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Los lectores saben que el cuento moderno en general y el cuento policiaco en particular empiezan con Poe, y que fue él quien inauguró, junto con el doctor Johnson, la crítica técnica. Antes de ellos, la “crítica” era debates de historia en el alcázar del Cid, discusiones teológicas en los infiernos de Dante o cotilleos más o menos literarios en el salón de alguna madame.
También sabemos que a Poe le interesaron el mesmerismo, la hipnosis y los dos magnetismos, el esotérico y el científico, porque el siglo XIX fue un periodo de traslape: lo sobrenatural y lo físico estaban sobre la mesa. Quizá por esto mismo escribió Eureka, una cosmología que combinaba de manera filosófica elementos míticos y astronómicos.
Poe conocía los cálculos de Kepler, Newton y Laplace, los ensayos de Platón, Descartes y Pascal, y añadió sus propias conjeturas: “A diferencia del universo espacial, el universo de los astros es limitado (…) Puesto que nada fue, todo es (…) La gravedad es la tendencia de todas las cosas a retornar a la unidad original (…) La materia viene de la nada y a la nada volverá (…) Lo que propongo revolucionará el mundo de las ciencias físicas y metafísicas. Lo digo con calma, pero lo digo”.
Poe puso el punto final de Eureka el 4 de febrero de 1847, dedicó el manuscrito a Humboldt y corrió a buscar un editor.
Se sentó frente a mi escritorio –cuenta George Putnam, editor de Wiley & Putnam–, temblaba de excitación, me miró en silencio durante un minuto con sus brillantes ojos negros: “Soy míster Poe”. Como es natural, fui todo oídos para el autor de El cuervo y El escarabajo de oro. “No sé cómo empezar”, dijo al fin. “Es una cuestión importantísima. Vengo a proponerle una publicación fundamental. El descubrimiento de la gravitación de Newton es una pequeñez comparado con esto” (abrazaba el manuscrito contra su pecho). “Mi libro provocará un interés de tal dimensión que usted debe abandonar todos sus proyectos editoriales y hacer de Eureka el negocio de su vida. Tiremos cincuenta mil ejemplares para empezar, pero no pare las máquinas. Ningún suceso de la historia de la ciencia se acerca en importancia a las consecuencias que tendrá esta obra”, dijo clavando en mí sus ojos como el Viejo marinero.
Editamos Eureka, por supuesto –dice Putnam– pero solo tiramos quinientos ejemplares.
Cuando Baudelaire le preguntó su opinión sobre Eureka, Humboldt guardó silencio. Paul Valéry defendió el derecho de Poe a calificar su obra como un poema y que como tal fuera leída. W. H. Auden consideró muy audaz el hecho de escribir en pleno siglo XIX una cosmología, un género más antiguo que la épica, y hacer en inglés lo que Hesíodo y Lucrecio habían hecho en griego y latín.
Palabras más, palabras menos, Eureka ha sido leída como un delirio, dictamen atenuado con el calificativo de “poema” para no juzgarla con los rigores del ensayo. Y tienen razón. Eureka no alteró las órbitas de los planetas ni encrespó las lacias colas de los cometas ni eclipsó el aura de Newton, pero su afirmación más atrevida, que la materia viene de la nada, es idéntica a los postulados de la astrofísica contemporánea.
También acertó Poe al definir la noche como “una sombra cónica”. Nunca pensamos en la forma geométrica de la noche a pesar de que hemos visto muchas veces sobre la Luna el círculo negro del cono de la noche durante los eclipses. También supo explicar por qué la noche es negra pese a los millones de soles que la pueblan, problema que había derrotado a Newton, Copérnico, Galileo y otras lumbreras. La noche es negra, explicó Poe, porque aún no llega hasta nosotros la luz de las estrellas más lejanas. La noche es joven, dijo el célebre borracho de Boston.
Fuente: prólogo a “Eureka” de Julio Cortázar, Alianza, 1972.