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Los asuntos de la poesía de Horacio Benavides son la naturaleza, la infancia, el amor y la muerte. Los «subgéneros» de los que se vale su poesía son la crónica, el aforismo, la copla, la adivinanza y el verso clásico. Quiero decir que sus poemas pueden ser crónicas, coplas o aforismos, o siguen las formas clásicas del verso moderno, con la salvedad de que no lo espanta la rima, recurso que utiliza en las coplas y en las adivinanzas.
La gracia de sus adivinanzas reside en que son descifrables y el lector juega y se siente listo. «Hermana del sol de cara gatuna/ lámpara del pobre y del que tiene fortuna/ adivíname esta, adivíname una».
El fenómeno físico que más utiliza es la reflexión, que en su caso puede ser de orden mental (la memoria), acústico u óptico, como en este poema que juega con el reflejo de la rosa en el agua. «A la orilla de la rosa está la rosa/ La una se deshoja y pasa/ A la otra el tiempo no la toca/ La primera es la segunda/ La tercera, la que el agua nombra».
A Horacio no lo arredra la contradicción porque su mundo se rige por lógicas no aristotélicas. Sabe muy bien que las cosas son y no son (suponiendo que sean): «Déjame oírte cuando no dices nada/ Tu boca canta lo que calla/ Tu cuerpo desnudo narra lo invisible/ Déjame tocarte sin tocarte».
Sabe que todas las cosas del mundo son cantables y dignas del verso, incluso el cerdo o el arroz; quizá descubrió que el secreto del poema, o de la vida, está en ese punto donde los sucesos cotidianos dialogan con la eternidad: «Es como el bajo en la orquesta/ blancura propicia a la melodía/ hermosura blanca/ El arroz anda con pies de paloma».
William Ospina vaticina que nadie sabrá nunca dónde reside la clara potencia de los poemas de Horacio, ni siquiera Betsimar Sepúlveda, que arañó el secreto cuando leyó este poema: «¿Oyes ese vuelo, ese aletear en el patio? / Debe ser una paloma/ ¿Y qué busca una paloma en nuestro sueño?/ Tal vez un islote de luz donde posarse».
Lo cierto es que en el margen de esta página Betsimar escribió: «En realidad Horacio es pintor. Su poesía recuerda los trazos de un viejo monje zen que contempla el mundo en una partícula de polvo suspendida en el aire».
P. S. El 31 del mes de las cometas Horacio Benavides cerró el Festival de Poesía de Cali en el aula máxima de Bellas Artes. Entró a la sala flaco, bajito, mitad chamán, mitad alquimista, la mota negrísima y más alta que la de Elvis Presley, y leyó el primer poema: «¿Cierto que las que zumban son las abejas en torno a los caballos que comen caña?/ Sí hijo, son las abejas/ ¿Cierto que uno es el caballo negro y la otra la potranca alazana?/ Así es, el uno es el caballo de paso de tu padre y la otra la potranca alazana de tu abuelo/ ¿Cierto que es una mañana de sol y los caballos cabecean mientras comen?/ Bien dices hijo, los caballos están adormilados y cabecean por la resolana.
(Cómo decirle que no se ve nada/ y que las que zumban son las moscas/ sobre nuestros cuerpos insepultos)».
En este momento zumbaron los violonchelos de la Orquesta Sinfónica y todos sentimos el peso de la revelación. Luego Horacio leyó otros poemas gravísimos, y luego nos tranquilizó con versos que fluían como el agua en el agua. El mundo se detuvo, dejaron de correr los niños en los pasillos y enmudecieron los poetas que habían venido a escucharlo desde lejanos países. Vi hombres y mujeres llorar gratitud y entender que era un don del cielo respirar el mismo aire que respiraba ese hombre.
P.S.2. Planeta lanza Por sombra la luz, una selección de poemas de Horacio por el oído exacto de Adriana Mejía. Es probable que la literatura colombiana consienta un libro más poderoso que este, pero no dos.