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                                                                                                                                La ecuación de la fe

                                                                                                                                A las religiones se les puede atribuir lo bueno y lo malo. Son todo para todos, como dijo el apóstol plagiando a Hypócrito, el cínico que vivía diagonal de Parménides, pero Hypócrito se refería al Destino, esa deidad sin responsabilidades (los griegos, recordemos, adoraron la esfera y la fatalidad; los católicos, el triángulo y la fatalidad; los cristianos, la cruz y la fatalidad; los budistas, el octaedro y la fatalidad. Somos, para seguir con Hypócrito, “fatalmente geómetras”).

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Los que confiamos en la ciencia (a pesar de todo) agradecemos que un pequeño disco blanco tenga el poder de librarnos en instantes del dolor, y esos vastos frescos teóricos que explican la genética con cuatro letras, el milagro de la evolución con un mecanismo lógico y natural, y las trayectorias de los astros y los caprichos de las partículas con un haz de ecuaciones.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Los creyentes tienen cifradas todas sus esperanzas en la justicia divina (piensan al revés de Ciorán: como se sabía pecador, siempre supo que su única posibilidad de salvación radicaba en que Dios fuera injusto… y lo premiara con el Cielo). El creyente sabe que solo una mente monstruosa puede regir el azaroso movimiento de las partículas y ordenarlas en forma de flor, pájaro o estrella, y atenuar las ambiciones de los hombres para que no le conviertan la Creación en un infierno cubista.

                                                                                                                                Yo prefiero un mundo regido por preceptos laicos porque confío más en el astrofísico que en el astrólogo, sé que el peor código civil supera al mejor Levítico y a la Sura más profunda, prefiero ser apuñalado por un cirujano que escupido por un chamán, y no tengo ninguna duda de que los derechos humanos son más generosos que las religiones porque se ocupan también del perro y del árbol, del agua y del aire, no como esos decálogos narcisos que solo se ocupan del hombre y de Dios, (como quien dice, ¡de potencia a potencia!).

                                                                                                                                PUBLICIDAD

                                                                                                                                Con todo, agradezco que existan las dos versiones, la del científico, con el rigor de su método, la elegancia y la economía de sus modelos, y esa actitud suya capaz de aunar la audacia y la humildad, y la versión del sacerdote, con sus orbes de magia y delirio, con sus patriarcas ebrios de Dios, con sus dioses lascivos, con sus dioses continentes, con sus versículos sabios o absurdos pero siempre poéticos.

                                                                                                                                Si no existieran estas dos miradas, el mundo sería más pobre: solo coros angélicos, o solo ecuaciones. No tendríamos, para citar una pérdida, ese duelo perfecto entre Einstein y Tagore, Diálogo de dos extranjeros que toman café en un salón de Berkeley, un poema que todos debemos leer antes de que las trompetas del Apocalipsis hagan retumbar de espanto la bóveda celeste.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                 

                                                                                                                                A las religiones se les puede atribuir lo bueno y lo malo. Son todo para todos, como dijo el apóstol plagiando a Hypócrito, el cínico que vivía diagonal de Parménides, pero Hypócrito se refería al Destino, esa deidad sin responsabilidades (los griegos, recordemos, adoraron la esfera y la fatalidad; los católicos, el triángulo y la fatalidad; los cristianos, la cruz y la fatalidad; los budistas, el octaedro y la fatalidad. Somos, para seguir con Hypócrito, “fatalmente geómetras”).

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Los que confiamos en la ciencia (a pesar de todo) agradecemos que un pequeño disco blanco tenga el poder de librarnos en instantes del dolor, y esos vastos frescos teóricos que explican la genética con cuatro letras, el milagro de la evolución con un mecanismo lógico y natural, y las trayectorias de los astros y los caprichos de las partículas con un haz de ecuaciones.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                Los creyentes tienen cifradas todas sus esperanzas en la justicia divina (piensan al revés de Ciorán: como se sabía pecador, siempre supo que su única posibilidad de salvación radicaba en que Dios fuera injusto… y lo premiara con el Cielo). El creyente sabe que solo una mente monstruosa puede regir el azaroso movimiento de las partículas y ordenarlas en forma de flor, pájaro o estrella, y atenuar las ambiciones de los hombres para que no le conviertan la Creación en un infierno cubista.

                                                                                                                                Yo prefiero un mundo regido por preceptos laicos porque confío más en el astrofísico que en el astrólogo, sé que el peor código civil supera al mejor Levítico y a la Sura más profunda, prefiero ser apuñalado por un cirujano que escupido por un chamán, y no tengo ninguna duda de que los derechos humanos son más generosos que las religiones porque se ocupan también del perro y del árbol, del agua y del aire, no como esos decálogos narcisos que solo se ocupan del hombre y de Dios, (como quien dice, ¡de potencia a potencia!).

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Si no existieran estas dos miradas, el mundo sería más pobre: solo coros angélicos, o solo ecuaciones. No tendríamos, para citar una pérdida, ese duelo perfecto entre Einstein y Tagore, Diálogo de dos extranjeros que toman café en un salón de Berkeley, un poema que todos debemos leer antes de que las trompetas del Apocalipsis hagan retumbar de espanto la bóveda celeste.

                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                 

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