Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
¿Por qué es tan importante el culo en la historia de la civilización, por qué nos obsede tanto esa presa del demonio, por qué su oscilación es una suerte de pulso cósmico y sus formas rotundas presiden los anuncios, inspiran a los artistas, aguan los ojos del pastor, sacuden al Vaticano y conmueven al rudo, al banquero y al estilista? Nadie lo sabe con exactitud.
En “El mono desnudo”, Desmond Morris propone que el asunto viene de atrás, desde las cavernas mismas, cuando el macho homínido penetraba a la hembra por la vagina desde atrás. Desde entonces, dice Morris, las nalgas de los primates son lampiñas por el uso y eróticas por estrechas y oscuras y antiguas razones.
Este es el tema de “Breve historia del culo”, de Jean-Luc Hennig, un libro que explora el tema desde la pintura, la psiquis, la fisiología, la historia, la antropología y las aberraciones, por supuesto, pero tiene la levedad del ensayo literario y elude con tino la pesadez del tratado. Para lograrlo, Hennig echa mano de las opiniones de los sabios que se han ocupado del asunto (Bataille, Sade, Gombrowicz, Freud, Henry Miller, Bukowski, Toulouse-Lautrec, Proust), las refresca con un humor que no se rebaja al chiste, y las discute con una prosa que se parece a las nalgas coquetas: es tersa y desparpajada a la vez.
Nos cuenta que el “beso negro”, un ósculo en el ano que recibía el aspirante a templario en el ritual de iniciación, tenía como fin medir su templanza (de aquí el nombre de la orden).
Según Sade, “la perfección formal del culo es indecible, pero hay tres rasgos sine qua non: debe ser blanco como la leche y bien moldeado, a veces con un ligero bermellón nunca visto antes pero semejante al rubor (que es el color de la virtud) para que rime con el tono del esfínter, que será rosado como las auroras del verano. El conjunto tiene que ser fresco, redondo y abundante, pero a la vez firme y rotundo”.
El culo no es maldito porque excreta, sino por convenciones geométricas y teológicas: está atrás, como el pasado, cuando el futuro nos espera adelante, y queda abajo, como el Infierno, cuando el Cielo está en las alturas.
En el anticanon de Sade están “los culos fofos y caídos de los libertinos, gastados por el vicio, los culos repugnantes y destrozados de las viejas celestinas, apergaminados por exceso de fuste, viejo culo de cuero hervido, sucio trapo ondulante, culo desgarrado que más parece papel de envolver, tan fofo que se puede enrrollar en un palo, como ubre de vaca vieja, boca de volcán, ventanilla de retrete, cloaca ignominiosa: el culo encuentra su apoteosis en la abyección y su grandeza en la infamia”.
Las bellas artes son referencias centrales del libro. “Después de la Antigua Grecia, cuando fueron adorados la esfera y los muchachos —el apogeo del culo masculino, según Hennig— el culo femenino es el centro del mundo. Sin estar totalmente ausente, el culo masculino será apenas estacional y episódico. Nunca se sabrá por qué, por ejemplo, explota en el siglo XVI italiano y desaparece casi completamente en el libertino siglo XVIII”.
Y luego: “se suele decir que el culo de Miguel Ángel es apolíneo. Nada más falso. Es un culo vehemente, colosal, iracundo, estruendoso, desencadenado. Es un culo que estremece dos siglos. Miguel Ángel, dice Vasari, consideraba el desnudo masculino como un elemento divino”.
Es tan complejo el libro, cubre tantos aspectos y su estilo combina con tal precisión el rigor y el desparpajo, que uno termina su lectura muy cambiado, turuleto, con una propiocepción hiperestésica de su propio culo y reconociendo la veracidad de la sentencia de la fajilla: “Después de leerlo usted nunca volverá a sentarse como antes”.