos al no establecer límites a sus retóricas y generar así un ambiente de odios y venganzas.
Entre 1947 y 1949, ese ambiente que creíamos simbólico se convirtió en violencia física generalizada entre liberales y conservadores, iniciando así los años 70 con enfrentamientos armados. El presidente Mariano Ospina Pérez no era un político, sino un empresario joven y exitoso, alejado de la extrema de su partido, impoluto, culto, amable, valientísimo, hábil en los negocios, pero, en sus manos y en las de otros patricios conservadores y liberales, Colombia se convirtió en uno de los países más violentos del mundo. Tal vez volaron demasiado alto.