De plácemes debe estar la comunidad “New Age” en Colombia con la visita anunciada de su máximo gurú, Deepak Chopra.
No todos, sin embargo, tendrán acceso a escuchar de boca del más célebre discípulo de Maharishi Mahesh Yogi sus extraordinarias teorías cuánticas para detener el envejecimiento o para alcanzar el bienestar físico, emocional y espiritual, si tenemos en cuenta que el costo de la boletería fluctúa entre 50 y 250 dólares.
Pero cualquiera que posea una fórmula para detener el paso inexorable de los años merece reclamar sumas aún mayores. El problema es cobrar cuando el mismo inventor de ese elixir de la eterna juventud luce viejo y canoso. Al parecer, ni la meditación trascendental ni la herbolaria ayurvédica le fueron provechosas al otrora vigoroso autor de “Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo”.
Pocos como Chopra han sabido explotar el analfabetismo científico y la credulidad popular a la hora de reencauchar antiguas teorías de la medicina precientífica cubriéndolas bajo el ropaje de la ciencia moderna. En una época en que se habla del Bosón de Higgs, de supersimetrías, branas, transcripción genética, síntesis de proteínas, medicina molecular… resulta difícil construir discursos convincentes para explicar la enfermedad aludiendo a espíritus malignos, a demonios o a maldiciones. De otro lado, el manido cuento de las chacras y el Qì ha sido sobreexplotado, y era necesario buscar una idea diferente. Chopra recurre a una fuente infalible de misterio y esoterismo: la mecánica cuántica. La idea no es original, pues en realidad toda esa palabrería cuántico-esotérica tiene un origen en el clásico de Fritjof Capra, “El Tao de la física”, referencia obligada de los religiosos de la Nueva Era. Es allí donde se encuentra la fórmula seminal para crear seudociencia asimilando misticismos antiguos con teorías físicas contemporáneas.
El discurso de Chopra es elocuente: si la física cuántica nos enseña que las partículas pueden existir en un estado físico de superposición, indefinido, justo hasta el momento de realizarse una medición, entonces es el observador quien en últimas determina la realidad. De ahí que para Chopra, incluso la existencia de eventos pasados podría depender de acciones futuras. El médico hindú asume una posición filosófica harto discutible al atribuir al observador consciente su papel de agente responsable del denominado “colapso de onda”. La cuestión, en palabras familiares, se asemeja al viejo dilema chino del árbol que cae de manera estrepitosa en un bosque solitario. ¿Hizo ruido al caer, si nadie lo oyó, o la pregunta carece de sentido por esa misma razón?
Aunque la discusión pueda ser de interés para algunos epistemólogos, el problema con Chopra es diferente. En efecto, este no duda en utilizar como trampolín una idea controvertida para dar un gigantesco “salto cuántico”, pervirtiendo nociones precisas de la mecánica cuántica, abusando de la terminología y extrapolando los conceptos de manera grosera para crear un galimatías en el cual las metáforas se convierten en el soporte lógico para su teoría. Es la clásica fórmula para crear seudociencia, para fabricar un discurso en apariencia coherente, pero que resulta vacío cuando se analiza con rigor.
Solo un hombre con la confianza en sí mismo y la arrogancia de Chopra es capaz de reclamarles a científicos de renombre mundial, que si su discurso les resulta incomprensible, es porque carecen de la preparación para entenderlo, cuando en realidad lo que hay detrás es palabrería, pareidolia verbal al mejor estilo de un posmoderno esotérico. He aquí un buen ejemplo: “Somos campos localizados de energía e información con bucles de retroalimentación cibernética que interactúan con campos no locales de energía e información”. La fórmula se repite en la literatura seudocientífica, como en el siguiente texto, esta vez de un “experto en hipnosis y medicina poliédrica”: “El cuerpo humano posee un campo electromagnético que lo rodea (cuerpo bioplásmico): auras, chakras: centros de energía… Cuando la enfermedad aparece se altera ese campo, la vibración diferente va a anunciar que el daño físico va a aparecer, o que ya existe una lesión”. Las analogías con ondas y vibraciones fascinan a los bioenergéticos, y Chopra no se queda atrás. En cierta ocasión manifestó que el virus del SIDA podía ser tratado utilizando "sonido primordial ayurvédico". El problema, supongo yo, es conseguir un instrumento que lo produzca.
Chopra construye una “teoría” en la cual habla de curaciones cuánticas, de consciencia cósmica, de la unidad indisoluble mente-cuerpo. El hilo lógico es el siguiente: si la consciencia asume dos estados, cuerpo y mente, entonces un cambio en un “modo de consciencia” (la mente) trae cambios en el otro (el cuerpo). De aquí deduce la posibilidad de curarnos con la voluntad, con el pensamiento. ¿Cómo se les pudo haber pasado por alto semejante corolario a todos los físicos cuánticos durante casi un siglo?
Quizá Chopra tenga razón al pensar que nuestras mentes construyen la realidad, si con ello hace referencia al enorme poder del lenguaje como instrumento para crear espejismos, para construir fantasías lingüísticas donde caben los conceptos más absurdos y sibilinos. De otra manera, ¿cómo se entiende que los humanos seamos capaces de “metabolizar el tiempo”? En un debate reciente con el biólogo y escritor británico Richard Dawkins, Chopra nos regala el siguiente silogismo: estamos hechos de estrellas, y tenemos consciencia, por tanto la materia deberá exhibir esta elusiva propiedad puesto que no somos otra cosa que polvo estelar.
Pero no todo lo que Chopra escribe posee siempre esa ilusoria aura de profundidad. En ocasiones su discurso es elemental, directo, abiertamente falaz, como cuando atribuye las alergias a problemas de mala digestión o cuando recomienda enjuagarse los ojos con un brebaje preparado a base de escupitajos y raspado de lengua para prevenir las cataratas, o incluso para revertirlas. Y si creíamos enterrada la teoría de los humores, resulta conveniente saber que, mediante aromaterapias, el doctor Chopra nos promete restablecer el equilibrio del Vata, el Pitta y el Kapha, los tres humores de la medicina ayurvédica. Y como tantos otros médicos alternativos, el gurú hindú no requiere costosos equipos de diagnóstico: le basta con tomarles el pulso a sus pacientes para conocer si sus energías vitales se encuentran “desbalanceadas”.
Algunos se preguntarán si el más célebre practicante de la medicina ayurvédica vive en India dedicado a poner sus conocimientos al servicio de los más enfermos, pobres y desvalidos. Hasta donde conozco, vive en la Jolla, California, en una mansión donde se recluye a escribir sus éxitos literarios. Y a la vez que nos predica sobre los peligros de llevar un vida materialista, alejada de la espiritualidad, el gran Gurú se la pasa viajando alrededor del mundo, no precisamente visitando hospitales de caridad, sino codeándose con los ricos y famosos, promocionando su negocio millonario.
De plácemes debe estar la comunidad “New Age” en Colombia con la visita anunciada de su máximo gurú, Deepak Chopra.
No todos, sin embargo, tendrán acceso a escuchar de boca del más célebre discípulo de Maharishi Mahesh Yogi sus extraordinarias teorías cuánticas para detener el envejecimiento o para alcanzar el bienestar físico, emocional y espiritual, si tenemos en cuenta que el costo de la boletería fluctúa entre 50 y 250 dólares.
Pero cualquiera que posea una fórmula para detener el paso inexorable de los años merece reclamar sumas aún mayores. El problema es cobrar cuando el mismo inventor de ese elixir de la eterna juventud luce viejo y canoso. Al parecer, ni la meditación trascendental ni la herbolaria ayurvédica le fueron provechosas al otrora vigoroso autor de “Cuerpos sin edad, mentes sin tiempo”.
Pocos como Chopra han sabido explotar el analfabetismo científico y la credulidad popular a la hora de reencauchar antiguas teorías de la medicina precientífica cubriéndolas bajo el ropaje de la ciencia moderna. En una época en que se habla del Bosón de Higgs, de supersimetrías, branas, transcripción genética, síntesis de proteínas, medicina molecular… resulta difícil construir discursos convincentes para explicar la enfermedad aludiendo a espíritus malignos, a demonios o a maldiciones. De otro lado, el manido cuento de las chacras y el Qì ha sido sobreexplotado, y era necesario buscar una idea diferente. Chopra recurre a una fuente infalible de misterio y esoterismo: la mecánica cuántica. La idea no es original, pues en realidad toda esa palabrería cuántico-esotérica tiene un origen en el clásico de Fritjof Capra, “El Tao de la física”, referencia obligada de los religiosos de la Nueva Era. Es allí donde se encuentra la fórmula seminal para crear seudociencia asimilando misticismos antiguos con teorías físicas contemporáneas.
El discurso de Chopra es elocuente: si la física cuántica nos enseña que las partículas pueden existir en un estado físico de superposición, indefinido, justo hasta el momento de realizarse una medición, entonces es el observador quien en últimas determina la realidad. De ahí que para Chopra, incluso la existencia de eventos pasados podría depender de acciones futuras. El médico hindú asume una posición filosófica harto discutible al atribuir al observador consciente su papel de agente responsable del denominado “colapso de onda”. La cuestión, en palabras familiares, se asemeja al viejo dilema chino del árbol que cae de manera estrepitosa en un bosque solitario. ¿Hizo ruido al caer, si nadie lo oyó, o la pregunta carece de sentido por esa misma razón?
Aunque la discusión pueda ser de interés para algunos epistemólogos, el problema con Chopra es diferente. En efecto, este no duda en utilizar como trampolín una idea controvertida para dar un gigantesco “salto cuántico”, pervirtiendo nociones precisas de la mecánica cuántica, abusando de la terminología y extrapolando los conceptos de manera grosera para crear un galimatías en el cual las metáforas se convierten en el soporte lógico para su teoría. Es la clásica fórmula para crear seudociencia, para fabricar un discurso en apariencia coherente, pero que resulta vacío cuando se analiza con rigor.
Solo un hombre con la confianza en sí mismo y la arrogancia de Chopra es capaz de reclamarles a científicos de renombre mundial, que si su discurso les resulta incomprensible, es porque carecen de la preparación para entenderlo, cuando en realidad lo que hay detrás es palabrería, pareidolia verbal al mejor estilo de un posmoderno esotérico. He aquí un buen ejemplo: “Somos campos localizados de energía e información con bucles de retroalimentación cibernética que interactúan con campos no locales de energía e información”. La fórmula se repite en la literatura seudocientífica, como en el siguiente texto, esta vez de un “experto en hipnosis y medicina poliédrica”: “El cuerpo humano posee un campo electromagnético que lo rodea (cuerpo bioplásmico): auras, chakras: centros de energía… Cuando la enfermedad aparece se altera ese campo, la vibración diferente va a anunciar que el daño físico va a aparecer, o que ya existe una lesión”. Las analogías con ondas y vibraciones fascinan a los bioenergéticos, y Chopra no se queda atrás. En cierta ocasión manifestó que el virus del SIDA podía ser tratado utilizando "sonido primordial ayurvédico". El problema, supongo yo, es conseguir un instrumento que lo produzca.
Chopra construye una “teoría” en la cual habla de curaciones cuánticas, de consciencia cósmica, de la unidad indisoluble mente-cuerpo. El hilo lógico es el siguiente: si la consciencia asume dos estados, cuerpo y mente, entonces un cambio en un “modo de consciencia” (la mente) trae cambios en el otro (el cuerpo). De aquí deduce la posibilidad de curarnos con la voluntad, con el pensamiento. ¿Cómo se les pudo haber pasado por alto semejante corolario a todos los físicos cuánticos durante casi un siglo?
Quizá Chopra tenga razón al pensar que nuestras mentes construyen la realidad, si con ello hace referencia al enorme poder del lenguaje como instrumento para crear espejismos, para construir fantasías lingüísticas donde caben los conceptos más absurdos y sibilinos. De otra manera, ¿cómo se entiende que los humanos seamos capaces de “metabolizar el tiempo”? En un debate reciente con el biólogo y escritor británico Richard Dawkins, Chopra nos regala el siguiente silogismo: estamos hechos de estrellas, y tenemos consciencia, por tanto la materia deberá exhibir esta elusiva propiedad puesto que no somos otra cosa que polvo estelar.
Pero no todo lo que Chopra escribe posee siempre esa ilusoria aura de profundidad. En ocasiones su discurso es elemental, directo, abiertamente falaz, como cuando atribuye las alergias a problemas de mala digestión o cuando recomienda enjuagarse los ojos con un brebaje preparado a base de escupitajos y raspado de lengua para prevenir las cataratas, o incluso para revertirlas. Y si creíamos enterrada la teoría de los humores, resulta conveniente saber que, mediante aromaterapias, el doctor Chopra nos promete restablecer el equilibrio del Vata, el Pitta y el Kapha, los tres humores de la medicina ayurvédica. Y como tantos otros médicos alternativos, el gurú hindú no requiere costosos equipos de diagnóstico: le basta con tomarles el pulso a sus pacientes para conocer si sus energías vitales se encuentran “desbalanceadas”.
Algunos se preguntarán si el más célebre practicante de la medicina ayurvédica vive en India dedicado a poner sus conocimientos al servicio de los más enfermos, pobres y desvalidos. Hasta donde conozco, vive en la Jolla, California, en una mansión donde se recluye a escribir sus éxitos literarios. Y a la vez que nos predica sobre los peligros de llevar un vida materialista, alejada de la espiritualidad, el gran Gurú se la pasa viajando alrededor del mundo, no precisamente visitando hospitales de caridad, sino codeándose con los ricos y famosos, promocionando su negocio millonario.