El alma es una criatura etérea, delicada o vibrátil. Onda, eco del número, antes que corpúsculo. Son conjeturas, claro. La metafísica es la esfera de lo incierto, lo numinoso, lo esencial. La física, con la venia de Isaac, Albert y Max, se ocupa de los fenómenos básicos de la vil materia.
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El alma es una criatura etérea, delicada o vibrátil. Onda, eco del número, antes que corpúsculo. Son conjeturas, claro. La metafísica es la esfera de lo incierto, lo numinoso, lo esencial. La física, con la venia de Isaac, Albert y Max, se ocupa de los fenómenos básicos de la vil materia.
Como todas las ideas inútiles y perfectas, el alma es un invento griego. Nota: la línea que separa al invento del descubrimiento es difusa. Notica: la línea es la traza casi real del movimiento de un ser imaginario, el punto.
Alma es lo que anima al cuerpo, según Platón. Seres animados, los animales. Quizá la piedra, aunque es memoria bruta. La piedra recuerda de manera terca, mineral. El vegetal es voluntad pura. ¿Ven esas briznas de hierba que crecen en las grietas del concreto en las avenidas? No es la clorofila lo que las sostiene, es la voluntad.
Las cosas tienen alma, decía Melquíades cuando vendía imanes en Macondo. La intención era paisa pero la idea es linda.
Algunos escépticos aceptan que el alma es inmortal… pero no mucho.
El alma del hombre blanco europeo es antigua. Las demás son nuevas y discutibles.
Para Demócrito el alma era indivisible, ígnea y esférica porque la esfera no tiene principio ni fin, como conviene a las cosas eternas. Para Empédocles era la suma de los cinco elementos: aire, agua, tierra, fuego y éter (Empédocles fue el único sabio que incluyó la tierra en la mezcla del “ánima”. La sustancia del mundo celeste era el éter y sus movimientos eran circulares). Anaxágoras dijo que Empédocles blasfemaba: el alma es una sustancia pura, un sexto elemento. Para los pitagóricos era un número que se movía a sí mismo (el espíritu griego giró en torno a dos obsesiones, el destino y el movimiento). Para Diógenes el alma era aire, lo más ligero. Para Tales estaba clarísimo que el imán tenía alma puesto que movía al hierro. Platón decía que el alma del Universo era intelectiva y su movimiento era circular, mientras que las almas sensitivas y las anhelantes se movían en línea recta.
Todos los filósofos griegos coincidieron en cinco atributos: fuego, inmortalidad, movimiento autónomo y circular, forma esférica y sustancia inmaterial.
Los panteístas sospechan que en todas las cosas hay partículas divinas; que Dios es una entidad fractal, es decir que su forma y su esencia se repiten, idénticas, en cada punto y en cada cosa del Universo, incluso en el vacío, consecuencia directa del atributo de la omnipresencia.
Rodolfo Llinás dice que el yo es una maqueta que el cerebro inventa para tranquilizarnos mediante una ilusión de identidad en el instante o de continuidad en el tiempo, lo cual no significa que el yo no exista. Los inventos del cerebro pueden ser totalmente reales: el yo, el lenguaje, el dinero, los dioses, el alma. El Quijote es más real que un millón de parroquianos de carne y hueso.
Se asocia el alma con la sensibilidad frente al arte, la capacidad de amar y la emanación de ondas nobles, aunque también incube miedos y ruindades. En cualquier caso, el alma es lo más vulnerable del ser. Es allí donde nos pueden herir (vulnus, herida), donde sentimos las humillaciones, el crepúsculo, la lluvia, las ausencias; el dolor, en suma —lo que no es totalmente malo—. Lo malo, hasta los psicólogos lo saben, es la incapacidad de sentir dolor empático. Es el caso del sicópata, un desalmado.
Los sentidos se ocupan de los estímulos mundanos: las texturas, los sonidos, los olores, los sabores y los colores del mundo. El alma capta los estímulos sutiles. Es el sentido de los sentidos.
¿Será el alma un invento del cerebro religioso, como los inventos del cerebro laico, el yo y la conciencia? Puede ser otro ardid que argüimos para justificar nuestra pretensión de ser animales superiores.