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                                                                                                                                Mutis, Buñuel y la condesa Poniatowska

                                                                                                                                Alvaro Mutis
                                                                                                                                Foto: Archivo El Espectador

                                                                                                                                Cuando Gabo se fue a vivir a México D.F. ni los vecinos se enteraron. Cuando llegó Álvaro Mutis, en cambio, la ciudad cayó a sus pies. Alto, bello, divertido y con la chequera de una multinacional petrolera en el bolsillo, Mutis era imbatible. La condesa y escritora Elena Poniatowska lo describe así:

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Después la fiesta se complicó. Mutis desfalcó a la petrolera –lo que será delito mas no pecado– y fue a parar a la Cárcel de Lecumberri. La condesa lo visitaba con frecuencia y Mutis la descubrió con sus nuevos ojos de presidiario abstinente.

                                                                                                                                A Fuentes le parecía una mujer corriente, «ni fea ni chula». Juan José Arreola suspiraba: «Es el conjunto piernas-culo-rostro-cerebro mejor balanceado de la ciudad». Lo cierto es que ella siguió visitándolo y Mutis la amó con locura. Entonces la condesa se sirvió en frío el plato de la venganza: lo sedujo y lo traicionó con Luis Buñuel, un amigo común. La cornada casi lo mató.

                                                                                                                                Él sospechaba el asunto desde una tarde que Elena y Buñuel fueron a visitarlo a la cárcel, y cuando terminó el tiempo de la visita y se despidieron notó que caminaban muy despacio y muy juntos, como en esos primeros metros del romance cuando las manos aún no se atreven pero ya los brazos se rozan.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Dicen que Mutis nunca se repuso de este golpe, que la veía en todas partes, que veía sus zarcillos de jade en los lóbulos de las orejas de Ana «la cretense», sus ojos azules atisbando lejanías en el muelle de Buenaventura, el pelo minucioso ondeando en los recuerdos del hombre de la gavia, sus labios húmedos en el rostro de la proxeneta Ilona Garbowska. Dicen que la oyó escupir obscenidades en un hotelucho de Sumatra, que vio sus faldas remangadas en la cintura de una hetaira de Chipre, sus calzones estrujados por los dedos urgentes de un estibador negro, su naricita aspirando el pecho boscoso de Buñuel, las rayas rojas que sus uñas almendradas dejaron en la espalda de un hombre sin rostro, sus senos cimbrando bajo las arremetidas lujuriosas del Estratega, el insoportable perfil de sus nalgas a contraluz en el marco de la ventana en un crepúsculo amazónico, su rostro sepultado en la almohada en una eternidad de doloroso placer...

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Dicen que siempre hay algo de ella en todas las mujeres de sus libros.

                                                                                                                                Alvaro Mutis
                                                                                                                                Foto: Archivo El Espectador

                                                                                                                                Cuando Gabo se fue a vivir a México D.F. ni los vecinos se enteraron. Cuando llegó Álvaro Mutis, en cambio, la ciudad cayó a sus pies. Alto, bello, divertido y con la chequera de una multinacional petrolera en el bolsillo, Mutis era imbatible. La condesa y escritora Elena Poniatowska lo describe así:

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!
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                                                                                                                                Después la fiesta se complicó. Mutis desfalcó a la petrolera –lo que será delito mas no pecado– y fue a parar a la Cárcel de Lecumberri. La condesa lo visitaba con frecuencia y Mutis la descubrió con sus nuevos ojos de presidiario abstinente.

                                                                                                                                A Fuentes le parecía una mujer corriente, «ni fea ni chula». Juan José Arreola suspiraba: «Es el conjunto piernas-culo-rostro-cerebro mejor balanceado de la ciudad». Lo cierto es que ella siguió visitándolo y Mutis la amó con locura. Entonces la condesa se sirvió en frío el plato de la venganza: lo sedujo y lo traicionó con Luis Buñuel, un amigo común. La cornada casi lo mató.

                                                                                                                                Él sospechaba el asunto desde una tarde que Elena y Buñuel fueron a visitarlo a la cárcel, y cuando terminó el tiempo de la visita y se despidieron notó que caminaban muy despacio y muy juntos, como en esos primeros metros del romance cuando las manos aún no se atreven pero ya los brazos se rozan.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Dicen que Mutis nunca se repuso de este golpe, que la veía en todas partes, que veía sus zarcillos de jade en los lóbulos de las orejas de Ana «la cretense», sus ojos azules atisbando lejanías en el muelle de Buenaventura, el pelo minucioso ondeando en los recuerdos del hombre de la gavia, sus labios húmedos en el rostro de la proxeneta Ilona Garbowska. Dicen que la oyó escupir obscenidades en un hotelucho de Sumatra, que vio sus faldas remangadas en la cintura de una hetaira de Chipre, sus calzones estrujados por los dedos urgentes de un estibador negro, su naricita aspirando el pecho boscoso de Buñuel, las rayas rojas que sus uñas almendradas dejaron en la espalda de un hombre sin rostro, sus senos cimbrando bajo las arremetidas lujuriosas del Estratega, el insoportable perfil de sus nalgas a contraluz en el marco de la ventana en un crepúsculo amazónico, su rostro sepultado en la almohada en una eternidad de doloroso placer...

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                Dicen que siempre hay algo de ella en todas las mujeres de sus libros.

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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