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La última columna de Daniel Coronell, la del lío, es una pieza antológica porque: es columna, no reportaje; fue escrita con tacto, carácter y dolor de país; el asunto es de vida o muerte, literalmente hablando; afecta la caja de Semana y cuestiona los métodos de los bárbaros; puede conjurar la reedición de los falsos positivos; nos enrostra que fue un diario extranjero el que nos salvó de nuestro propio Ejército.
Sorprendidos en flagrancia, el Gobierno, el comandante del Ejército y el Centro Democrático dieron respuestas cínicas antes de verse obligados a recoger la macabra e “inexistente” directriz.
No fue un pecadillo más, un torcido de rutina entre lobistas, ministros y senadores. Lo que se gestaba era otro genocidio contra colombianos humildes. Y la solución, señor presidente, no consiste en nombrar revisores de estilo de los manuales del Ejército.
No todo fue malo: el “sismo Coronell” sirvió para poner en claro la fragilidad de nuestro periodismo. ¿Dónde estaban los medios? ¿Cómo es que Semana engaveta tres meses semejante bomba? ¿Existen “intereses superiores” a la vida de los colombianos? Por qué andan tan distraídos los medios a pesar de tantas alarmas: los Uribeños siguen en pie de lucha contra la paz, como siempre, pero ahora atrincherados en Palacio; el # 82 trinó que podían sobrevenir masacres con sentido social; mindefensa sostuvo que el empalamiento, castración y asesinato de Dimar Torres por un grupo de soldados “debió tener una motivación”.
Y ahora la terna de ases: las objeciones presidenciales, el entrampamiento a la JEP (¡no a Santrich!) y la renuncia del fiscal, mártir y santo, configuran una carga de profundidad contra las instituciones. En este turbio panorama, la expulsión de Coronell puede ser el aviso de que la prensa crítica será el papel toilette del nuevo régimen.
¿Será que Uribe pidió las cabezas de Coronell y Alejandro Santos? Porque si algo quedó claro es que en la era Gilinski el director de Semana está pintado en la pared y que la primera revista política del país se dedicará al target del entretenimiento, como lo sugiere la llegada de la sesuda analista Vicky Dávila.
Coronell hizo una pregunta crucial. La bofetada que recibió es una digresión. El país, señores Gillinsky & López, espera una respuesta a la altura de Semana.
Otra consecuencia positiva es que la decapitación de Coronell sirvió para descubrir el quinto poder: el lector. La masiva indignación de los lectores demuestra que los colombianos sí leen opinión, que pueden protestar y recordarles a los medios que su principal activo no es el oro del socio recién llegado, sino algo mucho más valioso, la credibilidad.
Sí, hay fatalidades: los algoritmos antifakes no aparecieron, los inversionistas meten la mano en la parte editorial, el sesgo es humano y la objetividad una candidez, pero los medios deben recordar cosas básicas: su capital es la credibilidad; y los lectores, vea usted, leen de manera crítica.
Este lío enseña tres cosas: el periodismo de opinión sí pesa. Dos: el algoritmo existe, es el lector. Y tres, los bárbaros no la tienen fácil. Hay una resistencia magnífica. La integran esos oficiales del Ejército que denunciaron la tétrica maniobra a The New York Times; los demócratas del mundo, que nos siguen con interés y preocupación; los intelectuales y académicos colombianos, que ejercen el antiguo oficio de pensar; e incluso muchos senadores, esos que sostienen debates brillantes, ponen en jaque al régimen y le dan palizas en el Capitolio.
P.S. Yo tampoco renovaré mi suscripción a Semana. Mientras se vence, la seguiré leyendo en papel, como me gusta. ¡Me muero por ver cómo se repone de este golpe! Si lo logra, seré el primero en alegrarme.