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                                                                                                                                Intelectuales acientíficos

                                                                                                                                “Se puede afirmar sin miedo a equivocarnos que la gran mayoría de los seres humanos nunca antes han disfrutado del nivel de vida, de la libertad espiritual y de las oportunidades económicas características de estas últimas décadas”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Pero el menosprecio hacia el conocimiento científico no es exclusivo del intelectual contemporáneo. Al estudio de las matemáticas, la física y la astronomía, los humanistas del Renacimiento contraponían el cultivo de la filología y de la forma literaria. Como señala el filósofo español Jesús Mosterín, “desdeñosos de la filosofía escolástica, los humanistas también despreciaban la incipiente actividad científica, que no entendían y que ponía en cuestión sus prejuicios antropocéntricos. Pensaban que la verdadera sabiduría ya estaba en los autores clásicos por lo que era ocioso innovar. Los resultados de Copérnico y Galileo eran ignorados o confrontados con hostilidad”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                 

                                                                                                                                Para quienes reclaman indignados la “pérdida del sentido de lo sagrado y lo bello”, para quienes los progresos de la humanidad son solo una mentira, habría que recordarles la carnicería terrorífica que era el ejercicio de la cirugía antes de los anestésicos y los antibióticos. La historia de la medicina precientífica es un interminable compendio de horrores. Males como el “cólico miserere” significaban la condena a una muerte pavorosa como consecuencia de la obstrucción intestinal que llevaba al enfermo a morir ahogado en el vómito de sus propios excrementos. Hasta hace pocos años la difteria fue un mal tan temible que llegó a conocerse bajo el nombre de “garrotillo”, en alusión a esta forma de tortura, pues sus víctimas, casi siempre niños, morían asfixiados a causa de los tegumentos que aparecían en las vías respiratorias y las iban obstruyendo a medida que avanzaba la enfermedad. En una de sus pinturas más célebres, Goya recoge el momento en que el galeno trata de salvar a una niña metiéndole dos dedos en la garganta en un intento por arrancarle las membranas fatales.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                Detrás de la postura anticientífica de tantos intelectuales está, de un lado, la idea de que lo racional es antípoda de lo espiritual; por el otro, el lugar común del noble salvaje que vivía en paz y armonía con la naturaleza antes de que la civilización lo corrompiera. Pero esas ficciones no pasan de ser fábulas de académicos románticos, pues lo cierto es que el hombre de ayer y el actual son en esencia la misma fiera. Si hemos podido mitigar nuestras más grandes miserias, el hambre, el dolor y la enfermedad, no ha sido gracias al pensamiento mágico ni al retorno a la “ingenua fe de los sueños”, como ansiaría tanto novelista sensiblero. Y si en el mundo civilizado es inconcebible la esclavitud, la tortura, el maltrato a la mujer, o si los homosexuales y otras minorías han comenzado a ganar sus justos derechos no ha sido gracias a la piedad cristiana.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                 

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Vivimos un momento intelectual extraordinario, una época en la que el conocimiento científico ofrece oportunidades únicas para comprender el fenómeno humano, para dilucidar las grandes preguntas que han preocupado a los filósofos desde la antigüedad. No obstante, la intromisión de las ciencias naturales en el territorio de las humanidades es vista con displicencia. “Reduccionista”, “positivista”, “cientificista”, son algunos de los epítetos para referirse a cualquiera que se atreva a cuestionar el Modelo Social Estándar o a sugerir que nuestra mente no es “tabula rasa”, sino producto de una compleja interacción entre genes y ambiente que apenas comienza a dilucidarse, y que explicaría decenas de universales comunes a todas las sociedad humanas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Como señala Pinker en un polémico ensayo, no son pocos los departamentos de humanidades que han visto disminuir en los últimos años el número de estudiantes en sus programas. Entre las muchas razones se cuenta la comercialización del saber, la obligación cada vez más imperante de generar conocimiento “útil” o “aplicado” (la misma desgracia ha caído sobre las denominadas “ciencias puras”). Pero buena parte de este problema ha sido autoinfligido, advierte Pinker. Convalecientes todavía de los desastres del posmodernismo, las humanidades contemporáneas no pueden permitirse rechazar aquello que las ciencias cognitivas, la biología, la genética, la sicología, la teoría de la información, la biología evolutiva… tienen para ofrecer, al menos si no quieren ver sus departamentos convertidos en lugares tan solitarios como los monasterios o los conventos.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                “Se puede afirmar sin miedo a equivocarnos que la gran mayoría de los seres humanos nunca antes han disfrutado del nivel de vida, de la libertad espiritual y de las oportunidades económicas características de estas últimas décadas”.

                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Pero el menosprecio hacia el conocimiento científico no es exclusivo del intelectual contemporáneo. Al estudio de las matemáticas, la física y la astronomía, los humanistas del Renacimiento contraponían el cultivo de la filología y de la forma literaria. Como señala el filósofo español Jesús Mosterín, “desdeñosos de la filosofía escolástica, los humanistas también despreciaban la incipiente actividad científica, que no entendían y que ponía en cuestión sus prejuicios antropocéntricos. Pensaban que la verdadera sabiduría ya estaba en los autores clásicos por lo que era ocioso innovar. Los resultados de Copérnico y Galileo eran ignorados o confrontados con hostilidad”.

                                                                                                                                Read more!

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                                                                                                                                PUBLICIDAD

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                                                                                                                                Read more!

                                                                                                                                 

                                                                                                                                Para quienes reclaman indignados la “pérdida del sentido de lo sagrado y lo bello”, para quienes los progresos de la humanidad son solo una mentira, habría que recordarles la carnicería terrorífica que era el ejercicio de la cirugía antes de los anestésicos y los antibióticos. La historia de la medicina precientífica es un interminable compendio de horrores. Males como el “cólico miserere” significaban la condena a una muerte pavorosa como consecuencia de la obstrucción intestinal que llevaba al enfermo a morir ahogado en el vómito de sus propios excrementos. Hasta hace pocos años la difteria fue un mal tan temible que llegó a conocerse bajo el nombre de “garrotillo”, en alusión a esta forma de tortura, pues sus víctimas, casi siempre niños, morían asfixiados a causa de los tegumentos que aparecían en las vías respiratorias y las iban obstruyendo a medida que avanzaba la enfermedad. En una de sus pinturas más célebres, Goya recoge el momento en que el galeno trata de salvar a una niña metiéndole dos dedos en la garganta en un intento por arrancarle las membranas fatales.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                Detrás de la postura anticientífica de tantos intelectuales está, de un lado, la idea de que lo racional es antípoda de lo espiritual; por el otro, el lugar común del noble salvaje que vivía en paz y armonía con la naturaleza antes de que la civilización lo corrompiera. Pero esas ficciones no pasan de ser fábulas de académicos románticos, pues lo cierto es que el hombre de ayer y el actual son en esencia la misma fiera. Si hemos podido mitigar nuestras más grandes miserias, el hambre, el dolor y la enfermedad, no ha sido gracias al pensamiento mágico ni al retorno a la “ingenua fe de los sueños”, como ansiaría tanto novelista sensiblero. Y si en el mundo civilizado es inconcebible la esclavitud, la tortura, el maltrato a la mujer, o si los homosexuales y otras minorías han comenzado a ganar sus justos derechos no ha sido gracias a la piedad cristiana.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                 

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Vivimos un momento intelectual extraordinario, una época en la que el conocimiento científico ofrece oportunidades únicas para comprender el fenómeno humano, para dilucidar las grandes preguntas que han preocupado a los filósofos desde la antigüedad. No obstante, la intromisión de las ciencias naturales en el territorio de las humanidades es vista con displicencia. “Reduccionista”, “positivista”, “cientificista”, son algunos de los epítetos para referirse a cualquiera que se atreva a cuestionar el Modelo Social Estándar o a sugerir que nuestra mente no es “tabula rasa”, sino producto de una compleja interacción entre genes y ambiente que apenas comienza a dilucidarse, y que explicaría decenas de universales comunes a todas las sociedad humanas.

                                                                                                                                No ad for you

                                                                                                                                Como señala Pinker en un polémico ensayo, no son pocos los departamentos de humanidades que han visto disminuir en los últimos años el número de estudiantes en sus programas. Entre las muchas razones se cuenta la comercialización del saber, la obligación cada vez más imperante de generar conocimiento “útil” o “aplicado” (la misma desgracia ha caído sobre las denominadas “ciencias puras”). Pero buena parte de este problema ha sido autoinfligido, advierte Pinker. Convalecientes todavía de los desastres del posmodernismo, las humanidades contemporáneas no pueden permitirse rechazar aquello que las ciencias cognitivas, la biología, la genética, la sicología, la teoría de la información, la biología evolutiva… tienen para ofrecer, al menos si no quieren ver sus departamentos convertidos en lugares tan solitarios como los monasterios o los conventos.

                                                                                                                                 

                                                                                                                                Ver todas las noticias
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