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Ya no se sabe si es obstinación o ignorancia. Si es egolatría o es ingenuidad. Pero esa obsesión de Iván Duque con el glifosato es enferma. Es un tipo de pensamiento inflexible, casado con clichés con los que cree que mantiene viva una favorabilidad que hoy escasamente llega al 20 %. “No es correcto cuestionar al Estado”, respondió ofendido al señalamiento de la incapacidad estatal que hicieron algunos cuando se encontró una bomba en la sede de Comunes.
La misma incapacidad de dialogar y contraargumentar es evidente en el caso del glifosato. Daniel Mejía, exsecretario de Seguridad de Peñalosa y profesor de los Andes, es un experto en temas de criminalidad y narcotráfico: un técnico, no propiamente de izquierda. Tras años de investigación en Colombia insiste en que en acabar el narcotráfico a punta de glifosato es absurdo. “Todos los gobiernos, este y el anterior y el anterior, han tenido casi que una fijación enfermiza con una cosa que no es rentable atacar. No es efectiva, no golpea a los narcotraficantes. Es una locura, es un desperdicio de recursos, no ha servido para nada”, dice. Y recalca que “lo que debería haber hecho el país hace mucho tiempo es enfocar la guerra contra el narcotráfico y atacar los cristalizados, los laboratorios, los semisumergibles, los grandes envíos de cocaína al exterior y hacer mayor control fluvial de precursores químicos. Ahí es donde se le da duro al narcotráfico, no atacando los cultivos”.
Con Mejía coinciden académicos de todo el mundo. No hay magíster o doctorado en lucha contra las drogas que crea lo contrario. Pero Duque insiste en que sí. Cargándose de pullas e indirectas, sin nombrar a la Corte Constitucional —como tampoco nombra Santos— ni a otros que también considera enemigos, dice que acatará el fallo que tumbó la resolución de la ANLA que permitía la erradicación de cultivos de coca con glifosato: “Quiero expresar”, “quiero hacer”, “quiero aclarar”, “quiero hacer una reflexión pensando en el país: nosotros tenemos que enfrentar el fenómeno del narcotráfico con todas las herramientas que tengamos a disposición” argumenta. Y eso incluye, claro, la fumigación.
E insiste en otra posición avejentada al decir que enfrentar al narcotráfico es un deber moral. Y sí, lo es. Pero moral también es garantizar que las condiciones que hacen que las mafias se reproduzcan tienen que ver con la miseria y la inequidad. No es el narcotráfico la causa original del hambre ni de la guerra. Ahora perpetúa esos problemas, pero no es la causa original. Deber moral sería luchar contra la pobreza, palabra que no aparece nunca en discursos del elegido porque debe creer que, si la pronuncia, pisa los terrenos de la izquierda.
Ningún argumento contra el glifosato y a favor de la forma tradicional de luchar contra las drogas es nuevo. Tampoco es nuevo que, para solucionar problemas eternos, los gobernantes insistan en viejas fórmulas. Lo que sí es nuevo es que un presidente de 45 años sea tan terco y tan avejentado, y siga inspirándose en los 80.
Sobre este tema, cómo hace de falta Antonio Caballero.

Por Lariza Pizano
