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Sostuve una conversación con José Félix Lafaurie en el marco de la Feria del Libro de Cali. Fue una experiencia inolvidable. El tema era la censura de prensa en Colombia y la incidencia de la captura de los medios de comunicación por parte del gran capital, desastre incubado en los años 80, cuando la propiedad de los grandes medios empezó a pasar de las manos de familias políticas a los tentáculos de los cacaos. Las conclusiones son tan obvias (aumento del conflicto de intereses y detrimento de la calidad de la información) que hasta un ganadero pudo entenderlas y decidí pasar a un tema más polémico, los recientes trinos del propio Lafaurie, presidente de la Federación de Granaderos.
Le pregunté primero por este trino suyo: “Los indios tienen 29 millones de hectáreas y no está claro cuál es su aporte a la economía del país”. Para darle contexto a la audiencia, anoté que los ganaderos tienen 35 millones de hectáreas, de las que solo utilizan 20 millones, y que tampoco sabemos cuál es el aporte al PIB de los blancos, ni de los negros, ni de la realeza colombiana porque las estadísticas económicas se calculan por sectores, no por etnias, y que esos 29 millones están en los páramos y los volcanes del sur del país, en los nevados y los páramos del centro y del norte, en los desiertos de La Guajira, en los manglares de la costa Pacífica y en las selvas surorientales. Más serio que un pedorro, don Félix dijo que eso era un mito, que conocía 800 municipios y había sido superintendente de Notariado y Registro. Quedé helado. Y mudo. ¿Cómo discutirle a un ganadero y exnotario que se mueve como Pedro por su casa en los territorios Marlboro? Tuve que aceptar que a punta de recibir garrote de conquistadores, virreyes, encomenderos, notarios, militares, narcotraficantes, mineros, palmicultores, caballistas, guerrilleros y motosierristas durante 500 años, los indios se quedaron con las mejores tierras del país.
Luego habló de la vocación democrática y pluralista de su partido e incluso de su familia. Para demostrarlo, contó que en la intimidad del hogar su esposa, María Fernanda Cabal, era una admiradora incondicional del pensamiento de Gustavo Petro. Quedé conmovido hasta los zapatos y tuve que hacer un gran esfuerzo para no llorar como un mamerto sentimental ante la audiencia del streaming de la Feria.
Entonces sacó el as: un video de una señora de rasgos indígenas que denunciaba en el Senado las fechorías de un terrateniente indígena que se había embolsillado unos auxilios del Estado. Con una ligereza que hoy me reprocho, le dije al exnotario que tenía razón, que era el colmo que esa chusma de los resguardos se creyera con derecho a imitar a los blancos de Agro Ingreso Seguro y que ya era hora de tirar un muro que separe el Cauca de los Valencia, Chaux, Velasco y Mosquera del Cauca de la indiamenta.
No quise hablarle de su propuesta de que los indios utilicen chanclas en lugar de botas militares en las montañas del Cauca, ni de su trino, un tris infame, que acusaba de guerrilleros a los muchachos masacrados en Samaniego, porque cada quien es dueño de su miedo. Y yo quiero ir al cielo pero todavía no.
Paranota. Me disculpo con los organizadores de la Filca y con Leonardo Medina por salirme del tema. Desperdicié la oportunidad de hablar de la decadencia de El Tiempo (no hay medio que sobreviva a la desgracia de tener en el consejo de redacción, y durante 16 años, las sombras de un vicepresidente y un presidente de la República, y un cacao) y de la debacle de Semana, otra víctima de los cacaos y de la censura más irónica, la interna. Dos referentes del periodismo latinoamericano están teniendo un entierro de tercera, pero, ¿cómo no hablarle de ciertos temas a este apóstol de “los terceros de buena fe”?