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“Como periodista, me comprometo a: amar a Cartagena de Indias con fuego en el corazón; hablar positivamente de Cartagena de Indias con una mirada de esperanza”. Sólo le faltó a la Alcaldía poner: “Y no juraré en vano el santo nombre del alcalde Dumek Turbay”, para completar el carácter doctrinal y religioso del decálogo de periodismo que, hace unos días, socializó para narrar la ciudad “desde el turismo responsable”, y que fue suscrito por 70 periodistas locales, según comunicado de la propia entidad.
Como frente a quien dice que el cambio climático no existe, no se sabe por dónde empezar a señalar el despropósito. Quizás recordando a la administración —y a los colegas, claro— lo obvio (y ni hablemos de las condiciones íntimas e individuales que supone amar algo o a alguien): para comprometerse a hablar positivamente de Cartagena, léase de todo lo que haga el alcalde, está la oficina de comunicaciones de la Alcaldía, no los periodistas.
Por el contrario, los periodistas estamos para estar atentos, para vigilar, para hacer las preguntas incómodas y poner luz sobre lo que no funciona, a ver si se corrige, a ver si mejoramos como sociedad, y acaso sea ese un deber mucho más útil y parecido al amor ciudadano.
Detrás de lo que parece ser una simple salida desatinada, está la intolerancia a la crítica y al disenso del muy mediático alcalde Turbay y su empresa por imponer al costo que sea el relato rosa de la gestión que lidera.
La lista de evidencias es larga. También hace poco, el país tuitero lo pudo ver
maltratar a una turista que se quejó en redes por el cobro excesivo de los taxis del aeropuerto. El mandatario aseguró que la señora no estaba registrada en ningún hotel y que mentía para obtener likes. “Cartagena se respeta”, trinó, como si el turismo en la ciudad no se hubiera convertido en una intolerable competencia de abusos de todo tipo y como si ocultarlo lo solucionara. Después, cuando la mujer, muy parada, santandereana, probó que sí estaba en Cartagena y que el que mentía era otro, les mandó a varios altos funcionarios a donde se hospedaba para exigirle que pusiera la denuncia en la Fiscalía, lo que ella calificó como un acto de “acoso”.
El mes pasado, la Fundación para la Libertad de Prensa le llamó la atención a Turbay por acudir a tutelas para intimidar e intentar silenciar opiniones y voces críticas en su contra. En uno de los casos, el alcalde interpuso acción en contra de un periodista porque este replicó una denuncia del exmandatario William Dau, que presuntamente involucra a la actual administración en hechos corruptos.
La oposición a Dumek Turbay, todo hay que decirlo, no siempre es la mejor argumentada. Comenzando precisamente por la ejercida por Dau, cuyas torpezas y gestión explican en gran parte el regreso de la clase política tradicional al poder local en cabeza de Turbay.
Pero, independientemente de eso, lo que se está queriendo gestar en Cartagena es la anulación de toda posibilidad de disenso y reflexión. Recuerda de muchas maneras lo que ocurre en Barranquilla en donde, bien puedo dar fe, cualquier cubrimiento o debate que muestre las costuras de los todopoderosos Char es considerado una afrenta a la ciudad y se vuelve objeto de animadversión.
Así es que ese logro sí hay que reconocérselo ampliamente al alcalde Turbay, ya que le gustan tanto los aplausos: cada día se parece más a sus mentores, a quienes también les ha copiado, además de la estrategia del populismo futbolero, la turbiedad en algunos contratos, como lo revelé antes en esta columna y lo ha contado La Contratopedia Caribe, medios que no siguen el decálogo.