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Salió María Isabel Urrutia de Mindeporte. Dicen que bebía mucho y trabajaba poco. Me parece una proporción sensata. Es más divertido levantar copas que pesas. Humphrey Bogart y yo sabemos que el problema del mundo es que tiene una copa de menos. De la gestión de Urrutia al frente del Ministerio, lo ignoro todo. Paso.
Salió Alejandro Gaviria de Mineducación. Dicen que al presidente le molestaron las críticas de Gaviria a la reforma de la salud. Es injusto el presidente. Las opiniones de Gaviria son tranquilas y sustentadas; aprueba con reservas el sistema actual de salud: naturaleza mixta, dos regímenes —el subsidiado y el contributivo—, bajo “costo de bolsillo” para el usuario, EPS demasiado desreguladas. Es lo que siempre ha sostenido Gaviria, y es grotesco que lo destituyan por el “crimen” de divergir de las directrices de Palacio.
El presidente y la ministra de Salud consideran que el sistema necesita ajustes y que el Estado debe tener el control de los $65 billones que cuesta la salud de los colombianos. Este es el punto de la discordia. Los opositores de la reforma, las EPS y un buen número de senadores y funcionarios públicos afirman que esta suma corre peligro en manos de los funcionarios públicos. Es de nuevo el tierno mito de que la empresa privada es más honesta que el sector público. Olvidan que siempre, desde el escándalo de la Handel hasta Odebrecht y SaludCoop, los dineros públicos se van por el agujero negro cavado por la laboriosa llave Estado-empresa privada.
“Todas las grandes fortunas proceden de la contratación pública”, repetía Alfonso López Michelsen, un señor bien informado porque su papá fue el pionero del chanchullo, palabra criolla y fea que chirriaba en las inglesas orejas de los López.
Salió Patricia Ariza de Mincultura. La cosa no tiene pies ni cabeza: un presidente de izquierda destituye a la dramaturga que estaba cambiando la “economía naranja” por un enfoque que apostaba a la cultura popular, la memoria, los saberes y quehaceres ancestrales, las enseñanzas que nos dejan los oficios y los días. Dicen que Patricia cayó porque Verónica es partidaria de una cultura más clásica, digámoslo así; en suma, que Alcocer no da puntada sin dedal.
Lamento la salida de Patricia (actriz, poeta, gestora cultural, guerrera de mil batallas sociales y de género, mujer y símbolo) y repudio la patanería del presidente con la ministra. ¿Por qué Petro despide a Gaviria como se merece un ministro, y a la primera figura del teatro nacional como si fuera un fusible más de los bastidores de Palacio?
Patricia vuelve a las tablas, su elemento, su esencia. Vuelve a construir memoria con las armas del gesto y la máscara. Gana el teatro. Pierde el Gobierno una pieza clave en las duras batallas que se avecinan, y lo lamento porque sigo creyendo en los beneficios del proyecto de la Colombia Humana: a nadie, salvo a los buitres y a las funerarias, le conviene el fracaso de este Gobierno.
Pierden el Gobierno y el país con la salida de Gaviria. La educación necesitaba su carisma, pluma, sensibilidad y visión del mundo y de la ciencia. Y gana Gaviria. Sale por su coherencia, sí, pero no debe seguir jugando a ser estrella fugaz. Recuerde que su mejor gestión fue cuando permaneció seis años como minsalud, desafió a las multinacionales farmacéuticas y a las EPS, reguló el mercado de las drogas y metió al POS cientos de medicamentos esenciales y decenas de procedimientos médicos de alta complejidad.
Por ahora y pese a los tomates que le llueven desde las filas petristas, que no lo rebajan de “traidor”, Gaviria conserva lo más valioso de su haber político y moral, la coherencia.