El progreso es un concepto desacreditado. Hoy, nadie cree en el progreso de nada, ni siquiera del arte.
Las únicas cosmologías que acepta el hombre contemporáneo son las apocalípticas. Quién soporta, digamos, un filósofo feliz. Quién puede tomarse en serio a un pensador que no vea el final del mundo a la vuelta de la esquina, el infierno tan temido en el calentamiento global, la agonía de la democracia en el vórtice de la plutocracia, la dilución del conocimiento en el bostezo de la escuela y en la algarabía de internet, el eclipse del amor en la implacable rutina del matrimonio. “… Y la carne que tienta con sus frescos racimos y la muerte que aguarda con sus fúnebres ramos”.
Nadie en su sano juicio se burlará hoy de los profetas del apocalipsis. No se puede contradecir a Cioram sin hacer el ridículo. Hoy, solo Dios y sus ventrílocuos, los pastores y los autores de superación, creen que “el mundo marcha como debiera” (además, quién compite con el pulso de Cioram, con esa prosa que ya la quisiera Proust o François Jacob).
El progreso es un concepto desacreditado. Hoy, nadie cree en el progreso de nada, ni siquiera del arte.
Las únicas cosmologías que acepta el hombre contemporáneo son las apocalípticas. Quién soporta, digamos, un filósofo feliz. Quién puede tomarse en serio a un pensador que no vea el final del mundo a la vuelta de la esquina, el infierno tan temido en el calentamiento global, la agonía de la democracia en el vórtice de la plutocracia, la dilución del conocimiento en el bostezo de la escuela y en la algarabía de internet, el eclipse del amor en la implacable rutina del matrimonio. “… Y la carne que tienta con sus frescos racimos y la muerte que aguarda con sus fúnebres ramos”.
Nadie en su sano juicio se burlará hoy de los profetas del apocalipsis. No se puede contradecir a Cioram sin hacer el ridículo. Hoy, solo Dios y sus ventrílocuos, los pastores y los autores de superación, creen que “el mundo marcha como debiera” (además, quién compite con el pulso de Cioram, con esa prosa que ya la quisiera Proust o François Jacob).