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Anacrónicos y responsables


Lariza Pizano
22 de septiembre de 2024 - 05:05 a. m.

La polarización política en Colombia está cada vez más marcada por divisiones de clase, unas reales y otras amplificadas por narrativas políticas. Como quedó en evidencia en las marchas de la semana pasada, Gustavo Petro ha sido hábil en canalizar esas tensiones en su discurso, señalando a la oligarquía —los demás— como su enemigo principal y responsabilizándola de todos los males. Un enfoque limitado que sigue convocando a muchos.

El discurso en la Plaza de Bolívar del 19 de septiembre volvió a ser ejemplo de cómo Petro, con tono populista, enfrenta al pueblo contra el Estado. Se autodenomina el defensor de los sectores marginados ante el establecimiento sin reconocer que él mismo, como presidente, es parte del poder estatal. Esta contradicción alimenta las simpatías y las críticas porque, mientras sus seguidores ven en él una figura reivindicadora, atiza el fuego.

Pero más allá de las narrativas estratégicas, el discurso presidencial encuentra eco en millones de ciudadanos que han sido víctimas mayoritarias de un clasismo histórico y cotidiano. Desde sectores de clase media y alta, términos como “manteco”, “lobo”, “indio” o “levantado” siguen siendo utilizados para denigrar a los pobres, a los que marchan, a quienes se forman en universidades públicas, a los trabajadores o a los de izquierda.

Gran parte del 30 % del electorado que respalda a Petro lo hace porque cree profundamente en su discurso como una defensa auténtica ante los atropellos y la falta de derechos. En el caso de temas como la educación, la discriminación es evidente. Como bien señala Mauricio García en La Quinta Puerta (2021), la educación en Colombia ha perpetuado las divisiones de clase: mientras las élites consolidan sus privilegios en colegios exclusivos, los más desfavorecidos enfrentan barreras insuperables. Colombia es uno de los países más desiguales de América Latina, y América Latina, a su vez, la región más desigual del mundo.

En últimas, las simplificaciones de la realidad vienen de ambos lados. Desde el del presidente se reduce el “establecimiento” a una élite terrateniente y empresarial, aunque la realidad es más compleja. Hoy en día el poder también reside en figuras que no vienen de la oligarquía pero que, como ella, también pueden ser de dudosa moralidad. Nadie pone en duda que los mafiosos y los clanes son los más poderosos.

Pero si Petro busca legitimidad en los clichés, los mismos que promueven los lugares comunes que discriminan al “populacho”, a “los indios”, a “los lobos”, también animan a muchos a dejarse dominar por el temor e imaginar de manera simplista que Colombia instaurará un régimen comunista. Un miedo promovido desde la falta de evidencias pues, si bien el ego de Petro le hace compararse a él mismo con Allende, nunca será Chávez o Fidel.

Para superar el populismo de ambas orillas y la retórica polarizadora que tanto le impide a este país caminar para adelante, es fundamental enfrentar la exclusión. Sin un esfuerzo por reducir las desigualdades y acabar los prejuicios, marchas y discursos tan anacrónicos como los del jueves continuarán. Porque mientras no se supere el clasismo, la retórica populista seguirá encontrando oídos atentos en la ciudadanía que, de derecha o de izquierda, no ve otra alternativa.

Lariza Pizano

Por Lariza Pizano

Politóloga de la Universidad de los Andes, académica y especialista en política colombiana.

 

Olegario(51538)Hace 1 hora
Perdón, doña Lariza, ya que habla de una educación para la élite y otra para los vaciados, ¿podría informarnos dónde estudian o han estudiado los hijos del señor Petro? Los hijos de Galán, tan criticados por delfines y oportunistas, estudiaron en el I. P. N. de Bogotá, un colegio público. Son datos y hay que darlos.
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