1. El orden es un bello sueño. 2. La realidad es caótica. Corolario: al principio fue el caos, luego la cosa empeoró.
Estas duras verdades apenas necesitan demostración. Cualquiera que haya intentado organizar algo, un municipio, un país, sus hábitos, su casa o al menos la biblioteca, sabe que la empresa es imposible. Los libros no se pueden ordenar, se multiplican, como conejos, sus tamaños no encajan con la altura de los anaqueles. Además, ¿dónde ponemos la Biblia, en teología o en literatura fantástica? El Bigbang, esa “singularidad desnuda”, ese estremecimiento de la Nada en ninguna parte, quizá en t = 0, ¿es física o metafísica? Lo que hoy es ciencia ficción mañana es costumbrismo, y los agujeros negros corren el riesgo de ser un día buñuelos sepia.
Todos soñamos ser esbeltos, fieles y deportistas, pero el Demonio siempre se las ingenia para perdernos y toma formas irresistibles: el sofá, Netflix, el chocolate, el celular, la vecina. Procastinar, lo llaman hoy. Son tiempos semánticos. Elegantes. Antes decíamos “pernicia”, un vocablo con aire de señora gorda, como doña Escolástica.
Parece que no hay salida y que “el universo tiende al desorden con un entusiasmo perfectamente natural”. No es una frase de Cioran ni de Vargas Vila, es la segunda ley de la termodinámica, la entropía, y puede explicarse así: la energía se degrada de manera espontánea. Los gases se dilatan solitos, como el universo, y pierden su fuerza expansiva. Comprimirlos requiere esfuerzo, trabajo. Un día el cristal se romperá sin esfuerzo alguno, pero la probabilidad de que las astillas se agrupen solícitas y sean nuevamente vaso es casi cero. Otro ejemplo, uno más social: cuando un deportista se hace amigo de un fumador, la probabilidad de que el deportista termine fumando es catorce veces más alta que la probabilidad de que el fumador termine corriendo, saltando obstáculos o lanzando objetos.
Nota. Dije “casi cero” porque no hay imposibles en la ciencia moderna. Para decirlo en términos paradojales, la imposibilidad es un imposible fáctico, al menos en el mundo cuántico, ese adjetivo que aman los coach, los autores de superación, los astrólogos y otros sujetos que tienen problemas con la tabla del siete.
Un ejemplo actual: el sistema de salud no tiene cura, pero peluquear la reforma es rentable y muy sexi... Detente cálamo, volvamos a las alturas.
Si la entropía y el desorden son invencibles, ¿el universo corre hacía el frío, como postulan los astrofísicos? Pongámoslo en términos domésticos: ¿los sistemas sociales están condenados al fracaso? La respuesta no es sencilla. Hay muchos indicadores para demostrar que la humanidad progresa, y muchos también para demostrar que el progreso engendra demonios.
En lo personal, no quisiera vivir en siglos anteriores, sin celular ni analgésicos, sin poder achacarle mis fracasos a la entropía ni a la fatalidad ni a las emociones ni a la procastinación ni al sistema ni al inconsciente, esa caja negra a la que podemos imputarle todas nuestras vilezas.
Tampoco creo, por supuesto, que el universo marche como debiera, ni que conspire para realizar nuestros sueños. Mi fe no da para tanto.
Dije que el orden es un bello sueño, pero no estoy muy seguro de que la perfección social sea un estado deseable. Recordemos que las religiones y las ideologías son expertas en diseñar utopías, paraísos y sistemas equilibrados, y al final solo incuban infiernos y plutocracias.
Tal vez la avaricia, el egoísmo, los miedos de las personas y la precariedad de nuestros sistemas sociales sean el costo de ser apenas criaturas humanas, una fase intermedia, no ángeles ni hormigas.
1. El orden es un bello sueño. 2. La realidad es caótica. Corolario: al principio fue el caos, luego la cosa empeoró.
Estas duras verdades apenas necesitan demostración. Cualquiera que haya intentado organizar algo, un municipio, un país, sus hábitos, su casa o al menos la biblioteca, sabe que la empresa es imposible. Los libros no se pueden ordenar, se multiplican, como conejos, sus tamaños no encajan con la altura de los anaqueles. Además, ¿dónde ponemos la Biblia, en teología o en literatura fantástica? El Bigbang, esa “singularidad desnuda”, ese estremecimiento de la Nada en ninguna parte, quizá en t = 0, ¿es física o metafísica? Lo que hoy es ciencia ficción mañana es costumbrismo, y los agujeros negros corren el riesgo de ser un día buñuelos sepia.
Todos soñamos ser esbeltos, fieles y deportistas, pero el Demonio siempre se las ingenia para perdernos y toma formas irresistibles: el sofá, Netflix, el chocolate, el celular, la vecina. Procastinar, lo llaman hoy. Son tiempos semánticos. Elegantes. Antes decíamos “pernicia”, un vocablo con aire de señora gorda, como doña Escolástica.
Parece que no hay salida y que “el universo tiende al desorden con un entusiasmo perfectamente natural”. No es una frase de Cioran ni de Vargas Vila, es la segunda ley de la termodinámica, la entropía, y puede explicarse así: la energía se degrada de manera espontánea. Los gases se dilatan solitos, como el universo, y pierden su fuerza expansiva. Comprimirlos requiere esfuerzo, trabajo. Un día el cristal se romperá sin esfuerzo alguno, pero la probabilidad de que las astillas se agrupen solícitas y sean nuevamente vaso es casi cero. Otro ejemplo, uno más social: cuando un deportista se hace amigo de un fumador, la probabilidad de que el deportista termine fumando es catorce veces más alta que la probabilidad de que el fumador termine corriendo, saltando obstáculos o lanzando objetos.
Nota. Dije “casi cero” porque no hay imposibles en la ciencia moderna. Para decirlo en términos paradojales, la imposibilidad es un imposible fáctico, al menos en el mundo cuántico, ese adjetivo que aman los coach, los autores de superación, los astrólogos y otros sujetos que tienen problemas con la tabla del siete.
Un ejemplo actual: el sistema de salud no tiene cura, pero peluquear la reforma es rentable y muy sexi... Detente cálamo, volvamos a las alturas.
Si la entropía y el desorden son invencibles, ¿el universo corre hacía el frío, como postulan los astrofísicos? Pongámoslo en términos domésticos: ¿los sistemas sociales están condenados al fracaso? La respuesta no es sencilla. Hay muchos indicadores para demostrar que la humanidad progresa, y muchos también para demostrar que el progreso engendra demonios.
En lo personal, no quisiera vivir en siglos anteriores, sin celular ni analgésicos, sin poder achacarle mis fracasos a la entropía ni a la fatalidad ni a las emociones ni a la procastinación ni al sistema ni al inconsciente, esa caja negra a la que podemos imputarle todas nuestras vilezas.
Tampoco creo, por supuesto, que el universo marche como debiera, ni que conspire para realizar nuestros sueños. Mi fe no da para tanto.
Dije que el orden es un bello sueño, pero no estoy muy seguro de que la perfección social sea un estado deseable. Recordemos que las religiones y las ideologías son expertas en diseñar utopías, paraísos y sistemas equilibrados, y al final solo incuban infiernos y plutocracias.
Tal vez la avaricia, el egoísmo, los miedos de las personas y la precariedad de nuestros sistemas sociales sean el costo de ser apenas criaturas humanas, una fase intermedia, no ángeles ni hormigas.