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Entre petristas y antipetristas se asume con simpleza que, si a Petro le va mal, la derecha va a ganar. Y ante esa posibilidad, es un lugar común decir que lo que viene después de Petro será más radical que Uribe. Pero las cosas no son tan simples y no se trata solo de un péndulo entre izquierda y derecha. La dinámica que empieza a emerger parece estructurarse en torno a una tensión entre statu quo y anti-statu quo. El triunfo de las fuerzas tradicionales no está garantizado y podría ser precisamente su pretensión de restaurar el orden anterior lo que termine generando mayor resistencia ciudadana.
Primero, porque a la izquierda no le va mal en las encuestas. A pesar de los problemas de gobernabilidad, los escándalos y la toxicidad, la imagen del presidente se mantiene: según la encuesta Invamer de marzo de 2025, su aprobación permanece hace meses en el 30 %, una cifra superior a la de Duque y Santos a estas alturas. Petro tiene una narrativa, lidera la conversación pública y mantiene un núcleo duro de apoyo que no es menor. En contraste, Uribe se ha desgastado en un juicio y los alfiles del Centro Democrático aún no proyectan fuerza.
Segundo, porque el hastío con la política tradicional sigue siendo alto. La misma encuesta de Invamer muestra que más del 70 % de los colombianos desconfían de los partidos y de las instituciones. Esto contradice la idea de que el regreso de candidatos tradicionales sea automáticamente deseado por el electorado e indica que, por el contrario, puede ser percibido como un retroceso.
El intento de los partidos por reagruparse evidencia esa lectura. Hace pocos días, la reunión en la casa de César Gaviria con figuras como Efraín Cepeda, Nadia Blel, Alexander Vega, Clara Roldán y Simón Gaviria fue interpretada como un movimiento para construir una “bancada de tradicionales” que funcione como contrapeso al petrismo. Sin embargo, ese collage de nombres trae consigo la desconfianza de lastres de antes, lo cual no implica negar las crisis actuales.
Desde 2018, nuevas identidades colectivas han ganado espacio: afros, indígenas, jóvenes, sindicalistas, entre otros. Muchos de ellos se sienten representados por la izquierda y han aprendido a incidir desde las calles. Ese proceso no es facílmente reversible con una alianza de expresidentes y caciques regionales.
Aunque Petro ha tenido graves problemas de gestión, su legado es haber abierto las puertas del poder a esos sectores históricamente excluidos. Como pasó en Bogotá con Garzón o con Mockus, “los otros” han demostrado que pueden llegar al poder. Por último, y como advirtió Alejandro Gaviria en 2022, el presidente logró canalizar demandas sociales acumuladas de forma relativamente controlada. A pesar de los problemas, una parte importante del país se sintió, por fin, representada.
No es tan claro que la mayoría del país prefiera lo malo conocido a lo bueno por conocer, pero si un proyecto para restaurar el orden de siempre logra suceder a Petro, podrían despertar de nuevo las calles, esta vez con él como líder de la oposición. El malestar social está adormilado y su trámite dependerá de quién logre entender mejor a un país que en algunos aspectos de la representación política no es el mismo de siempre.
