El presidente sigue denunciando el «golpe blando» que se trama contra el Gobierno, pero sus críticos piensan que delira, que está equivocado. Yo también: no es un golpe blando, presidente, es un guarapazo. Ni Santos, que enfrentó a un enemigo tan formidable como Álvaro Uribe, ni López Pumarejo, que sufrió el poder y el fanatismo de Laureano Gómez, soportaron nunca una andanada de ataques y una coalición enemiga tan extraordinaria como la que enfrenta Gustavo Petro: casi todos los partidos (incluido el Verde), el grueso de la gran prensa, un fiscal rabioso, el Congreso, los banqueros, los empresarios y las EPS no dejan pasar un día sin criticar las medidas del gobierno con una incansable artillería de argumentos agudos y falacias chapuceras.
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El presidente sigue denunciando el «golpe blando» que se trama contra el Gobierno, pero sus críticos piensan que delira, que está equivocado. Yo también: no es un golpe blando, presidente, es un guarapazo. Ni Santos, que enfrentó a un enemigo tan formidable como Álvaro Uribe, ni López Pumarejo, que sufrió el poder y el fanatismo de Laureano Gómez, soportaron nunca una andanada de ataques y una coalición enemiga tan extraordinaria como la que enfrenta Gustavo Petro: casi todos los partidos (incluido el Verde), el grueso de la gran prensa, un fiscal rabioso, el Congreso, los banqueros, los empresarios y las EPS no dejan pasar un día sin criticar las medidas del gobierno con una incansable artillería de argumentos agudos y falacias chapuceras.
Sus amigos también lo critican. Que sus trinos son muy agresivos, dicen. Home, el trino es agresivo por definición. Trinar con mesura, decir por ejemplo que «algunas periodistas son en realidad muñecas de una mafia un tris infame» no es un trino, es un huevo-sin-sal. Si el presidente amaneciera delicado y trinara que «solo algunos empresarios colombianos son miserables» hasta María Jimena Duzán pensaría que está drogado.
La realidad es que muy pocos empresarios (los Carvajal, Maurice Armitage de Sidoc o Ricardo Mejía de Seguros Bame) son generosos.
El estilo del presidente toma la forma del auditorio que lo contiene: es gaitanista en la plaza pública, tecnócrata en las asambleas de los empresarios y reduccionista y camorrero en X. Petro dice lo que tiene que decir en el lenguaje que el momento exige.
Al principio, el presidente fue tierno, quiso conciliar y formó un gabinete de unidad nacional hasta diciembre de 2022, cuando Cecilia López, Antonio Ocampo y Alejandro Gaviria lo apuñalaron en las gradas del Capitolio. Cinco minutos después, Gaviria salió a medios: «Se los dije, es imposible trabajar con Petro».
Las Cortes también hacen parte de la gran minga del establecimiento contra el Gobierno. La única reforma que el Gobierno del Cambio había logrado concretar, la primera reforma tributaria progresiva en la historia del país, está siendo mutilada brutalmente en la Corte Constitucional. Por medio de una sentencia exótica, el alto tribunal declaró inconstitucional el cobro de impuestos a las regalías de las empresas extractivas. Seis billones de pesos irán de las arcas del Estado a los bolsillos de los pobres viejecitos de las multinacionales mineras. Para subrayar esta filantropía inversa, la Corte incuba otro huevo de serpiente: el impuesto a los patrimonios superiores a los tres mil millones de pesos también será declarado inconstitucional. Cuando el presidente rezonga contra la magnanimidad de la Corte, la gran prensa, la oposición y hasta los descamisados lo tildan de dictador y de torpedear el equilibrio de poderes.
Cierro con el comentario de uno de los mejores constitucionalistas de América. «Por ahora, destaquemos que si declara inconstitucional este impuesto [el de los patrimonios de tres mil millones] la Corte acabaría de mutilar la reforma tributaria (…) una medida redistributiva recomendada no solo por grandes economistas como Stiglitz o Piketty sino, incluso, por la reciente declaración ministerial del G-20 sobre cooperación tributaria. Pasaríamos así de la vieja Corte, que protegía a los más vulnerables y defendía el Estado social de derecho, a la época Lochner de la nueva Corte: un tribunal que sobreprotege las libertades económicas y la propiedad en desmedro de la garantía de los derechos sociales, con lo cual termina favoreciendo a los ricos y poderosos y minando los esfuerzos de justicia social». (¿Se está “Lochnerizando” la Corte Constitucional? Rodrigo Uprimny, El Espectador, 25 de agosto de 2024).